Mi participación en el IPPD y un sueño acotado. Parte 2. 2020, intentos con poco norte

Para marzo de 2020, ya toda Sudamérica sabía lo que estaba aconteciendo. Por mi parte, me encontraba iniciando mi último bimestre en el programa de quechua que estaba llevando. Debido al golpe inicial que representó la crisis, dicho bimestre se extendió hasta principios mayo, cuando finalicé. Ese mismo mes, de manera sorpresiva, recibiría una llamada del docente para quien había trabajado antes. Como lo mencioné en la reseña inmediatamente anterior, la iniciativa empresarial a la que me referí allí había seguido su rumbo. En aquella llamada, se me presentaba nuevamente la oportunidad de formar parte de ella. Con poco tiempo para pensar, acepté.

¿Por qué no? Estábamos confinados, había el tiempo y todo iba a ser coordinado a la distancia. El año anterior, el 2019, ya se había llegado a un nombre, el cual había quedado totalmente interiorizado en 2020: Instituto Peruano de Prospectores y Desarrolladores, IPPD, en equivalencia al Prospectors & Developers Association of Canada. Cuando me reincorporé, ya no solo éramos tres en la base, sino cuatro.

Asimismo, me enteré de que el proceso de formalización ya había sido iniciado, pero con una figura legal que pudo haber sido distinta. Por menor complejidad en el trámite, se estaba creando primero una empresa llamada Minería Sostenible SAC (MS SAC, para abreviar), y el IPPD sería solo una marca registrada en la entidad pública correspondiente (INDECOPI).

La formalización es siempre un hecho que no amerita discusión, pero ¿por qué no haber hecho el esfuerzo desde un inicio para crear el instituto como entidad privada? Se explicó que, como el IPPD no iba a ser empresa privada, sino otra forma de entidad, requería de otros requisitos. No obstante, la intención era, a futuro (cuando la crisis pandémica se hubiese debilitado), hacer el trámite necesario para convertirlo al tipo de entidad deseada. Entonces, durante 2020, el IPPD, con su respectivo logo y colores, iba a ser solo una marca registrada propiedad del Gerente General de la empresa MS SAC. (Siempre me ha sido difícil explicar este esquema a otras personas.)

La diferencia en la actualidad es que, a la fecha en que escribo esto, el IPPD ya existe como organización propiamente dicha y no es solo una marca; no obstante, desde el 31 de diciembre de 2020, ya no soy parte de ella. Por motivos que conocerán en este artículo, me tuve que retirar una vez más. He dejado de conocer sobre la actividad del IPPD y la empresa MS SAC, y no sé si se habrá producido algún tipo de relacionamiento entre ambas (tomando en cuenta que sus integrantes eran los mismos). O, quizás, MS SAC haya quedado de lado.

En cuanto a mi historia en el IPPD, al priorizar la existencia formal, solo puedo remitirme a julio de 2020. Es más, cuando he explicado mi experiencia al respecto, en realidad, me he presentado como ex miembro de la empresa MS SAC, la cual tenía una iniciativa o proyecto llamado IPPD, que era una marca. Es crucial ser claro, ya hay que evitar quedar como alguien que no mostró una información incorrecta. Entonces, el periodo laboral para el que solicité mi constancia tuvo su inicio el 23 de julio de 2020, fecha de fundación oficial de dicha empresa.

De allí al 31 de diciembre, hubo un conjunto de meses interesantes, donde conocí a más personas y con quienes realizamos algunas labores compartidas, incluyendo a dos estudiantes de la PUCP que me asignaron y de los cuales solicité, quizás en una decisión apresurada, derivar a otra área a uno de ellos, ya que no estaba cumpliendo como lo hubiera esperado. Tampoco es que hubiera mucho por hacer. Más bien, a veces tenía que idear formas de crear trabajo para poder darles asignaciones y así no se aburrieran ni sintieran que todo el discurso que les habían dado al inicio era solo aire.

No eran los únicos estudiantes que se habían hecho parte de la organización. Cada área tenía sus asistentes. No obstante, al menos en mi caso, si bien tuve una muy buena comunicación con la alumna con la que me quedé en mi área y que cumplió con las asignaturas que le di con creces (y a quien reafirmo mi promesa de invitar a un almuerzo cuando viaje a Huaraz nuevamente), habría preferido que se me consulte sobre la necesidad de destinar asistentes a mi área. Me explico.

Basándose en la experiencia que habíamos tenido el 2019, se decidió que yo debía encargarme de la Gerencia de Financiamiento de Proyectos. Para esto, con mi aporte, habíamos elaborado el organigrama del instituto y lo fuimos actualizando poco a poco mientras fui parte. Básicamente, yo había pasado a ser el gerente de financiamiento de proyectos, pero nunca me sentí como tal. Es más, hasta se puso mi foto en la página web con mis datos de contacto y mi cargo.

