Una cosa genial más (ya lo entenderán)

Se venían presentando oportunidades que no llegaba a tomar. A veces, el balance no es el mejor entre lo que uno desea hacer y lo que puede hacer. Pero, cuando se mostró una vez más en cartelera en el Teatro Ricardo Blume, supe que era un ahora o nunca. Fue así que llegué a ver Solo cosas geniales (Every brilliant thing), escrita por Duncan Macmillan y Jonny Donahoe, y dirigida por Norma Martínez y Lucho Tuesta para la puesta en escena en Lima. Ella también interpreta al personaje central.

Pero, ¿cómo puedes mencionar “personaje central”, como si hubiera otros “no centrales”, es decir, si se trata de un unipersonal? Pues debes saber que el público va más allá de ser solo espectador. Déjame irte contando.

Llego al teatro, pero, por la “puntualidad”, aún las puertas de la sala siguen cerradas. No obstante, puede esperarse que haya otras salas donde, simplemente, estar.

Cada vez, se va llenando más, con lo cual el barullo de palabras y cuchicheos se pronuncia irrefrenable. Es el entusiasmo cotidiano de la previa. Yo, que me encuentro sentado en un espacio-banca al lado de una puerta, aguardo en silencio. Leo El País desde mi celular. Me incomodo. No me gusta esperar en lugares cerrados abarrotados y bulliciosos. No es claustrofobia. Podría estar en el mismo lugar rodeado de una masa corporal similar, pero con mayor paz en el ambiente.

De repente, alzo el rostro y la veo. Sí, una favorita. Su compromiso es pleno para con su organización, Animalien, que dirige conjuntamente con la única actriz profesional de la obra que estoy por ver (o es lo más probable). Cuando no le corresponde estar en las tablas, coloca su presencia activa en bastidores (en realidad, donde sea necesario que esté) con el fin de avanzar y afinar los detalles necesarios para la función.

Cuando las personas ya están ingresando en fila, por derecha y por izquierda frente a mí, a la sala circular donde se realiza la acción, ella se ubica en la puerta de este último lado para dar el saludo a quienes van pasando mientras entregan su entrada al personal específico.

A medida que ingreso por dicha puerta, a mi izquierda, la más cercana a mí, mi contacto con ella es nulo. Tan solo me enfoco en entregar mi entrada al personal respectivo e intercambiar el saludo de respeto infaltable. En cambio, a pesar de su cercanía, a ella la percibo lejana, al punto de sentir que iba a verse forzado voltear la cabeza para saludar. A veces, es difícil admirar. Es más, cuando entrego mi entrada, ella ya había quedado detrás de mi línea de visión.

Sin embargo, de todos modos, no es que haya estado ávido por el breve intercambio de palabra con ella, aunque sí lo hubiera apreciado. Es decir, al menos en ese momento de mi vida, no era una sensación que tenía sobre mí. Soy alguien que, finalmente, deja campo libre a la espontaneidad. ¿Por qué hablar de esto entonces? Por el saber que ella, Fiorella Pennano, es una actriz cuyo trabajo me inspira y agrada en alto grado. En ese sentido, me pareció oportuno agregar el detalle a esta historia.

Una vez dentro, la obra demoraría en empezar. No, no se trataba de des-organización, sino de la necesidad de más de esta (sin el sufijo des-; se trataba de una ejecución organizada in situ). ¿Quieres saber cómo funciona el guion? Pues la obra no empieza mientras un conjunto de personas seleccionadas del público (quién sabe por cuáles características) no reciba su breve “inducción” para participar en ella, previa invitación. E, incluso, un subconjunto de estas personas, con un mayor protagonismo del que, quizás, podían haber imaginado. Tanto así que Norma, al finalizar la función, no se pararía sola al medio de todos para recibir los aplausos, sino que lo haría acompañada de dicho subconjunto de participantes, invitados por ella.

¿Que si es un riesgo? Tendría que serlo. Pero, al tratarse de teatro, y del bueno (valga afirmar), es reducido. Tranquilo. Si tu pánico escénico es atroz, o si sientes que nadie te puede obligar a participar, o si sientes que te estafan porque tú estás pagando para ver teatro profesional y no aficionado, y mucho menos “actuar” en él, pues sería preferible que te quedes en casa. La verdad, las personas son invitadas a participar y son parte fundamental de la trama: no solo la enriquecen por medio del canal que establece la actriz principal, sino que la hacen más amena y le agregan un dinamismo no convencional. La participación del conjunto de personas del público, en general, implica desde lanzar frases en momentos determinados hasta breves presencias en el escenario, donde interviene mucho la espontaneidad y/o improvisación que puedan tener. Ahora que sabes todo esto, igual puedes quedarte en casa.

En cambio, quienes prioricen la buena cara frente a lo diferente, donde quiera del mundo en que te encuentres, si se hace la obra de Macmillan y Donahoe en tu ciudad, no dejes de ir a verla.

¿Y de qué trata? Pues te lo comento brevemente. Imagina hacer una lista de todas las cosas que serían geniales de hacer en el mundo. Imagina que empiezas a hacer esa lista desde pequeño/a y la continúas durante el resto de tu vida. Quizás puedas llevarla a un fin, quizás no. ¿Cuánto de ti estaría expresado en ella? ¿Cuánto de lo que más amas? ¿Cuánto de tus sueños? ¿Cuánto de aquello que, incluso, podrías nunca más poder hacer?

¿Compartirías esa lista, no solo para que otros puedan verla, sino también escribir en ella? ¿Llenarías la lista solo por ti o por alguien más? Lo que pusieras en ella, ¿sería lo más bello de la vida, aquellos detalles sencillos que podríamos en algún momento de nuestra existencia pasar por alto, pero por los que vale la pena vivir?

En la historia de Macmillan y Donahoe, una niña inicia una lista como la mencionada por pura espontaneidad, con el fin de dársela a su madre —en uno de los gestos de mayor ternura jamás escritos—, y así ella, en el deseo de su hija, pueda encontrar nuevamente la luz del ánimo ante la increíble belleza presente en la sencillez del mundo, un concepto no necesariamente percibido por la niña, pero que engloba todo aquello que, muchas veces, a una edad adulta, ya hemos perdido.


Imágenes fotografiadas o escaneadas desde revista Folk, diciembre 2019.

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