“… Cuando se deja de luchar por el poder se liberan energías creativas, empieza a ser posible construir, y con ello cobran nuevo impulso la cooperación, la ayuda mutua, la fraternidad, abriéndose un proceso interminable de transformación de las personas. Al no haber nadie que imponga orden, brota un orden interno, endógeno, sin supervisores ni mandos, fruto de la corresponsabilidad de los asociados. Se trata de un proceso que no se puede planificar ni conducir externamente. …” (p. 361).
Zibechi, Raúl (2018). Entre la emancipación y el colapso sistémico: Descolonizar el pensamiento crítico y las rebeldías. Lima: Colectivo Tejiendo Saberes.
Las energías creativas y aquello a lo que Zibechi llama construir (puedo formarme una idea general al respecto) pueden ponerse en marcha de muchas maneras. La “lucha por el poder” (según el contexto, en o hacia el Estado), como tal, es un proceso independiente de lo anterior. Es decir, si bien podría elaborarse una lista de factores capaces de afectar, en un momento determinado, la creatividad y el supuesto construir, habría que comprender qué es, específicamente, para el autor “lucha por el poder”. No creo que se esté refiriendo al mecanismo democrático por el cual se busca ganar una elección, o la aplicación del voto como procedimiento democrático al interior de un gobierno, especialmente en un parlamento, ¿o sí? No voy a negar que estos caminos están, muchas veces, llenos de oscuridades por la manera cómo los transitan algunos participantes e, incluso, algunas entidades del sector correspondiente. Uno de los ejemplos más deplorables lo ha escenificado el congreso peruano en los últimos cinco años. Sin embargo, si la intención es decir que el mecanismo democrático (la aplicación de la democracia), como concepto, impide la creatividad y la “construcción”, no hay sustento que pueda salvar tal afirmación.
De la misma manera, la búsqueda (legítima) de una posición de poder (jerárquico en el Estado) también es un proceso aparte de la cooperación, la ayuda mutua y la fraternidad. Es decir, la primera no excluye a las siguientes. Aquí, aplica el mismo argumento elaborado en el párrafo anterior, así que no lo repetiré. Cabría entender, asimismo, desde la perspectiva del autor, en qué parte de la población, y de qué manera, se evidencia una falta de “cooperación, ayuda mutua y fraternidad” cuando la democracia sigue su camino. Incluso, si la democracia, que nunca es perfecta, falla, no necesariamente vamos a estar ante una inminente pérdida de cooperación, ayuda mutua y fraternidad, ya que estas características dependen de los valores y principios de las personas y familias, y de la manera cómo viven sus vidas. Hemos visto en todo el mundo, durante el primer año de pandemia, las muy diversas movilizaciones que se han dado, lideradas principalmente por jóvenes, para protestar contra lo que está mal en sus sociedades, lo que su administración estatal está haciendo mal. Un ejemplo —todo lo contrario a deplorable, esta vez— está en el caso peruano, cómo su población se opuso a la usurpación del poder ejecutivo por una mayoría de miserables desde el congreso, situación frente a la cual la llamada Generación del Bicentenario, acompañada del fervor proveniente desde cada rincón del país, se alzó con la victoria para recuperar la democracia, una institución considerada fundamental para el bienestar nacional, que ha quedado tan resquebrajada. ¿Hubo allí falta de cooperación, ayuda mutua o fraternidad?
Pasando a un siguiente asunto, la existencia de una jerarquía organizacional implica el diseño y establecimiento de un orden que, se entiende, debe ser respetado para que proporcione un correcto funcionamiento y, así, contribuya al logro del objetivo. Este orden existe con fines de aumentar la eficiencia en la actividad de una organización y evitar la redundancia de procesos, así como delimitar y distribuir las responsabilidades y cadenas de mando. Es parte de la teoría de la administración, y no algún tipo de juego de poder o capricho. Asimismo, un “orden interno, endógeno” puede brotar en cualquier situación en que sea visto como necesario, tanto en un contexto organizacional (institucional) como fuera del mismo. Ese “orden interno, endógeno” no es exclusivo, como parece pensar Zibechi, de sociedades como las que describe favorablemente, sino general.
