‘Vizcarra’, por Martín Riepl: una historia intrigante

Un libro que debe volver


En contraposición con la portada del Vizcarra de Rafaella León, el de Riepl muestra al presidente en blanco y negro y una mirada sombría, una fotografía que no podría haber sido mejor seleccionada para la historia contada. Pero, vamos antes con un poco de contexto.

Desde que saltaron los audios de la corrupción el 7 de julio de 2018, se desenvolvió una transformación dentro de mí en cuanto a mi apasionamiento por la política. Siempre me he preocupado por el que al país le esté yendo bien, pero no solía involucrarme en el conocimiento del acontecer nacional de manera permanente. Por lo general, solo leía los titulares de política y, de vez en cuando, decidía leer uno que otro artículo. No obstante, particularmente, debo decir que, hacia el segundo semestre de 2017, me había hecho seguidor de BBC Mundo, cuyos artículos se configuraron en una magnífica lectura de compañía durante mis traslados largos. Ya desde ese año andaba desarrollando el deseo de mantenerme enterado del acontecer nacional y mundial, y no solo leer temas de índole académica (textos que, por supuesto, tienen también su propia marcada importancia para el conocimiento).

Sin embargo, fue con los audios que me introduje de lleno en lo que venía aconteciendo en el país. Me parecían tan aberrantes, que me llenaba de rabia pensar que había gente que solo existiera para «ver el mundo -en este caso específico, el Perú- arder». Y no es que nosotros, como población civil, no lo sospechásemos, sino que ahora la evidencia era prístina.

No obstante, no era el primer mega-frente de lucha que se había abierto en el país, sino que el caso Odebrecht ya venía con anticipación. Asimismo, paralelamente, de por sí, siempre había mantenido mi aversión hacia el fujimorismo, uno de los elementos más dañiños que tenemos en nuestra república. Hasta dicho punto, si bien no involucrándome con el detalle necesario, había estado al tanto del acontecer nacional mediante algunas noticias leídas (como lo mencioné), algunos reportajes vistos, tratamientos encontrados en lecturas académicas, discusiones en clases y conversaciones al interior de mi familia. Y, una vez más, nunca, y sin una pizca de duda, he dejado de considerar al fujimorismo como detestable y deleznable, y eso es decir poco.

Es, justamente, el fujimorismo uno de los «personajes» principales en la historia de nuestro actual presidente en su etapa política de los últimos tres a cuatro años. Cada país tiene su propio desenvolvimiento de hechos, la mayoría de los cuales solo llegan a ser conocidos, generalmente, por sus propios habitantes (al menos, los interesados en política). Un externo, si bien puede informarse sobre los acontecimientos preponderantes de otro país, no puede llegar a conocer ese día a día tan crucial, donde se viven las incontables victorias y derrotas de aquello que uno apoya de cerca, o de, al menos, lo que uno considera que es bueno.

Hay un día a día reflejado en los medios oficiales y, en nuestra actualidad, las redes sociales (con fake news y todo, lástima), un día a día que es como mantenerse en el «carro», siempre andando y, por consiguiente, «llevándonos» a mantenernos atentos a los acontecimientos perennemente cambiantes y a vivir esa «dulce tensión» que provoca la sensación de competencia, la cual conforma un imaginario en el que se piensa que el tiempo camina hacia la solución de los problemas, que los «malos» (una graciosa categoría que varía según a quién se le pregunte) caerán y el país será mejor. Es un ida y venida constante en el cual, como sociedad, no podemos bajar la guardia.


La política es como un juego de tenis de mesa, un «dame que te doy», un ámbito donde los acontecimientos pueden cambiar muy rápido y debes estar siempre atento para poder responder a tiempo cuando fuese necesario.

La historia que cuenta Martín Riepl, como lo menciono en el título, es verdaderamente intrigante. Su labor de investigación ha sido fantástica en cuanto a la aplicación de su metodología: entrevistar a tan diversas personalidades que abarcan desde personas que han trabajado de la mano con Vizcarra a nivel de gobierno (como la actual vicepresidenta, con quien ha tenido serios distanciamientos) hasta sus propios relativos (como sus hermanos, radicados en Moquegua), y contrastar las informaciones recabadas. No pudo, por otro lado, acceder a Vizcarra para el mismo fin.

