La sensación de completa solitud en la montaña, con los impresionantes paisajes que se avistan alrededor, es única. Al otro lado del sendero, el camino continuó por incontables lomas, sin doblar a la derecha o izquierda. En cierto punto, observé a uno de los viajeros echado en el pasto a uno de los lados del camino. Le pregunté cómo estaba y me dijo tenía un problema con el estómago y estaba esperando a recuperarse para luego continuar. Ya no lo volvería a ver.
Saqué una manzana y seguí avanzando mientras comía. No imaginas el manjar que es comer una manzana jugosa en una montaña luego de gran recorrido. Me fui encontrando con otros compañeros, quienes fueron quedando atrás por un motivo u otro. Yo seguía a mi paso, lento y constante, el cual había emprendido en esta nueva parte del trek. Por mucho tiempo estuve equivocado sobre cómo se debe caminar en montaña. O, al menos, cuál es una forma muy recomendable de hacerlo. De esto hablaré con más detalle cuando empiece a escribir las historias de mi tercer viaje a Arequipa. Sin embargo, aquí diré que, luego de la intensa primera parte del trek, la cual hice, como solía hacer, sin medir el esfuerzo y creyendo que todo se trata de «meterle punche», en esta segunda parte del camino, ya no de tanta pendiente, fui decididamente despacio para recuperar levemente las energías y no gastarlas a montones como lo venía haciendo. Me di cuenta de que caminar así, con esa cadencia marcada, me permitía avanzar de manera más constante, sin necesidad de parar continuamente para recuperar el aire o la energía ida.

Es así que continúe con mi paso y llegué a un punto donde debía girar a la izquierda y subir una loma, la más alta de las que venía recorriendo en esa parte del camino. En dicha subida, ya se dejaba notar el sendero por el que había que transitar. Al otro lado, se encontraba imponente la laguna Huangro, tan oscura que no podía determinar su color verdadero. Quizás azul, quizás morado, o hasta gris verdoso, o quizás todo a la vez.

Encontré en la laguna a quienes habían llegado primero. Una compañera, al verme, me dio un cumplido muy bonito, el cual reforzó el concepto del descubrimiento que había tenido. Si bien no recuerdo exactamente sus palabras, se refirió a que había llegado hasta ese punto sin que pareciera estar cansado.
Ella y las personas que habían llegado primero habían ya tomado un pequeño reposo para luego subir al cerro Cascacocha. Por mi parte, que recién daba mis primeros pasos allí, necesitaba ese reposo. Algunos otros fueron llegando al punto y, luego de unos minutos más, los insté a continuar hacia el Cascacocha. La hora de referencia era estar en la cumbre como máximo a la 1 p.m., así que emprendimos camino.
De la laguna hacia el cerro, no es bueno atacar por el margen derecho, que presenta una superficie llena de rocas, la cual merma las energías considerablemente (y consume tiempo). Es mejor empezar a subir pegado al margen izquierdo, ya que no es de una superficie así. En ese momento, no obstante, no nos dimos tiempo para analizar mejor el camino: solo queríamos subir lo antes posible.
Terminadas las rocas, seguía un tramo de pendiente empinada, tierra dura y algunas piedras pequeñas, para luego entrar a una interminable cuesta totalmente cubierta de estas piedras donde no podías avanzar sin retroceder un porcentaje de lo avanzado: tus pies se hundían en el mar de piedras a cada paso y te hacían deslizar una fracción en retroceso. ¿Imaginas lo cansador que es ese tipo de avance, y más con alta pendiente?
Avancé hasta donde razonablemente pude; es decir, observé cómo seguía el camino y la hora que era, y me di cuenta de que el esfuerzo extra no iba a valer la pena: la hora de referencia estaba cerca y lo que faltaba por subir iba a tomar más tiempo. Así, en lugar de seguir gastándome, decidí bajar junto con los compañeros que se habían quedado en el camino también. En cambio, las personas que salieron primero llegaron a la cumbre y me alegro por ellas, donde se encontraba también la compañera que me dio el cumplido.
Queda para mí como reto pendiente retornar, ya con más físico y una manera mejorada de caminar en montaña, así como mejores implementos de viaje. Por mucho tiempo, no tuve una mochila regular de montaña, de esas que se adaptan al torso y distribuyen el peso, sino una mochila simple de ciudad, la cual deja todo el peso a los hombros y espalda. Créeme, la diferencia entre una mochila y otra es realmente notoria. Ahora, si bien es una caminata que me encantaría realizar de nuevo, con la consiguiente cima en Cascacocha, no es un objetivo primario. Sin embargo, si llego a regresar a Huangro e intentar dicho cerro, lo estaré contando en este blog.
Al bajar a la laguna nuevamente, me encontré con Shengxiang, quien, al haberla alcanzado, se encontraba bastante animado. De cierta manera, intenté compartir su ánimo. Así, luego de algunas fotos, sin más demora, emprendimos el viaje de retorno. Largo camino de vuelta.
Recuerdo que, ya no muy lejos del pueblo, improvisamos un poco el camino (recordar que en la ida todo estaba oscuro al inicio), y no había un monitor que indicara por dónde había que pasar. Es decir, estábamos bastante dispersos entre todos. Los monitores del camino no podían estar en todos lados. Aun así, con quienes me encontraba más cerca, logramos sobresalir y llegar al pueblo, bañado de una preciosa iluminación solar.
Me lavé los dientes antes de subir al bus y, así, fueron llegando poco a poco las personas restantes para luego emprender el camino a nuestros hogares.
Mi segundo viaje a Arequipa se encontraba cerca.
Por cierto, si viste el video inicial, sabe que a mi mamá llamo de cariño «topito» o «topita».
¡Hasta pronto!