Cuando se forma un equipo (de trabajo, deportivo, comunal, etc.), es de esperar que se produzca un orden interno allí. Cuando una comunidad requiere satisfacer una necesidad, se organizará para poder atenderla. En este camino, según la configuración del problema identificado, decidirá trabajar conjuntamente por cuenta propia o, también, solicitar el soporte de su municipalidad. Esta organización comunal, además, podrá seleccionar miembros que conformen una dirección, un comité directivo, y es más probable que así suceda si el conjunto de personas representadas es grande. Entonces, antes que andar pensando en “imposiciones”, ¿no ha considerado el autor que el surgimiento de aquel “orden interno, endógeno” responde a la necesidad de establecer una estructura que pueda ser el medio para lograr un objetivo? Zibechi yerra severamente al asociar este resultado (el surgimiento del mencionado orden interno) a un tipo exclusivo de pensamiento (por no decir ideología) en lugar de considerarlo natural en cualquier grupo humano (como si no pudiera tener esa capacidad).
Finalmente, la formación de un orden interno, o estructura interna, no es mutuamente excluyente con una planificación o conducción externa (habría que entender, por cierto, qué sería “planificación” y “conducción externa” para el autor). Con el fin de ilustrar, una determinada planificación —por ejemplo, para un proyecto institucional transnacional— puede considerar el diseño de un orden determinado para el objetivo que se busca alcanzar. Sin embargo, en los equipos de trabajo en cada país pueden surgir, espontáneamente, órdenes personalizados según los acuerdos al interior de cada uno, y ello no contradice el orden central. Al contrario, el orden central, como es lo regular, no interfiere (y, más bien, impulsa) en que puedan generarse otros órdenes complementarios con el fin de alcanzar mejores resultados. Por lo tanto, hay una clara serie de conceptos desviados de la realidad en las palabras de Zibechi.
“Las reuniones no están solo dedicadas a la toma de decisiones (productividad capitalista), sino a compartir información, reflexionar colectivamente, construir confianza, hermanarnos que es una de las formas más intensas y plenas de estar en el mundo. …” (p. 362).
¿Está queriendo decir aquí Zibechi que una toma de decisiones en reuniones es “productividad capitalista”? Cada vez que se toma una decisión, en cualquier ámbito (incluyendo aquellos favorecidos por el autor), ¿se está haciendo “productividad capitalista” (al menos, si en esa reunión “solo” se toma decisiones)? Frente a una carencia de elaboración mayor, no se puede entender qué tipo de relación se está estableciendo aquí: ¿una toma de decisiones que llevan a la / que producen / que se sustentan en / que cargan consigo la idea de «productividad capitalista»?
Un razonamiento sumamente extraño. Las decisiones se toman en todo momento de la vida, y empiezan a darse desde el instante en que una persona abre los ojos al despertar hasta que cae dormido luego de vivir el día. Efectivamente, en un contexto institucional o empresarial, hay decisiones que pueden estar relacionadas con el incremento de la productividad o la rentabilidad; sin embargo, ¿dónde está lo cuestionable o criticable en que esas decisiones deban, naturalmente, tomarse? Una organización, según su rubro, sector o pertenencia, requiere pensar en esas decisiones, y no necesariamente solo en esas decisiones. En dichas reuniones de trabajo, también, se comparte información, se analiza, se discute, se reflexiona colectivamente y, si el desenvolvimiento ha sido favorable, se contribuye a generar y/o fortalecer la confianza entre las partes.
Por lo visto, el autor se muestra ampliamente sesgado en sus expresiones. Es como si se hubiera subsumido en su propio activismo y hubiera perdido (o nunca tenido) la intención de conocer más sobre aquello que critica.