‘En la relación con los movimientos sociales, los llamados “especialistas” no viven en los mismos lugares ni forman parte de esos movimientos, ni siquiera se identifican con ellos. Son agentes externos que a menudo consideran que la distancia es el mejor modo de comprender al “otro”. La aplicación del concepto de “movimiento social” a pueblos en lucha como los nasa, mapuche y zapatistas, y de los diversos pueblos afrodescendientes, es una muestra de ese profundo desencuentro. …’ (p. 421).
Zibechi, Raúl (2018). Entre la emancipación y el colapso sistémico: Descolonizar el pensamiento crítico y las rebeldías. Lima: Colectivo Tejiendo Saberes.
Me encuentro ahora en el último capítulo del libro, titulado “Consideraciones sobre metodologías”. Una vez más, Zibechi muestra un lenguaje forzado, como si algún fantasma se convirtiera constantemente en digno de su fastidio. En esta nueva ocasión, carga contra los investigadores mediante una aparente burla.
Dependiendo del ámbito, a nivel formal o informal, a los investigadores se les llama también especialistas, expertos o científicos (en seco o con algún complemento). Son etiquetas para denominar una profesión o un estado de conocimiento. Han dedicado un tiempo importante de su vida para estudiar y formarse en un determinado campo, y se han aplicado en la investigación para ampliar su comprensión de este. Entonces, ¿por qué este asunto debe resultar en una afectación a la vida de Zibechi? ¿De qué manera lo ofende? ¿Qué tiene que ver con él? Por un lado, los investigadores no están buscando la aplicación de ciertas etiquetas sobre ellos para ser resaltados. Por otro, es un esfuerzo improductivo estar pendientes de cómo los llamen. Es más, pareciera que a Zibechi se le fuera la vida en renegar por la manera como desarrollan su existencia las personas que no pertenecen a lo que denomina los “pueblos en lucha”.
¿Y por qué tiene que ser criticable que los investigadores no vivan o no se identifiquen con, o no sea parte de, los movimientos sociales? ¿Acaso no pueden tener un domicilio propio o pertenecer a un centro de investigación (una universidad, por ejemplo) y, desde allí, hacer uso de la posibilidad de movilizarse libremente para recabar, trabajar y preparar la información que necesitan? Si su objetivo es realizar un estudio específico, están en su pleno derecho de hacerlo (siempre que cumplan con los procedimientos éticos regulados y/o esperados). El resto, por parte de Zibechi, se resume tan solo en tratar de imponer, bajo una falsa moral, una serie de restricciones para la labor de los investigadores. Un ejemplo: un investigador puede decidir estudiar un partido político que, a nivel personal, promueve ideas opuestas a lo que dicho investigador piensa. Para efectuar dicho estudio, ¿debe renunciar a sus ideas e identificarse con dicho partido?
Encuentro poco sentido en los argumentos de Zibechi. Los investigadores pueden ser agentes externos: es una posibilidad, tan común como corriente. Viven en un domicilio, trabajan en un determinado lugar y pueden movilizarse. Si resulta que su investigación se desarrolla en la comunidad donde viven, pues a buena hora, pero no siempre puede ni necesariamente debe ser así. Por otro lado, la distancia como concepción de investigación es una cuestión epistemológica y se comunica en el documento de resultados: cuál ha sido la posición del investigador. Zibechi se queja no solo de la distancia física, sino de la distancia de investigación. Él puede tener una opinión al respecto, y está bien, pero bien le haría entender que se sigue tratando de una opinión. De esa manera, podría dejar de mostrarse con tanto aire sarcástico y autoritario, justo lo que tanto rechaza.
Por último, se refiere al uso de “movimientos sociales” por parte de los investigadores como muestra de un “profundo desencuentro” respecto de lo que investigan. ¡Pero él mismo inicia el extracto citado (leer la primera oración) señalando, con naturalidad, a los movimientos sociales! O bien no se dio cuenta de esta contradicción, o ha querido dejar implícito que él “sí sabe” qué es un movimiento social, y por lo tanto está “habilitado” para usar el término. En ese sentido, critica su uso por parte de investigadores sobre determinados pueblos, pero yo plantearía dos elementos y dos preguntas: (1) si efectivamente algunos investigadores han usado el término de manera no apropiada, esto no es generalizable; (2) el uso del término puede tener un sentido explicado en el texto completo de la investigación, y no necesariamente reemplaza a denominaciones propias de las comunidades y pueblos; (3) Zibechi habla de un “profundo desencuentro” por el uso no apropiado del término: ¿debe ser asumido como incuestionable el sustento (no expresado en el extracto comentado) que pueda dar a tal afirmación?, ¿o (4) su autor estaría dispuesto a ser coherente con su discurso y entender —una vez más— que lo que presenta es una opinión, su opinión?
‘Los integrantes del THOA [Taller de Historia Oral Andina] se involucraron en el proceso de reconstitución de los ayllus (comunidades) como alternativa descolonizadora al sindicato campesino impuesto por la revolución de 1952, orientados hacia el autogobierno y la autodeterminación de la nación aymara. Invitados por las comunidades, sus integrantes desarrollaron talleres y otras estrategias para reforzar los ayllus y el THOA cobijó en muchos casos títulos de tierras que los comuneros les confiaban. El trabajo del THOA influyó en la formación del CONAMAQ, una de las más importantes organizaciones indígenas de Bolivia. Entre sus contribuciones figura el haberle dado el [al] movimiento “un profundo cuerpo teórico y discursivo”, a través de “una interrelación de teoría y práctica en la organización andina, que recuperaba ciertos elementos de la milenaria organización del ayllu” (Coaguila, 2013: 119)’ (p. 423).
No hay mucho que comentar aquí, excepto por un curioso detalle. Zibechi resalta, sin crítica, el “profundo cuerpo teórico y discursivo” y la “interrelación de teoría y práctica”, palabras que cita de Coaguila. Este extracto, como podemos notar, fluye de manera distinta de otros extractos que he compartido. No aparece sarcasmo alguno ni condescendencia, como nos ha acostumbrado a lo largo del libro en relación con la idea de teoría.
Si has seguido este conjunto de publicaciones en mi blog, habrás visto aquella en la cual Zibechi intenta desprestigiar —con cierta rabia— la presencia de la teoría en la articulación de acciones, sobre todo aquellas dirigidas a procesos revolucionarios. Entonces, resulta claro que su rechazo hacia ella es grande, y defiende la idea de actuar y validar esta acción desde la práctica (desconociendo, cómo no, que la teoría también es parte de este ir y venir). Entonces, se percibe (graciosamente) extraño que ahora estructure las palabras del extracto comentado incluyendo a la teoría como un elemento importante de la constitución de los movimientos y organizaciones.
O quizás no es extraño, sino tan solo su falta de consistencia, su sesgo, su argumentación desequilibrada: su inherente ineficacia. Dominado por su fanatismo, no aplica la crítica cuando lo que usualmente critica forma parte de sus preferencias.