Tener un cargo gerencial en el IPPD, a nivel personal, era como ser un colaborador más del equipo para la misma causa. Y, más que colaborador, un voluntario. Sí: el trabajo para todos los presentes era ad honorem, incluso para los alumnos, a quienes, por supuesto, se les explicó desde el principio que iba a ser así, y su ingreso fue por voluntad propia. La promesa de un gran futuro en una organización que se proyectaba tan bien en el Perú por la importancia de la actividad que iba a realizar tenía el impacto necesario para generar atracción. No obstante, al interior, aún faltaban diversos asuntos por concretar y caminos por establecer.

Si bien se proponía llevar a cabo determinadas actividades conversadas a nivel gerencial en la base, no percibía un suficiente nivel de concreción. Entonces, pasar de ello a asignar tareas a los asistentes (o asistente) de mi área, era complejo. Por un lado, cargaba con el peso de mantener el brillo de la promesa de futuro que les habían hecho a los estudiantes antes de decidir ingresar, cuando yo ni siquiera veía una claridad en lo que debíamos lograr. En el camino, incluso, empezaron a surgir algunas opiniones, en reuniones oficiales y conversaciones extraoficiales, sobre la necesidad de pensar en términos más concretos y discernir qué actividades eran realmente importantes y cuáles no.

Por otro lado, no estaba cómodo con la idea de conformar una organización que supuestamente iba a ser tan importante sobre una base de voluntarios. Un esquema así no puede durar para siempre; al menos, no con las mismas personas. Pero mi incomodidad no se basaba en que los profesionales de allí fuéramos ad honorem, sino que sean los alumnos quienes aportaran de manera gratuita. Mi mente “menos capitalista” me hacía sentir vergüenza de tratar con mis asistentes al ser yo, ante sus ojos, un miembro del equipo gerencial (quien tampoco ganaba nada; y hubiera sido peor si lo hacía). Es más, esta política organizacional de trabajar con voluntarios, desde un ángulo crítico, podía verse como un aprovechamiento de las voluntades de personas jóvenes que, en lugar del tiempo empleado allí, podrían haberlo dirigido a buscar un trabajo remunerado y, por supuesto, estructurado y con objetivos (más) definidos.

Por supuesto, el instituto (o la empresa MS SAC) no estaba teniendo ningún ingreso económico, y no lo tendría, al menos, hasta mi salida. Por lo tanto, no había de dónde entregar algún sueldo u honorario. La idea general era seguir fortaleciendo la organización interna, ganar convocatorias de proyectos de investigación y ofrecer la aplicación de ese conocimiento para empezar a generar consolidación y ganancias. Paralelamente, habiendo crecido, empezar a evaluar y calificar proyectos mineros con fines de verificar su aptitud para financiamientos canalizados mediante conexiones con inversores principalmente extranjeros. Entonces, era un mecanismo interesante, ya que un inversor no va a colocar su dinero en lo que está andando con deficiencias. Se trataba de un ciclo virtuoso que, al menos el 2020, no se había puesto a rodar.

Lo que sí seguimos haciendo fue intentar postular a nuevas convocatorias de Fondecyt. En realidad, solo concretamos una postulación más, y otras dos no llegaron a enviarse, ya que no habíamos llegado a cumplir los requisitos. Sin embargo, el armado de estos proyectos fue más interesante que el 2019 ya que, por iniciativa de uno de los gerentes, se contactó a diversos especialistas para poder armar una mejor propuesta. Estas convocatorias, a su vez, tenían una diferencia respecto de lo que habíamos visto el año anterior: Fondecyt había convertido el proceso a dos fases para ofrecer mayor agilidad por motivo de la pandemia. La primera fase se trataba de un perfil del proyecto y, la segunda (si se superaba la primera), el proyecto completo (con el presupuesto detallado). (Tradicionalmente, ambas fases se integraban en una sola.)

En aquella oportunidad en que sí postulamos el 2020, no superamos la primera fase a pesar de todo el esfuerzo colocado. No sé si sea por “cultura peruana”, pero a veces, aunque no se lo desee, termina empujándose el tiempo disponible hasta las últimas consecuencias, y debimos amanecernos, algunos más que otros, para terminar la postulación. Lamentablemente, puede haber muchas mentes, pero de nada sirve si no hay una organización del trabajo previa que permita avanzar de manera más ordenada.

