Entre los rastros de Vizcarra y su gobierno: una decepción y un gran libro que merece continuación

Aprendió a manejar la presión y a pensar rápido, pero se tomaba su tiempo para estudiar cada maniobra del rival y descifrar su siguiente paso. Solo cuando estaba muy seguro, de manera sorpresiva cambiaba de táctica. Ofensivo y secreto. Defensivo o radical. La estrategia entonces consistía en esperar su oportunidad.

Rafaella León

Alguna vez llegué a creer, de verdad, en un político peruano, pero salí decepcionado. Si bien no soy reticente a perdonarlo, deberá llevar a cabo alguna iniciativa valiosa para que pueda tan solo considerar la reflexión de entregarle mi confianza nuevamente. Sería, sin embargo, una confianza limitada.

Se trata de Martín Vizcarra. Su gestión le entregó al país los momentos más emocionantes de la política en lo que va del milenio. Su batalla inacabable contra dos congresos malformados llevó a la mayoría de la población peruana a unirse contra la podredumbre que aquellos traían consigo. Y, si para ello debíamos apoyar al Poder Ejecutivo, lo hicimos. Muchos dijeron que no se trataba de Vizcarra, sino del país, y es cierto: es indesligable. Lo haces por tu país, porque amas tu tierra. Amar la tierra es un sentimiento inquebrantable. No obstante, hubo algunos, como yo, que, además del país, apoyamos al expresidente porque creímos en su esfuerzo.

Lamentablemente, la larga batalla tuvo un final. No solo uno inconstitucional, sino, sobre todo, hipócrita y delincuencial; un final perpetrado por una facción mayoritaria del congreso que fungió de reemplazo al que fue disuelto constitucionalmente por haber denegado dos veces la confianza al gabinete ministerial, pero que no distaba mucho de su antecesor.

En la actualidad, Vizcarra carga consigo algunas investigaciones: de un lado, por presuntos actos de corrupción sobre obras de infraestructura cuando fue presidente regional de Moquegua (2011-2014); de otro, por presunta influencia sobre irregularidades cometidas en las contrataciones de un personaje esperpéntico, un pseudo artista del ámbito de la música, en el Ministerio de Cultura, cuando ya ejercía como presidente de la República (2018-2020); y asimismo, por haber participado en el triste “vacunagate”, con destapes que se dieron cuando ya gobernaba Francisco Sagasti como presidente de transición (2020-2021). Por supuesto, hay una terminología técnica para la tipificación de cada uno de estos casos, y me disculpo por mis posibles imprecisiones.

Considero que hay sectores limpios en la justicia peruana, aunque no pueda decir lo mismo de su totalidad. Un ejemplo son los fiscales y jueces que han hecho frente a tanto corrupto de renombre en los últimos años. Por ello, en cuanto a los dos primeros casos, estaré a la espera de los resultados de las investigaciones.

A manera de comentario, el caso de las contrataciones del Ministerio de Cultura se trató, en pocas palabras, de una terrible ingenuidad, más allá de las irregularidades implicadas. No estoy diciendo que debieron encubrirlas mejor, sino que, si las autoridades implicadas se iban a prestar a saltar las normas, no contaron con la fuerza de los procedimientos de transparencia del sector público. A pesar de no ser necesariamente perfectos (nada lo es), constituyen un escudo necesario en la protección de las contrataciones públicas.

Particularmente, no sé hasta qué punto haya estado involucrado Vizcarra, pero, por cómo percibí el entramado, el tipejo beneficiado se filtró entre las grietas del sistema sin que, aparentemente, se le diera mucha importancia. Injusto, sí, ya que, con la exigencia que se coloca en los procesos de contratación estatal —a través de los que muchos peruanos postulan para servir al país o para proporcionar servicios que les permitan hacer crecer sus negocios—, este infeliz, aprovechado de las confianzas —a quien, en simple, le otorgaron buenas pro de cuantiosos montos por servicios en que no cumplía el perfil que formalmente se hubiera requerido y también de “regalo”, por servicios innecesarios—, se la llevó fácil.

Ojalá las autoridades hubieran prestado más atención a este transcurrir de decisiones y hubieran dado un firme “no”, pero otorgaron carta libre a que sucediese y el que finalmente se fastidió fue Vizcarra —siempre y cuando lo veamos como víctima, pero, una vez más, no sé hasta qué punto haya llegado su influencia o si existió—. Sin valores sólidos y con una convicción débil, se hace más difícil frenar este tipo de aprovechamientos, y personas de chiste como aquel individuo terminan llevándose el dinero de la gente verdaderamente trabajadora, prorrateado en las arcas del Estado.

