Un cariño de larga data

La importancia que ha tenido este instrumento en mi vida ha sido marcada. Para ser más preciso, se ha tratado de una influencia indirecta. El instrumento, por sí mismo, no ha sido el de la importancia, sino su concepción como elemento fundamental de la música que siempre me ha inspirado y motivado. Hablo de la guitarra, más allá de si hay acústica y eléctrica y sus diferencias.


De manera más específica, es la guitarra eléctrica la que establece el parámetro para la música que escucho, y poseer una tendría que ser lo más cool que a un adolescente le podría haber pasado. Cuando mi padre y madre pudieron comprarme una guitarra por primera vez, esta fue una acústica y semi profesional, de una marca que, al menos en su momento, era una de las de mayor respeto en el mercado: la Falcon.

Hablamos del año 2000 o 2001 (cuarto o quinto año de secundaria para mí, respectivamente), y fue uno de los mejores regalos que he recibido en vida. Al día de hoy, aquella guitarra se ha mantenido a mi lado y la he venido utilizando con cierta frecuencia durante las últimas semanas. Ha sido desde inicios de año, en realidad, después de incontables periodos de largos olvidos. Tener una acústica siempre se constituyó como la base para pasar a una eléctrica, y eventualmente llegué a recibirla una también como regalo el 2001, pero mi relación con ella fue poco más que triste y nada relevante.

El sueño de la guitarra se dio, principalmente, en un entorno donde se escuchaba rock o metal en mi adolescencia, aunque después se pudiera “viajar” a otros géneros (un gran amigo de la escuela llegó a esta ya sabiendo tocar muy bien, y se mantuvo en el mundo de la música hasta convertirse en un magnífico guitarrista de jazz; espero verlo en una tocada nuevamente), lo cual no fue mi caso. A mí, particularmente, me entusiasmaba la idea de tener tanto una acústica como una eléctrica y poder tocar lo que amaba; sin embargo, aunque lo que escuchaba se basaba en la eléctrica, me identificaba mucho más, como aprendiz, con la acústica.

Pienso que es una cuestión de personalidad (en aquel tiempo, timidez) y de estridencia (preferencia por el perfil bajo). Asimismo, una cuestión de practicidad. A una acústica tan solo la liberas de su funda y ya está, empiezas. A una eléctrica debes, además, conectarla a un amplificador, o al menos a los parlantes del estéreo (y hasta podría dañarlos al no estar diseñados para eso). Luego, está el lío de la “bulla”, pero ese ya es otro tema (y peor si eres novato). Entre ambas, además, estaba con una buena marca para la acústica y una regular (sin tomar en cuenta los grandes nombres) para la eléctrica, Biscayne Flyer, aunque el producto, de por sí, había llegado con fallas, que luego descubrí bien y nunca reclamé (la quinta cuerda se desafinaba muy rápido y el sonido de esta era relativamente sucio). Eso puede pasar cuando uno se percibe muy neófito como para reclamar. La verdad es que, viendo en perspectiva, esa adquisición llegó muy rápido. Debí haberme centrado en aprender bien el uso del instrumento con la acústica hasta alcanzar, al menos, una segunda fase de mi aprendizaje, a la cual nunca consideré que entré.

¿Y cómo fue que se dio todo esto? Pues, ya sea el 2000 o 2001 (con más probabilidad en este último año), se abrieron talleres complementarios en la escuela, y uno de ellos era de guitarra. O quizás música en general. Yo, que venía con toda la onda roquera encima (ver aquí y aquí, si se desea), sentía que debía estar allí. Y fue en aquel 2001, mi último año en la escuela, que desarrollé un romance con mi acústica, el cual, sin pena ni gloria, llegó a terminar al finalizar dicha etapa. Ya después, correspondía pensar en el ingreso a la universidad y no había más tiempo para tocar.

