La siguiente salida el 2015 tuvo como destinos los picos Anticonas de Ticlio. Si tuviera que aproximar un promedio de sus alturas, diría que giran alrededor de 5150 m s. n. m. a partir de lo encontrado en Internet. La Anticona 3 es la de mayor altura (y mayor dificultad de llegada a su cumbre); le sigue la 2 y, finalmente, la 1.


Aquella vez, no solo fue el evento organizado por la Red de Montañistas de Lima, sino que su representante principal me preguntó si podía ser monitor asistente. Acepté para vivir la experiencia (aunque pienso que no volvería a aceptar algo así con ningún grupo o club). Ello significaba que iba a tener que estar al tanto de lo que pasara con la mitad posterior de los participantes del evento. Anthony, un amigo montañista, sería el monitor principal e iría adelante. Asimismo, significó también, a raíz de lo que acontecería posteriormente (o que no acontecería), una de las razones primeras que me llevarían a retirarme de la RML. Volveré a este punto luego en este relato.

Después de superar una primera cuesta, sigues un sendero en subida que te conduce directamente hasta la superficie de una loma. En ese camino, a tu derecha observas algunas lagunitas que alegran el paisaje. Ese día, 8 de marzo, nos acompañó la nieve además. Esa misma loma estaba repleta de ella, aunque una capa superficial. Luego de unas fotos, continuamos camino. Se asciende, desde allí, solo un pequeño tramo más y se alcanza un punto donde existen dos opciones: un camino en subida, por la derecha, hacia la Anticona 1 (desde cuya cumbre se puede avanzar hasta la cumbre de la Anticona 2), o un camino en bajada, y luego de frente, por la izquierda, hasta el punto en que se asciende, nuevamente, hacia la base de la Anticona 2, y que también es la base de la Anticona 3 . Tomamos esta segunda opción.


El «problema» con esta segunda opción es que alcanzas el momento en que, por haber bajado, toca hacer una subida directa hasta la base mencionada, y no es una subida sencilla. Ya en la base, volvimos a encontrarnos con la nieve, la cual estaba más densa que en la loma a la que habíamos llegado con anterioridad. Quienes ya nos encontrábamos allí, mientras descansábamos, esperábamos un rato a que nos alcanzaran algunos de los viajeros que habían quedado atrás. (Sí, seguro lo estás pensando: como monitor, debía estar yo más retrasado; sin embargo, ello implicaba ir a un ritmo marcadamente por debajo del propio, ya que había una persona que, definitivamente, no estaba en condiciones físicas para esta salida. Andar a un ritmo así llega a generar mayor cansancio y estrés. Igual, siempre echaba una mirada a la situación grupal que me correspondía.)



En cierto momento, me mandé por mi cuenta a la cima de la Anticona 2. Pasé como por el filo de una navaja tamaño «montaña» y luego continué subiendo. Las vistas eran espectaculares, principalmente por la visión de adversidad en el paisaje. Un cielo lleno de neblina, nieve, rocas, viento. Y llegué a la cumbre. Me quedé un rato allí, esperando al grupo de gente que venía. Tomamos varias fotos y descendimos. Decidimos ir ahora a la Anticona 3, y allí sí hubo que hacer un mayor esfuerzo por la escalada directa (con manos y pies). Algunas personas habían ido primero a la 3 y luego se dirigirían a la 2. Roxy, una amiga que he introducido recientemente en este blog, había sido una de las primeras en llegar a la base. Ella y uno o dos amigos más alcanzarían las tres cumbres. Al igual que en la 2, tomamos fotos en la 3 y nos alegramos por ser el mayor logro del día.
Cumbre de Anticona 2
Cumbre de Anticona 3
Al bajar, como el bastón de trekking que llevaba me incomodaba para des-escalar, y dado que no tenía una mochila apropiada de montaña para anexarlo allí, no recuerdo si lo lancé para recogerlo más abajo, lo lancé a alguien que estaba más abajo para que lo tomara (lo cual no pudo hacer) y me lo entregara luego, o si simplemente se me cayó: el problema es que, al golpearse con las rocas, se rompió el mango. (Creo que se trató de la segunda opción, incluyendo que mi lanzamiento no fue bueno.) Siempre me dije que algún día lo repararía de alguna forma, pero nunca lo hice. Y se mantuvo en pedazos en mi habitación por mucho tiempo, hasta que lo boté.

Una vez en la base entre las Anticonas 2 y 3, vimos que ya era hora de volver. Algunas personas ya habían emprendido el camino en retorno. En ese caso, como ya se trataba de regresar, sí me estuve quedando casi al final, en el mejor papel de monitor que pude interpretar, para asegurar que nadie tuviera dificultades extra en el tramo de vuelta. Sin embargo, no sería un retorno exento de problemas. Un amigo mío, que había estado caminando bien, se había puesto un poco mal y le costó hacer la primera bajada desde la base. Estaba quedando de último. Yo me encontraba en la parte inferior de esa bajada y, desde allí, lo esperaba y llamaba con fuerzas hasta que, finalmente, recobró energía y continuó, pero lento.
Avancé hasta la loma de nieve que había mencionado al inicio. Pasé a la persona que señalé que no estaba en buenas condiciones físicas para esta salida. Éramos quienes quedábamos al final: mi amigo, él y yo. Desde esa loma, ya solo quedaba bajar, y empecé a hacerlo. En cuestión de minutos les sacaba gran ventaja, y es que necesitaba apurarlos, ya que estábamos bastante atrasados respecto del resto.

