Gajes del campamento (en altura)

Había dos alternativas para establecer el campamento. La clásica, a una altura de 4750 m s. n. m., aproximadamente; la más nueva -por así decirlo-, a una altura de alrededor de 5000 m s. n. m. Esta última se ha visto habilitada gracias a las necesidades de operación del Ingemmet, siglas para Instituto Geológico, Minero y Metalúrgico, adscrito al Ministerio de Energía y Minas. Según lo que interpreto, Ubinas es uno de los volcanes donde más se realiza monitoreo de actividad, ya que no siempre está «tranquilo». Para reducir el tiempo de acercamiento a la montaña y permitir un enfoque más directo en dicha actividad, el instituto marcó un camino de tierra hacia una zona más elevada, a la cual ahora también pueden acceder quienes vienen a disfrutar de la montaña en modo deportivo.

José, mi guía, me informó de que el campamento más alto estaba más expuesto al viento y al frío, mientras que el previo no sufre tanto de estos inconvenientes. Sin embargo, solicité acampar directamente allí debido a mi experiencia previa soportando ambas condiciones, aunque puedan ser muy molestas. Preferí, principalmente, estar a una mayor elevación para ahorrar camino de ascenso.

Y en lo que siguió, definitivamente, debí pasar viento y frío, aunque, dentro de mi carpa, solo el segundo. Si bien es una carpa para dos bastante amplia -una comodidad y una ventaja-, es solo de tres estaciones, por lo que, asumo, es la razón de que su protección no sea tan fuerte frente a una baja temperatura, como la que puede encontrarse en una zona de campamento como aquella donde estuvimos y en un día en que el sol está intermitente y con nubes que dominan el cielo. En cambio, cuando es el sol el que lo hace, su calor llega a sentirse de manera potente; pero no fue el caso. Por otro lado, ya he usado esta carpa en campamentos un poco más bajos y no he tenido inconvenientes (al menos, no más de la cuenta) con el frío.

Como suele darse en las montañas en Arequipa, muchas de ellas volcanes, estás destinado a llenarte de tierra y tus objetos también. Es el caso, también, del Ubinas, ubicado en Moquegua. Estas montañas son bastante secas, a menos que sea temporada de nieve -que suele encontrarse recién en lo alto-. Difícilmente, se tiene un espacio con vegetación para acampar -lo que sí es el caso del Hualca Hualca, pero debe decirse que su zona común de campamento queda bastante alejada de los ascensos directos a los picos de la montaña-. En general, son ambientes desérticos.


Nuestro campamento. La naranja alta es la tienda para las comidas. La mía es la naranja más cercana.

Cuando llegamos, lo primero que hicimos fue levantar las carpas. Éramos cuatro personas y armamos cinco carpas. En realidad, cuatro y una tienda. El conductor, en general, no se queda, sino que se retira y, al día siguiente, regresa y traslada a los clientes y proveedores de vuelta a la ciudad.

Una vez que había alcanzado cierto orden al interior de mi carpa, me eché a intentar dormir un poco. Paralelamente, Norma se había destinado a preparar una sopa de pollo con el soporte de Elvis. Cocinar en la montaña toma tiempo. No lo digo por experiencia de haber cocinado yo mismo, sino de haberlo presenciado en los viajes realizados.

Se empezó a llamar para la sopa, y descubrí que sentía cierta pesadez en la cabeza, con un muy ligero dolor de cabeza que advertía la posibilidad de incrementarse. De hecho, para mí fue la altura. Hace menos de dos días había estado casi al nivel del mar (según Wikipedia, no llego ni a 100 metros en mi distrito en Lima), y ahora estaba a 5000. La sopa me gustó bastante, pero no iba a ser la única comida. Seguía un segundo periodo de preparación para el segundo, valga la redundancia, tiempo durante el cual fui nuevamente a descansar.

A la segunda ida al almuerzo (o cena adelantada), no me sentía tan bien físicamente, y había notado que hubo algunos desacuerdos en como proceder con la preparación de lo cocinado. Lamentablemente, mi cuerpo no recibió tan bien el plato, y el problema de digestión contribuyó al malestar que sentí por horas.

