Rimanakusun y una historia, Maficha y un saludo cumpleaños

Solo queda unos pocos meses para cumplir dos años desde el día en que decidí iniciar el programa de Quechua de Idiomas Católica, el instituto de idiomas de mi universidad. Fueron (y aún lo son) ocho niveles distribuidos en tres fases (3-3-2), las cuales no llevaban los clásicos nombres de básico, intermedio y avanzado. Tan solo, 1, 2 y 3, con el título específico de “Rimanakusun” (Conversemos), en lugar de Quechua. Interesante decisión, a la que le percibo el matiz político. El quechua es una lengua originaria que tiene sus propios antepasados. En ese sentido, su transmisión, a través de las generaciones, ha sido oral entre sus hablantes nativos. De esta manera, ha llegado hasta la actualidad, en que poco a poco se está construyendo, además, una academia para ella, aunque dudo de que sea un proceso exento de conflicto, un asunto sobre el que no comentaré aquí.

Inicié el nivel Rimanakusun 1-1 en enero de 2019 y seguí con el 1-2 el siguiente mes. Para el 1-3, ya no se pudo mantener el horario y tuve que mudarme, aunque con el mismo docente. Esta vez, de un esquema de cinco sesiones de clase de 1.5 horas a la semana, pasaba a uno de dos clases del mismo periodo horario por semana, pero el nivel se extendía a dos meses y ya no uno solo. Este modelo bimestral se mantendría hasta el final de programa. Lo que inicialmente había proyectado como ocho meses de estudio, terminó siendo el doble.

El 1-3 lo terminé, entonces, en abril. En este nivel, los estudiantes ya eran otros. La buena camaradería que había formado durante los dos primeros meses, con un grupo mayoritariamente sin modificación de un nivel a otro, no fue posible construirla en los dos meses siguientes, ya que el nuevo grupo tenía una actitud distinta (y no para bien). A raíz de ello, no llegó a haber un lado que me atrajera socialmente. Asimismo, desde una postura de estudiante, algunas interacciones del docente pudieron haber quedado mejor (muy aparte de su intachable capacidad pedagógica).

Llegué al punto de estar algo hastiado de las clases. Sumado a las actividades laborales que venía realizando, decidí descansar un bimestre y empalmar con el nivel correspondiente que venía con una nueva promoción de estudiantes. Ingresé al horario de los sábados para la nueva fase y, a pesar de que no era precisamente tan atractivo —de 11:30 a.m. a 2:45 p.m., incluyendo 15 minutos de intermedio—, mi preferencia por estudiar estos días era mucho mayor que hacerlo dos veces por semana, aunque fueran sesiones más cortas.

Así, retomé mis estudios en julio, en modo sabatino, y le di la continuidad debida al proyecto de aprendizaje emprendido. El primer día de clases fue emocionante, ya que era no solo un nuevo inicio, sino que el horario tenía un número importante de estudiantes, era bastante dinámico y la propia docente estaba en línea con ese estilo. Yo era el nuevo (aunque no sé si el único). En cambio, el resto parecía mostrar un cierto grado de consolidación social que no escapaba a mi vista, y me animaba la idea de adaptarme y sentirme parte.

Fue entonces que, en el transcurso de aquella sesión, vi a una de las personas más geniales que he llegado a conocer. Ella, que llevaba el cabello suelto, se ubicaba cerca de la puerta de salida, un lugar que sería de su preferencia clase tras clase. Inseparable de quien puedo decir que es una de sus mejores amigas, ambas formaban una dupla muy amena para las tareas del aula. A la distancia, ya que yo me encontraba a la otra esquina, tan agradable como ella se hacía a mi vista, imaginé por un breve momento una amistad con su persona. Tan fugaz como ese pensamiento fue, la clase continuó y, al final, sentí que había encontrado un espacio que volvía a agradarme. De lo hastiado que había llegado a estar unos meses atrás, este nuevo dinamismo, con personas con verdaderas ganas de interactuar, marcaba la diferencia. Además, a pesar de que ya lo adelanté de cierta manera, aquella amistad que mencioné se volvería real, un recuerdo imborrable del periodo de vida que relato. Pero continuemos poco a poco.