Debo admitir que tal situación me fastidiaba bastante. No podía tener continuidad, mi paso era cortado. Debía detenerme cada cierto tiempo a esperarlos. Obviamente, no tenía que ver con ellos de manera personal. Sin embargo, este es el motivo por el que no me gustaría ser monitor asistente: no permite a uno mismo desarrollar su caminar con la fluidez que necesita, y es justamente eso lo que busco en las salidas (en general). Aquí, además, hay un tema ampliamente discutido: ¿cómo se maneja en los grupos organizados o clubes el decidir quiénes van y quiénes no van dependiendo de la salida? Haciendo una exageración, no podrías llevar al Aconcagua a alguien que tiene poca o nula experiencia en montaña. El principal motivo es que representa un peligro para la persona sin la experiencia suficiente.
Sé que soy duro en este tema, pero, sin duda, la responsabilidad es compartida. Está bien, quieres ir y pagas tu inscripción. Tienes «derecho». Pero, ¿de qué manera incluye ese «derecho» el respeto a las personas que sí estaban en condiciones de hacerlo y a los monitores mismos? Y, en el plano funcional, ¿cómo evito que una persona envíe el dinero de la inscripción si no cumple con los requisitos señalados en el evento? Y si lo hizo, ¿cómo saber si realmente cumple o no con los requisitos? Si dice que los cumple, ¿cómo creer en su palabra? Imagino que es una cuestión de salto de fe en muchos casos, pero no en todos, por supuesto, ya que pueden generarse maneras de recoger indicios sobre lo que señalaría de su experiencia.

Ya estábamos en el tramo final. El camino lo veía claro (en realidad, no siempre hay un sendero, pero es bueno hacer uso de la memoria y visualizar indicios de dónde puede estar la «salida del laberinto»). Sabía que los dos viajeros estaban algo alejados, pero los tenía en la mira y no quedaba mucho, y pensé que me estarían observando. Bajé por la cuesta que subimos inicialmente, con la certeza de que los muchachos seguirían mi camino (desde su ubicación ya no me llegarían a ver una vez me encontrara en progreso del último descenso, en realidad). Llegué a la carretera. Pasaban los minutos, el resto del grupo esperaba en la van que nos iba a llevar de vuelta a San Mateo. Anthony se alteraba ligeramente al preguntarme dónde estaban los dos faltantes. Le explicaba la situación.
Ellos se habían encontrado en el camino y estaban andando juntos. A uno de ellos le habían dado una radio para que pueda comunicarse y, a mí, otra. Intenté hablarle por ese medio y me dijo que habían llegado a un punto en que no sabían cómo seguir. Me molesté, dado que no podía creerlo. Subí de nuevo a buscarlos. Le pedí que siguieran avanzando. Es más, en un momento hablé con Anthony por la radio opinando molesto sobre la situación, lo cual escuchó el tercer poseedor de una y me pidió que no me molestara; me dio a entender que él no tenía la misma experiencia y por eso estaba pasando algunas dificultades. Comprendí su punto, obviamente, pero no cuando de su instinto se trataba. Explorar un poco te resuelve muchos problemas en esta vida, pero ni él ni mi amigo lo intentaban (estando tan cerca ya del fin del camino). Es una joda escribir sobre estas cosas, pero mucha diplomacia a veces no te acerca al grano. Y es que, al final, el mensaje es: «Inténtalo al menos, no te quedes parado», lo cual no puede ser negativo. Y sí: sé que también debe evaluarse en qué casos se intenta y en cuáles no. Hay muchos factores en juego. Lo dejaré ahí. El punto está expresado.
Los encontré parados en una lomita, mirando y esperando. Me vieron y recién visualizaron el camino, por lo que se pusieron en movimiento. Volví a bajar a la carretera y ya, después, los vimos, desde abajo, descendiendo y acercándose. De ahí, de vuelta a San Mateo y luego a casa.

Pero allí no acaba todo. ¿Recuerdas que dejé un tema pendiente? Sí. Resulta que, al trabajar de monitor, de acuerdo con el monto económico acumulado de las inscripciones, la RML convertía (no sé si lo sigue haciendo ahora) soles a puntos, con los cuales podías financiar equipo de montaña en determinadas tiendas. ¿A quién le correspondía calcular los puntos correspondientes para cada monitor? Obviamente, a un representante de la Red, ¿no es así? Fui comunicado que esto lo iba a hacer Anthony, que tenía la información de los costos y las políticas. OK, esperaré. Pasó un tiempo y volví a preguntar, pero me dijeron que no se había calculado y que se le iba a pedir a Anthony que resolviera el tema. No recuerdo si alguna vez le pregunté a Anthony al respecto, pero ¿debía haberlo hecho? ¿Me correspondía hacerlo?
Esos puntos nunca me fueron entregados. En realidad, fueron usados para pagar una renovación de membresía que no había solicitado a fines de dicho año. Como lo mencioné en otra publicación de este blog (correspondiente al primer viaje a Arequipa), me había hecho miembro a fines del 2014 y la membresía duraba un año. Cuando recibí mi carné en una reunión más adelante el 2015, ya hacia finales, observé allí que la membresía vencía en diciembre de 2016. No me molesté en preguntar el porqué de ese cambio en ese momento. Me sentía feliz de lo que se estaba logrando y lo que se avecinaba. Ya en el 2016, llegué a preguntar una vez más qué había pasado con esos puntos que se me debían, y me comunicaron que se los había usado para pagar mi segunda membresía. Dejé pasar ese hecho en ese momento, considerando que me ahorraba un problema logístico, pero en el fondo sabía que no era lo correcto. ¿Dónde quedó la consulta previa? Al fin y al cabo, no era la primera vez que había tensiones ni sería la última.
El camino continuaría y, más adelante, se bifurcaría.