Esta es una experiencia corporal que conozco muy bien. Algunas veces, me siento afectado por la altura, pero puedo controlarlo y se me pasa. Otras, sé que debo esperar por una «desembocadura». Conocemos nuestro cuerpo. En mi caso, este tipo de malestar genera determinados síntomas: el más saltante, el frío incrementado, el cual es interno, lo cual atribuyo a un descenso de la presión. Asimismo, va acompañado de un incremento en el dolor de cabeza, la incomodidad en mis posturas y la sensación de que me cansa el acto de respirar hondo, es decir, de que mi cuerpo se siente hinchado y, además, necesita un oxígeno que no puedo proveérselo cabalmente. Sin embargo, es cuestión de esperar, y lo hice pacientemente.

Hasta que llegó el momento.

Traté de estar mentalizado. Es decir, mantenerme concentrado de una manera tal que no me gane la desesperación y pueda realizar los movimientos correctos, y de forma precisa, ante la inminencia de lo que estaba por pasar.

Es el punto en donde sabes que no hay retorno. Ese momento en que sabes que, en solo cuestión de segundos, el mal habido (y, por qué no, bienvenido) vómito está por devastarlo todo. Entonces, con una calma quirúrgica, salí de mi bolsa de dormir, abrí la compuerta interna de la carpa, moví los objetos que estaban en la tierra entre las dos compuertas, y, en el último instante, empecé a expulsarlo todo.

Una ejecución fantástica.

Enterré el charquito, me limpié, tomé agua y ahora sí me acomodé para descansar bien y dormir si era posible. Como era de esperar, después de expulsar a ese demonio de mi organismo, mi cuerpo empezó a reponerse casi instantáneamente.

Desde niño le he tenido terror al vómito. Ahora, en la montaña, lo espero con ansias cuando parece que se asoma. No suelo poder dormir bien a esas altitudes, pero mi cuerpo estaba ahora, definitivamente, reposado, con menos frío, mayor comodidad y mi ingesta de oxígeno tranquila.

En realidad, me ayuda bastante, en la montaña, conscientemente respirar hondo, ya que, por la altura, la capacidad de captar oxígeno disminuye. Así, puedo compensar esa especie de falencia del organismo. Es por eso que, al no ser posible mantener esa conciencia mientras duermo, la intensidad de la respiración se hace como la común y corriente. Al despertar, por lo tanto, me siento con cierto malestar en la cabeza. Y es que, naturalmente, al dormir, he dejado de hacer las respiraciones hondas.

Son una serie de procesos muy interesantes los que se dan cuando estás en la montaña, especialmente, en el campamento antes del ascenso final (el ataque). Por ello, me atrevo a decir que el verdadero sufrimiento a nivel corporal se da aquí, en la etapa previa al ataque. En cambio, durante este último, el cuerpo se adapta a la, incluso, mayor altura y el propio movimiento energiza el organismo. Un asunto aparte son los obstáculos o dificultades que se deban sortear, y la fortaleza mental que haya que mantener para seguir avanzando.


Así se veía la montaña desde el campamento. Hacia la derecha, se ve el primer farallón (o así lo estuvimos llamando). Habiéndolo atravesado, debíamos seguir ascendiendo hasta alcanzar el segundo por la parte más alta. Después, pasarlo y hacer el alcance final hasta la cima. La punta que se ve no es la cumbre, sino que está aún por detrás.

Cuando la tarde estaba todavía clara, José y Elvis, bajo la dirección del primero, decidieron hacer un primer ascenso a la montaña con el fin de explorarla. No hasta la cumbre, pero sí hasta cierto punto que le permitiera ver a José por cuál camino realizaría el guiado hacia la cima a la mañana siguiente. Como contaré más adelante, hubo una decisión muy inteligente para ahorrar un tramo duro de caminata, y fue el atravesar trepando un primer farallón en lugar de bordearlo, lo cual iba a resultar en una elección menos eficiente en cuanto a distancia y esfuerzo. Esa subida, no obstante, iba a tener un efecto en Elvis y José, sobre todo en el segundo, en el ascenso del día siguiente: no los culpo, ¿quién no se cansaría?

La hora acordada fue las 4:00 a.m. para salir a desayunar, por lo que puse mi alarma a las 3:20 a.m. Sin embargo, ni llegué a utilizarla: mi etapa de sueño, como he comentado, termina siendo intermitente en la montaña y, llegado cierto momento, mi mente había entrado en un proceso automático de concentración para el ascenso.

El modo descanso ya había quedado atrás.

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