Asimismo, en ninguno de los tres proyectos que estuvimos viendo fue una ayuda que, si ya había un avance (semi)importante (y un tiempo cada vez más corto), se quisiera seguir incluyendo a más integrantes en el equipo a última hora, lo cual implica generar más documentación, no solo de ellos, sino de las organizaciones donde trabajaban; y también llegar a enlazar más ideas y estar de acuerdo entre sí. Este fue el lado desventajoso de uno de los comentarios que escribí dos párrafos atrás.

En fin, uno de los aprendizajes que obtuve de estas experiencias es saber qué no hacer si es que me voy a presentar a una convocatoria de Fondecyt a futuro. En realidad, son convocatorias para organizaciones, así que no podría por mí mismo. No obstante, hay también convocatorias para pasantías y estudios de maestría y doctorado, así que allí sí habría la posibilidad de hacerlo de manera independiente.

Aquellas reuniones no estaban exentas de discusiones, pero no es mi intención ni deseo develarlas, ya que entran en el plano de la confidencialidad. Sin embargo, la historia conjunta que he contado me llevó a cada vez estar más seguro de que no podía continuar en el IPPD. Se acercaba 2021 y estaba planeando otras cosas para mi vida, con la vista puesta en lo que podía ser una pronta vacunación para toda mi familia y para mí. Tales planes incluían un trabajo estable y normal (es decir, remunerado y con objetivos concretos), sumado a las jefaturas de práctica en la PUCP, las posibles consultorías independientes, el retorno a mi vida deportiva (que había dejado casi por complejo), y más.

Estar en un trabajo no remunerado, con actividades que no necesariamente iban en la línea de lo que quería realizar a nivel profesional, con una política de trabajo voluntario con la que no me encontraba de acuerdo, y sin un verdadero impulso para definir rutas delimitadas de acción a pesar de tantas reuniones sostenidas, ya no era una posibilidad para mí.

Lo último que estuve haciendo con mi asistente, por iniciativa propia, fue elaborar presentaciones informativas (solo el PPT para consulta) de un amplio listado de convocatorias de financiamiento desde Canadá que me habían pedido revisar para que pudieran estar a la mano en cualquier momento. Avanzamos solo hasta cierto punto, pero nunca cobraron mayor relevancia.

Durante el año, por otro lado, creé bases de datos útiles para estar al tanto de los ítems comprendidos en un mismo conjunto temático. Por ejemplo, una base de datos con todos los tipos de convocatorias que había realizado Innóvate Perú, con informaciones centrales como el monto de financiamiento y los requisitos clave de postulación, así como una descripción y la fecha límite. Cabe señalar que las convocatorias no necesariamente son únicas en el tiempo:  pueden abrirse una o dos veces al año en promedio. Entonces, la idea de la base de datos era actualizar la fecha y otros datos cuando correspondiera. Era un documento para determinar cuáles convocatorias eran aplicables a la organización, al menos, pensando en un corto y mediano plazo.

Asimismo, participé en una reunión cerca de fin de año (un poco tarde) donde, por fin, se había decidido desde la dirección y la gerencia realizar un planeamiento estratégico para direccionar nuestra actividad hacia los siguientes años. El director trajo un modelo que empleamos para ir de lo más general a lo más específico, el cual, compartiendo y discutiendo ideas, lo avanzamos en buena medida. Ya se hablaba, además, de sumar una actividad adicional: la de llevar a cabo videoconferencias y cursos para aprovechar las especialidades de los participantes en el instituto, sobre todo en el ámbito de la minería, y poder tener un primer ingreso económico a partir de ello. No sé si habrá llegado a implementarse.

Aparte de mi labor en el IPPD, que comprendía algunas horas a la semana, me estaba desempeñando en la jefatura de práctica de IOP2 en mi universidad y, además, en noviembre, inicié una nueva consultoría independiente para la empresa Todo Móvil AFM EIRL, a la cual ya había dado soporte durante los primeros meses de 2017. Fue una oportunidad muy buena para volver a poner en marcha mis conocimientos y habilidades en la gestión por procesos, pero esa es una experiencia que contaré en otra reseña.

El 2021 se proyectaba diferente y le tenía muchas expectativas. Dentro de ese panorama, como he señalado, ya no me veía formando parte del IPPD. Deseaba que mi futuro esté en otro lado, especialmente cuando (se suponía que) la vacuna estaba cada vez más cerca. En fin, somos libres de decidir sobre aquello que consideramos lo mejor para nosotros mismos.

Ya en el nuevo año, comuniqué mi salida, y con especial detalle al profesor con el que ya llevaba tiempo trabajando, una persona a la que aprecio bastante.

Ese fue mi paso por el IPPD, pero aún falta más por venir.  

Foto de portada por Julia Volk (Pexels).
Segunda foto: Pixabay.

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