El taxi del aeropuerto de Arequipa al centro ha solido costar, por años, 35 soles, tomado en el mismo aeropuerto. Llegué alrededor de las 8 de la mañana a mi hospedaje. Esta vez, fue el hotel Terra Mística – Monasterio, ubicado justo detrás del precioso Monasterio de Santa Catalina, en la “caleta” cuadra 4 de la calle Zela.
De manera anticipada, sabía que no había check-in a mi hora de llegada, sino a las 2 p.m., aproximadamente. No obstante, muy amablemente, sin que lo solicitara, habilitaron rápidamente una habitación libre, que no me correspondía por ser de dos camas, para que pudiera estar y no tuviera que esperar tantas horas. Hay quien diría que lo hicieron porque les era posible, pero es muy diferente, efectivamente, tomar la decisión con el riesgo de consumir una habitación que podría ser solicitada, a última hora, por otras dos personas, quienes en conjunto pagarían un precio más alto. De manera anticipada, ya estaba, incluso, comunicado de que podía dejar mis pertenencias guardadas hasta el momento en que pudiera tener acceso a mi habitación, lo cual, finalmente, no tuve que hacer.

Al entrar a ella, el espacio se mostraba completa y absolutamente llamativo. Sentía un terrible deseo de echarme sobre una de las camas, taparme y dormir un par de horas, pero antes necesitaba abrir mi maleta roja y sacar algunas cosas. En lo que me agaché con cierta velocidad para continuar bajando el cierre, no estuve consciente de la cercanía de otros objetos, como la mesa fija que daba a una de las paredes. Lo siguiente que sentí fue un golpe punzante en el centro de la línea de la frente donde empieza el pelo: me había dado exactamente con una de las esquinas, la cual, menos mal, era de punta ovalada. Me tomé con las dos manos e hice el gesto de agacharme hacia el lado opuesto lleno de cuestionamiento a la vida por lo que había pasado, mientras intentaba entrar en un estado de concentración que me permitiera no desesperar frente al dolor inmediato y aguantarlo.
No fue para tanto, pero lo que vi en mi primera mirada al espejo es que había empezado a sangrar, y, mientras me aproximaba al baño de la habitación, la primera gota empezó a recorrer mi cara. Me tomó unos minutos llegar a un punto de cicatrización. Utilicé el alcohol que tenía para limpiarme. Si no hubiéramos tenido una pandemia, no habría tenido un alcohol a la mano. Cosas que cambian en la vida.
Fui a dormir y aún sentía la zona del golpe lastimada. Cada toque manchaba el papel higiénico, sin que estuviera en una situación de “derrame”. Pude dormir, creo, un rato. Al recomponer mi cuerpo, ya tenía la cicatrización deseada. Igual, no iba a salir sin gorra debido al sol.

