La propaganda de Zibechi. Segundo y tercer comentarios

‘… Procuran evitar que alguien acumule conocimientos, lo que hace el ambiente más agradable y acogedor.
Las reuniones son permanentes y, como en los demás espacios, dedican entre un tercio y la mitad del tiempo de trabajo a “decirnos las cosas”; están habituados a las críticas y a aceptar los errores que todos cometemos. El hecho de que no haya jefes de oficina, que compartan el momento de las comidas, que fluya la información para que no quede en manos de nadie, contribuye a convertir un espacio que habitualmente es jerárquico y competitivo en horizontal y fraterno’ (p. 356).

Zibechi, Raúl (2018). Entre la emancipación y el colapso sistémico: Descolonizar el pensamiento crítico y las rebeldías. Lima: Colectivo Tejiendo Saberes.


El extracto, si lo liberamos de toda intencionalidad, presenta descuidos muy claros, por los cuales pierde toda capacidad de sostenerse a sí mismo. Una primera pregunta que puedo plantear es: ¿en qué tipo de organización, bajo algún tipo de regla explícita o implícita, se procura que alguien acumule conocimientos? Quizás, antes de pensar en responderla, deberíamos entender qué significaría “acumular conocimientos” para el autor. Considerando que no sabemos cuál es el significado de esta frase, podríamos indagar sobre la ubicación de lo condenable en la “acumulación de conocimientos” en una organización. Así, en el caso de darse esta “acumulación” en alguien, ¿conduciría ello irremediablemente a un ambiente organizacional menos “agradable y acogedor”? ¿Cuál es la relación entre la supuesta “acumulación de conocimientos” y el deterioro de un ambiente laboral? ¿Dónde se encuentra la conexión? Las organizaciones ven, como una característica positiva, al aprendizaje continuo —el cual, desde una cierta mirada, podría estar relacionado con una supuesta “acumulación” de conocimientos—, y ello no presenta una relación con la forma como se desenvuelve el ambiente laboral. En cambio, este último sí está relacionado con la cultura organizacional, los valores que profesa y actúa la organización, y, a un nivel micro, las personalidades individuales y de equipo. Además, si alguien “acumula conocimientos”, ¿acaso otros, de la misma manera, no lo podrían “acumular”?

Un segundo asunto es que, en las organizaciones, las reuniones son permanentes y diversas: son necesarias, lo cual no es sorpresa. Asimismo, existen espacios para la conversación amena y compartir momentos, como las comidas (almuerzos y, en ocasiones, desayunos), y la información fluye con naturalidad (por ejemplo, la información institucional se publica en algún repositorio de documentos o se comunica por los medios pertinentes). Por otro lado, en toda organización, pública o privada, existen las jerarquías, los “jefes de oficina”, y ello convive, en la más abierta normalidad, con lo previo —las reuniones, conversaciones, momentos compartidos y comunicaciones institucionales—. Es decir, lo jerárquico no implica falta de horizontalidad ni de fraternidad: estos aspectos sí se relacionan con la cultura organizacional, las políticas internas de gestión y, una vez más, las formas de ser de los presentes.

Finalmente, una nueva pregunta sería: ¿en qué sentido la competitividad es negativa y contraria a la horizontalidad o fraternidad? Por supuesto, una competitividad mal llevada, con envidias y/o individualismo, puede provocar relaciones no provechosas entre los miembros de un equipo de trabajo o al interior de una organización en general. No obstante, también puede generar lo contrario. Tan solo pensemos, por ejemplo, en los deportes. La competitividad puede honrar el respeto mutuo y fortalecer el crecimiento compartido no solo con el compañero de entrenamiento o de equipo, sino con el que se compite o el del equipo adversario.

Entonces, no llega a entenderse lo que el autor está criticando. Sus palabras, una vez más, se desenvuelven como una queja, sin sustento que las pueda sostener.


‘Mientras el diseño hospitalario tradicional consiste en pequeñas salas cerradas y tabicadas para aprovechar el espacio por criterios de rentabilidad, ellos han pensado en espacios abiertos, con ventilación, sol y aire, con habitaciones aireadas con grandes balcones que permiten que los internados se comuniquen en lo que definen como “una estructura ecológica”. Mientras las clínicas tienen aire acondicionado y los espacios miran hacia el interior con pequeñas ventanas, el centro de salud mira hacia las montañas y es un pequeño oasis de aire fresco en la ciudad calurosa. …’ (p. 358).


El extracto refleja una lectura de la realidad muy afectada. En principio, no se comprende qué sería, en la visión del autor, un diseño hospitalario “tradicional”, ya que su descripción está cargada de una especie de ideología que no le es posible dejar atrás para poder mostrarse más centrado. Pero, más allá de eso, me pregunto si ha, siquiera, pensado en considerar otros fundamentos potenciales para el sustento de los diseños, en lugar de lo que claramente es una imposición conceptual de la idea de rentabilidad como explicación central de lo que critica.

En primer lugar, entendiendo que la rentabilidad es más pertinente de enfocar desde el ámbito privado, no solo ella permite la subsistencia de una organización, sino también su mejora continua, las cuales benefician, a su vez, a pacientes, clientes (de ser el caso) y personal interno. La rentabilidad en el ámbito público, en cambio, se gestiona, mayoritariamente, desde el rendimiento financiero que obtiene el Estado a partir de los diversos mecanismos de financiamiento que lleva a cabo, con el fin de fortalecer la sostenibilidad económica de sus fondos.

No obstante, si salimos del ámbito financiero, desde un hablar más coloquial, podríamos pensar la rentabilidad en el sentido de cuánto se pudo generar en activos a partir de un determinado gasto o inversión. En esta última medida, sí sería criticable que se sacrifique la comodidad y/o seguridad del paciente a través de un diseño que priorice una mayor saturación. Es decir, es lógico que deban cumplirse parámetros previamente establecidos para la edificación y la organización de la atención, que incluye el concepto de capacidad. Pero, más allá de ello, no debemos olvidar que un análisis integral debería considerar que el objetivo de una organización privada es fundamentalmente distinto del de una entidad pública, y también lo son sus mecanismos de financiamiento. Entonces, los enfoques adoptados para tales decisiones van a tener puntos de partida diferentes. Es desde allí que sería más acertado enmarcar una crítica: así como hay aspectos comunes, los hay, de la misma manera, particulares.

En ese sentido, me pregunto si el autor ha tomado en cuenta que, justamente, debe haber requisitos técnicos para elaborar un diseño de sala según, por un lado, el tipo de enfermedad a tratar (para evitar la contaminación ambiental, por ejemplo) y, por otro, la infraestructura (por la seguridad de la edificación y la protección de los equipos médicos, como ejemplos). Toda edificación debe cumplir requisitos de ingeniería y, en definitiva, el tratamiento de la ventilación está enmarcado en ellos. Asimismo, no es posible conocer a qué está llamando “ventana pequeña”, ya que su opinión, a ojos de lo que expresa, no resulta confiable. Sin embargo, lo más probable es que esté utilizando el adjetivo “pequeña” como una manera de realzar su crítica, pero es muy sencillo comparar una ventana de pared con un espacio abierto que “mira a las montañas”. Si existe esa posibilidad (la de una vista a las montañas), será excelente que el diseño la considere (que es muy diferente del que no exista un establecimiento, sino que la vista se genere por estar a la intemperie). Aun así, la edificación de un hospital o una clínica sigue una serie de consideraciones que no pueden limitarse a evaluar si sus espacios presentan una vista a determinados paisajes. Eso podrá ser una alternativa en la medida que el entorno lo permita.


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