El caso de Moquegua es mucho más complejo. Como lo mencioné antes, esperaré a ver qué concluyen las investigaciones. Otros presidentes han caído por corrupción, y Vizcarra podría hacerlo también por este motivo si resulta declarado culpable.

Sin embargo, no son estos casos los que han llegado a decepcionarme, ya que aún se encuentran en investigación y no hay nada abiertamente claro. Lo que sí me ha generado una marcada decepción es lo siguiente. Yo —hablando en genérico— no debería poder decir que, por lo bajo, sin informar al país, Vizcarra se vacunó antes que mi padre y mi madre; y no solo él, sino su esposa y otras personas, incluyendo gente que nada tiene que ver con el Estado.

Cuando la vacuna Sinopharm estaba en los estudios de la fase 3 —siendo Perú uno de los países elegidos para las pruebas—, el gobierno chino ofreció, adicionalmente, un paquete de candidatas a vacuna adicionales a las entidades a cargo de las pruebas (la Universidad Peruana Cayetano Heredia y la Universidad Nacional mayor de San Marcos) para su uso y distribución responsable. No obstante, una parte del paquete entregado fue utilizada para la vacunación no solo del presidente y su esposa, como había señalado, sino de otras personas, incluyendo civiles de distintas edades, todos quienes consideraron sus vidas como más importantes que las del resto del país. Una vergüenza absoluta, una aceptación absolutamente deplorable. Esas candidatas a vacuna debieron administrarse solo al personal encargado de aplicar las pruebas, al personal de primera línea, o según un plan oficial de vacunación. Y público.

Estando Vizcarra fuera del gobierno, se supo todo. Lo gracioso, y que suma a su propia vergüenza, es que trató de dar una explicación falsa a los medios. Trató de presentar una versión que no lo desfavoreciera tanto mediante mentiras que pretendían ser astutas, pero al final, frente a la evidencia, todo caía por su propio peso. No le quedó otra que declarar nuevamente para admitir lo que había sucedido.

Su actitud: una farsa, y más luego de haber hablado tanto sobre la lucha contra la corrupción. ¿Y Pilar Mazzetti, su ministra de Salud en el tiempo que fue presidente? Lo mismo: hipocresía hecha persona. ¿“Última en dejar el barco como capitana”? Mis pelotas. Se vacunó durante el gobierno de transición (había sido ratificada en el mismo ministerio), a “oscuras”, a comienzos de 2021, al igual que la ministra de Relaciones Exteriores, Elizabeth Astete. También estuvieron entre las personas beneficiadas los rectores de las dos universidades mencionadas: Orestes Cachay (San Marcos) y Luis Varela Pinedo (Cayetano Heredia). Ninguno se encuentra en su cargo ya, y hay mucha más información en la web. No es mi intención detallar el caso completo.


Cuando escribí el borrador de este texto, todavía faltaban algunos meses para el Bicentenario. En aquel tiempo, añadí en mi hoja de papel “y aún la situación anda por los suelos”. No ha mejorado mucho ahora, mediados de agosto, con un nuevo gobierno que no ha mostrado voluntad de querer asentarse correctamente. Hablaré más al respecto en oportunidad futura.

¿El libro de Rafaella León? Excelente. Vizcarra. Retrato de un poder en construcción queda mejor englobado, sobre todo por la elaboración del cierre, que el de Martín Riepl para el periodo de investigación que decidieron trabajar, donde hay una coincidencia mayoritaria. Además, me agrada bastante el tratamiento que hace de la crónica debido a su abordaje de la sutileza que acarrea. Cabe añadir, sin embargo, que ambos libros fueron escritos en circunstancias distintas. Por ejemplo, Rafaella tuvo acceso a entrevistar al presidente sobre quien escribía, lo cual no ocurrió con Martín.

La historia transcurre hasta, aproximadamente, junio de 2019, algunos meses antes del cierre constitucional del Congreso liderado por la organización criminal fujimorista, un gran triunfo para la democracia. Abarca, además, no solo el paso de Vizcarra por la presidencia, sino por el gobierno regional de Moquegua y su breve estadía como embajador en Canadá, antes de regresar de urgencia al Perú para asumir la banda presidencial ante la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski (quien, de todas formas, estaba por ser vacado). Incluye, también, el panorama de la política peruana y los eternos desprecios que suelen fluir en múltiples direcciones, entre los que predomina la clásica mirada por sobre el hombro limeña sobre el peruano de provincia.

Estaré atento a futuros trabajos de León, en definitiva. Y esperaré una segunda parte de esta intrigante historia.

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