No obstante, mientras tal romance duró, practiqué todo lo que pude aquel año, pero no necesariamente intentando aprender teoría y poniéndola en práctica, sino tan solo jugando con las cuerdas y aprendiendo canciones, ya sea que me las enseñaran, que las aprendiera de algún folleto (eran famosas las revistas Bemol en ese tiempo, vendidas en los quioscos) o “descubriéndolas” yo mismo (esto lo hacía con The Offspring, al menos a un nivel básico: a puro oído, me enfocaba en obtener los riffs de sus canciones y, si me era posible, los solos —si existían—).

Siempre habrá distintos niveles de dificultad, no solo entre canciones, sino también al interior de canciones. Nunca me he sentido una primera guitarra, sino una segunda, y es por la dificultad que he tenido para entender cómo tocar solos (cuando no los considero sencillos) y la imposibilidad de que mis dedos obedecieran a mi difusa imaginación (al intentar improvisar). Tampoco es que me haya dedicado a conciencia a aprender un solo que pudiera representar un verdadero reto, tomando en cuenta mis limitaciones, y quizás fue así porque no quería terminar decepcionado. Sí recuerdo, no obstante, haber aprendido secciones de canciones donde se toca melodías (que podrían ser formas de solo) en lugar de acordes completos (lo siento por mi falta de especificidad), como el intro de “Don’t Cry” de Guns ‘N’ Roses, pero ahora lo he olvidado completamente.

Aun así, en el tiempo aprendí que hacer un solo en acústica no es lo mismo que en eléctrica. Uno puede intentar obtener un solo de eléctrica con acústica y viceversa, pero cada una tiene sus propias características. En el caso de un solo creado para eléctrica, con cierto nivel de complejidad, no necesariamente va a poder replicarse en una acústica de la misma manera debido a la mecánica de funcionamiento. En una eléctrica, puedo deslizar verticalmente una cuerda en una nota específica hasta convertirla en una nota totalmente distinta manteniendo la escala, lo cual no puede lograrse a cabalidad en una acústica: solo se llega hasta cierto límite en el “traslado”. En una eléctrica, puedo hacer un toque de cuerda y presionar más de una nota sin perder el sonido (aunque esto depende del diseño y el nivel de calidad de la guitarra), lo cual resulta difícil en una acústica. De forma contrapuesta, hay melodías que solo sonarían bien en una acústica, ya sea por la nitidez de su expresión o los matices que las cuerdas permiten generar, especialmente para géneros distintos del rock y el metal. Por ello, en mi caso particular, fue un error creer que no habría una notoria dificultad añadida en aprender solos creados para una eléctrica desde una acústica.

Si me preguntaras ahora qué significa para mí pasar a una siguiente fase de aprendizaje, lo diría en simple: empezar a tocar desde la teoría. Es decir, aprender cuáles son las siete notas no solo en su forma mayor y su modalidad más común, sino en al menos algunas de sus variaciones: menor, sostenidas y otras (hay una app que tiene una biblioteca de acordes muy buena, entre otras funciones; su nombre es GuitarTuna). Y, asimismo, otras modalidades por acorde. Por ejemplo, mi menor puede hacerse de tres maneras (imágenes recortadas de GuitarTuna):

Es mi deseo llegar a considerarme a mí mismo en esta segunda fase y, por diversión, seguir aprendiendo canciones (o volver a hacerlo, ya que, prácticamente, he olvidado gran parte de lo que conocía). En una publicación anterior, me propuse una meta de práctica de guitarra para este año. Debo decir que, a la fecha, creo haber practicado más que todo lo que había hecho desde el 2002 al 2019, periodo en que sacaba mi guitarra del ropero una o dos veces por año. Ahora, la tengo a la vista y la diferencia es mayúscula (aparte de haber generado espacio en el ropero para guardar otras cosas).

La eléctrica, en caso te lo estés preguntando, ya dejó de existir en mi casa hace mucho. Después de la escuela, tan solo fue un bulto más. Ya no me veo comprando una nueva eléctrica a futuro, pero sí en nunca dejando de practicar con mi querida acústica, no solo por mi propio gusto, sino en honor a estos maravillosos regalos que me hicieron papá y mamá en su momento.

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