La primera vez que estuve en una presentación en vivo fue en quinto de secundaria, el 2001. En mi escuela, había un tipo de evento al que se le llamaba “actuación”, el cual se llevaba a cabo en determinadas fechas cada año, en conmemoración de otras fechas importantes, como el Día de la Madre y el Día del Padre, por ejemplo. En días de actuación, o bien no había clases, o bien solo se dictaban hasta cierta hora. Asimismo, en dichos días, se desarrollaba una programación detallada de presentaciones en las que, principalmente, la participación era del alumnado, el cual, con anticipación, practicaba y se entrenaba para los números que iban a mostrar.
Estos números podían ser de distinta índole, pero, fecha tras fecha, la música siempre estaba presente y era el elemento preponderante. Fue así que, como parte del taller de música en que me encontraba, una de las presentaciones que salieron de allí fue el tocar uno de los clásicos más sonados en la historia: “What’s up?” de 4 Non Blondes. Recién he vuelto a escuchar el inicio de este tema y, ciertamente, trajo a mi mente lo preciosa que es esta canción, una de las que marcaron mi década del 90. Aquella vez, nuestra “banda” estuvo conformada por cinco integrantes: batería, bajo, guitarra eléctrica, guitarra electroacústica (yo) y voz (la profesora).
Aquella guitarra que usé era fenomenal. Su tamaño (un poco más grande que la mía), sin embargo, podría haberme generado alguna dificultad si la tocaba parado, al no haber estado acostumbrado a ello; así que lo hice sentado. Mi parte se trató de una combinación de acordes que debí repetir una y otra vez para aportar a la base de la canción, con el rasgueo característico que esta lleva y un tempo marcado y estable. Como lo indica la composición, fui quien inició y cerró el tema. Al final, aplausos, una ovación magnífica.
Mi escuela tenía cuatro pisos que rodeaban un patio central ubicado en el primero, el cual podía ser visto desde cualquier punto circundante. Era en este patio que se llevaban a cabo las actuaciones. Aquel día, recuerdo haber estado tan concentrado, que no disfruté realmente el hecho de estar allí tocando en vivo. Sin embargo, sé que logré un buen desempeño. Estaba tan enfocado en no equivocarme, que me olvidé de saborear el momento, y pocas fueron las veces en que observé a mi entorno. No obstante, ello no me quitó la felicidad de haber estado allí y haber hecho lo que hice. Es una experiencia linda que guardo en mi mente.
Una persona que influyó mucho en mi aprendizaje de guitarra en ese tiempo fue mi gran amigo de ese entonces, José Luis. Él se había metido de lleno al aprendizaje de la guitarra y, junto con Pierre (a quien hago mención como actual músico de jazz en la publicación anterior), eran las dos referencias en la escuela. Sin embargo, aunque nos llevábamos bien entre todos, mi cercanía era más con José Luis. En principio, habíamos sido amigos por un tiempo mucho más prolongado.
Recuerdo que, muchas veces, andábamos en mi casa tocando y practicando canciones. O bien solo utilizábamos mi guitarra acústica, o él traía adicionalmente una eléctrica genial, y la conectábamos a mi estéreo, o a un amplificador que, me parece, una vez trajo. En al menos una ocasión, además, conectamos ambas eléctricas. “The trooper”, de Iron Maiden, era uno de los temas que más hacíamos. Y en otra oportunidad, al ser ferviente seguidor de Metallica en aquel tiempo (luego de haber dejado a Aerosmith de lado), José Luis se quedó practicando sus canciones mientras yo debía realizar otra actividad. Recuerdo, también, que me enseñó a tocar un magnífico tema de KISS, “Everytime I look at you”, que aprendió en mi delante directamente escuchándolo de la versión unplugged. Y yo lo tocaba siempre en casa pensando en la chica que me gustaba. Un día, me dejó un pedal por un tiempo para practicar con mi eléctrica, pero no lo aproveché como debí. No me sentía tan cómodo usando aquella guitarra, como ya había contado. Aun así, toda práctica aportó.
En otro momento, la escuela trajo a un profesor español específicamente para dar clases de guitarra acústica, alguien que no escatimaba en entusiasmo para la enseñanza. No solo era un maestro total del instrumento, sino que amaba la guitarra. Obviamente, era de esperarse que pasara tiempo adicional fuera de clase con quienes ya se movían con comodidad en el instrumento, ya que lo buscaban. En mi caso, solo asistía a las clases y luego practicaba en casa.
Recuerdo que hubo clases opcionales programadas para los sábados, y asistí a algunas de ellas junto con otros compañeros. En una sesión, en plena explicación, de repente, irrumpió a lo lejos, pero no tanto, un eructo de alta sonoridad, el cual fue liberado desde un aula distinta y casi contigua, propelido por un compañero que se interesaba por la batería y estaba viendo unos temas relacionados con ella en dicha locación. Al escuchar el estallido, el profesor se detuvo inmediatamente y nos miró por un instante espontáneo, aquel instante que sabes que es la puerta para una avalancha de risas.
Recuerdo, también, que al profesor le gustaba bastante jugar al fútbol y, un buen día, lo encontré en un patio secundario de la escuela peloteando, con la camisa afuera, junto con otros alumnos. Cuando tuvo que dejar la escuela, por un motivo que quizás se haya relacionado con algún conflicto con la dirección, nos regaló un casete a quienes consideró más cercanos con grabaciones para nuestra práctica. Nunca lo escuché más que un par de minutos.
Largo tiempo ha pasado y mucha agua ha corrido bajo el puente. Hay tiempos que pude haber aprovechado mejor, sin duda, pero en otros aspectos sí puedo decir que pasé grandes momentos, sobre todo, jugando al fulbito. No obstante, ello será parte de otras historias. En la actualidad, me estoy compenetrando con mi guitarra una vez más. Y, en definitiva, deseo crecer en ese aspecto.