Me alisté y caminé una buena cantidad de cuadras hasta el local de mi agente de viajes en Arequipa de toda la vida, a quien me animaría a llamar amiga, pero difícil sería hacerlo sin saber si ella me ve igual. De todas maneras, la aprecio bastante y puedo decir que su preocupación por ofrecer un servicio de la mejor calidad está presente en todo momento. Ha sabido salir adelante por su cuenta y merece todo el reconocimiento posible. He sido un eterno cliente y ella me ha dado siempre el soporte necesario. En la actualidad, la encuentras al escribir Montañas y Aventuras en el Maps. Si la aplicación te lleva hasta Arequipa, vas por buen camino. Esta es mi recomendación para todo/a viajero/a que desee, valga la redundancia, aventura y montaña en Arequipa.
Conversamos por largo rato. Recuperamos conversación de la que no pudimos tener por motivos de tiempo en mi visita de noviembre a la Ciudad Blanca. Me prestó un poco de gasa con una especie de agua oxigenada para mi herida, aunque ya no era necesaria. Me probé unos guantes gruesos, ya que por confiado no había traído los míos. Asimismo, un arnés, el cual había olvidado. Aún no estaba claro si la cumbre detrás de la cual íbamos a ir era la más alta del volcán Ubinas, un tema que fue revisitado continuamente. En un escrito distinto hablaré más del asunto. Me acompañó un tramo del camino de retorno por una ruta distinta de la que había usado para venir, y luego seguí por mi cuenta.
Directamente, me dirigí al restaurante Residente, ubicado en la cuadra 2 de la calle San Francisco. Había conocido el lugar en el último día de mi viaje de noviembre, una historia que contaré en otro momento. Ahora, solo sabía que quería retornar debido a la exquisitez de su comida. Pedí exactamente lo mismo que la última vez: un menú ejecutivo, de 35 soles, que lo construí con una crema de zapallo, risotto con saltado, limonada y helado de chocolate. Añadí una favorita: Cuzqueña negra. Me atendió una venezolana súper agradable que me dejó enamorado con solo verla e interactuar con ella mientras duró mi visita. Recuerdo que, desde lejos, haciendo sus cuentas en una mesa, me miraba de rato en rato de reojo para saber si ya iba terminando mis platos para traerme el siguiente, o atender alguna necesidad. Cómo olvidarla.
Después del almuerzo, regresé a darme una ducha y descansar a la habitación. La tarde pasó mientras descansé, ordené mis cosas, empecé a preparar mi mochila de montaña y di inicio a la lectura de un libro ampliamente esperada: Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, del inmenso José Carlos Mariátegui. Durante el viaje, llegué a completar los primeros tres, pero solo me bastaron el segundo y el tercero para darme cuenta de todo su poder literario. Fue, como lo he sabido, y sigue siendo, por esas interpretaciones que he empezado a conocer, estratosférico. Una verdadera izquierda peruana debería estar cimentada en sus ideas, escritas hace 100 años, y no ser el chiste que es en la actualidad, con políticos de izquierda —y también de derecha— que no saben dónde están parados, que ven al estado peruano como una oportunidad de beneficiarse a sí mismos, encubriendo sus acciones con discursos ideológicos sin ninguna sustancia, con lógicas forzadas y simplificaciones retóricas aplicadas para enganchar a quienes buscan, desde la población, de dónde colgarse, en lugar de establecer una postura informada y razonada por sí mismos.
Me tocará a futuro hablar de Mariátegui y su libro en este blog, como hago con los libros que leo, pero no será ahora.

Salí por la noche para comprar Kitadol y Sorojchi Pill, pero el segundo fue reemplazado por un equivalente natural cuyo nombre no recuerdo, ya que mi solicitud no encontró stock. Asimismo, con ánimo de no gastar mucho por los pagos que ya venía realizando en este viaje, elegí un restaurante no muy costoso para cenar, y tanto la atención como la comida dejaron que desear. Fue un chifa, pero debo decir que hay amplio espacio para mejora allí. Para mí, es muy común comer en chifas, y los precios, en distintos lugares en el Perú, suelen ser similares. No obstante, he comido en mejores locales, tanto por su sabor como su atención.
Como cuento en mi publicación anterior, el día comenzó en la madrugada del 6 de abril. El presente año se trató del Jueves Santo, ya que fue la Semana Santa en todo el Perú. En esta semana, tanto jueves como viernes son feriados, y cada región realiza sus propias celebraciones o formas de vivir estos días tan importantes para la religión católica.
Sin embargo, no todas las celebraciones son de índole religiosa, y lo que me encontré al salir por la noche fue, primero, que una calle que bordea uno de los lados del monasterio se había cerrado para la venta, en puestos ambulantes, ubicados uno tras otro siguiendo la línea de ambas aceras, de ponche y comidas al paso en cantidad. Quedó totalmente repleta de gente en grupos comiendo muy amenamente y, otra, pasando lentamente hacia la siguiente cuadra — donde me encontré—. Asimismo, al entrar a la calle San Francisco y continuar hacia la Plaza de Armas, y en esta misma, lo que vi fue un mar de gente que disfrutaba de la noche de maneras tranquilas, yendo de un lado para otro, o a la espera de otras diversiones. Por mi parte, tenía puesta mi mente en el viaje que iba a emprender el día siguiente.
Al retornar, caminé por la misma calle de comidas y ponches abarrotada de gente por donde había pasado previamente. Me arrepiento de no haberme quedado a comer algo allí en lugar del chifa al que fui. Sí intenté vivir la experiencia después del viaje a la montaña y antes de retornar a Lima, pero ya se había levantado todo. En fin, ya solo quedaba la hora de ir a dormir y soñar con los cielos que estaba por alcanzar.