No obstante, el bagaje de perspectivas es amplio y, si bien el autor intenta mostrar al presidente en los dos primeros capítulos como alguien de quien hay que tener suspicacias (quizás, como una estrategia de generación de expectativa para el resto del texto), en los capítulos posteriores sincera su postura y muestra una historia en la cual, desde los propios hechos, sin ningún ánimo de direccionamiento, la figura de Vizcarra destaca como la que el Perú ha conocido: a pesar de los no-graves errores cometidos a nivel político, es quien se erigió como alguien que cambió la política peruana para el futuro; alguien que, sin bajar la cabeza, le dio la espalda, como primer vicepresidente, al expresidente Pedro Pablo Kuczynski, quien lo había incluido en su plancha presidencial para postular al cargo, pero a quien siempre minusvaloró; alguien que se elevó desde «lo pequeño» (gobernar Moquegua, una de las regiones con menor población en Perú) hasta «lo más grande» (gobernar el Perú) con base, principalmente, en su propio desempeño, visión y estilo para moverse en la compleja red política peruana; alguien que tuvo la valentía de ser firme frente al fujimorismo y su maquinaria devastadora, a la cual, por ahora, ha ganado la batalla; alguien a quien una mayoría en el país puede finalmente adoptar como uno de los suyos e, incluso, admirar sin reparos que alcancen a ser suficientes.

Y todo esto no es porque Riepl -que, por cierto, deja sentir, de manera sosegada, su propia crítica en pasajes del texto, a medida que avanza su crónica, lo cual es un aspecto positivo y necesario- lo diga, sino es lo que se extrae de esta historia. Al menos, en mi caso, lo leído se suma al conjunto de conocimientos y entendimientos que ya había adoptado en ese «día a día» que había mencionado.

¿Qué es, entonces, la «traición y lealtad»? Es, finalmente, la traición y lealtad del «todos contra todos» de la política. Cuidarse las espaldas y formar alianzas son, necesariamente, actos de sobrevivencia. Asimismo, cabría preguntarnos si la ausencia de lealtad implica necesariamente traición. Y, también, si la lealtad implica un camino en doble sentido, y no solo de un lado a otro.

Cuando alguien rompe la línea, ¿podemos seguir hablando de lealtad? Y, en ese sentido, ¿cuáles son los contenidos de dicha línea? La obra de Riepl lleva a hacerse estas y otras preguntas, y es una lectura imprescindible para el entendimiento de muchos de los hechos de la coyuntura actual peruana, y necesita una segunda edición.

Sobre este último punto, me refiero no solo a su gran aporte a la literatura político-periodística peruana, en cuanto a la continuación de la historia bajo el mismo enfoque técnico, sino a una cuestión particular. Me explico. Cuando asistí a la presentación del libro en la Feria Internacional del Libro de Lima de este año, hasta esa fecha, incluso, el libro estaba con tardanza. Resulta que, hacía muy poco, el presidente, en su discurso por el Día de la Independencia (28 de julio), había soltado una «bomba»: «Nos vamos todos». Si bien no es un tema que describiré aquí, sí es uno que impulsó a Riepl a escribir un poco más, de último minuto, antes de cerrar definitivamente su trabajo.

Sin embargo, dicho cierre no fue tan fino. De una lectura con lujo de detalle, no hay un avance con el mismo ritmo hacia una conclusión que dé paso a una reflexión de salida, con plena conciencia de la continuidad de la historia. En cambio, en el penúltimo capítulo, en sus últimas páginas, hay una especie de cierre abrupto en donde, lo que sigue, son comentarios que tratan parte de la coyuntura del momento a manera de reflexión personal del autor. Y, luego, aparece un corto capítulo final (cuatro páginas) llamado «Notas urgentes», donde se brinda cuenta acerca de los sucesos del 28 de julio más una crítica final.

Por lo tanto, una segunda edición debería, al menos, manteniendo el ritmo del libro, llegar hasta el mismo punto final. O, aprovechando el «envión», continuar hasta la disolución del congreso (30 de septiembre), otro hito histórico de nuestra controvertida línea política.

En suma, este es un libro que debe volver.

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