Con la misma profesora estudiamos los niveles 2-1 y 2-2, y hubo un nuevo profesor para el 2-3 (en mi caso, el mismo de la fase 1, pero esta vez disfruté la experiencia mucho más respecto del 1-3), con quien cerramos el 2019. Un año productivo laboralmente para mí, con un sinfín de experiencias vividas y grandes aprendizajes, así como grandes expectativas para lo que sería el 2020, sin realmente tener idea alguna de cómo, en este último, el mundo se iba a poner de cabeza.

Eventualmente, ya desde el 2-1 llegué a conocer a Mafer y su amiga Alanise, a quienes me referí poco antes, dos estudiantes de Psicología en etapa de facultad de la misma universidad que yo. Ambas, desbordantes de buena vibra en todo momento y en cuya compañía recordé los buenos ratos que pasé con mis compañeros y compañeras psicólogas en unos estudios que terminé el 2016. Entre ellas y yo, de forma natural, llegamos a ser un equipo donde la interacción, el compartir apuntes y comentarios, y las prácticas de diálogo fueron muy provechosos. Y, también, divertidos: cuando la conversación es buena, es casi inevitable que lleguen las bromas espontáneas.

Alanise ya no continuó el 2-3 (y casi no llega a matricularse al 2-2). Cabe señalar que el semestre académico ya se encontraba en pleno transcurso para ellas desde mediados de agosto, lo cual añade siempre un peso. Mafer, en cambio, se mantuvo hasta el final de la fase 2, y así quedamos a la espera del siguiente año para iniciar la tercera y última fase.

Para 3-1 y 3-2, tuvimos un nuevo profesor al que deseo nombrar, Edwin Alarcón, cuyas clases terminaron siendo las que más disfruté en todo el proceso. Esto es, principalmente, por su enseñanza llevada directamente a la interacción cotidiana entre quechua hablantes, el grueso de ejercicios adicionales y variados que siempre se preocupó por llevar a cabo (aunque no necesariamente sea una característica comparativa), y la calidez de su persona. Cada docente tiene sus propias particularidades y refuerzan aspectos distintos del aprendizaje. Con Edwin, pienso que se trató de la sencillez en la aplicación de la comunicación junto con el añadir variantes de mayor complejidad progresivamente, con plena conciencia de la estructura gramatical, pero sin ahogarse en ella. Su idea siempre fue disfrutar de la lengua quechua.

El 3-1, siguiendo el esquema bimestral, se llevó a cabo de enero a febrero. Había tenido la esperanza de que, al igual que el año anterior en estos mismos meses, se lanzaran horarios mensuales para los niveles restantes, pero no fue así. Sin embargo, siempre la pasé muy bien en cada sesión, y cabe recalcar que el 3-1 hubo más estudiantes que en todos los horarios de los niveles anteriores en que me había matriculado.

Por mi parte, ya en esta última fase, sentarme clase tras clase al lado de Mafer y de Angie, una nueva amiga que había formado aproximadamente en los últimos meses de la fase 2, se convirtió en uno de los momentos más esperados de mi semana. ¡Qué vivencias tan divertidas! El flujo de ideas y creatividad con ellas era tal que contribuyó mucho a mi aprendizaje, por lo que siempre les estaré agradecido. Ambas manejaban, además, una muy fina capacidad para captar y recordar significados y los diferentes matices de las palabras.

Por otro lado, en esos primeros meses del año, ya venía sonando en el mundo la presencia de un virus con un potencial devastador. Se había reportado inicialmente en China y había pasado a otros países de Asia y Europa. Había empezado a trasladarse peligrosa y letalmente, y las cifras de contagio y muerte aumentaban cada vez más. Se iba acercando y era inevitable que llegaría a Perú en cualquier instante. El confinamiento se avecinaba, una estrategia que se estaba implementando en varios países. Llegó, finalmente, poco más de una semana después de la segunda sesión del 3-2, llevada a cabo el sábado 7 de marzo.

El 3-2, último nivel, se había reducido desde un inicio a prácticamente la mitad de estudiantes respecto del 3-1, incluyendo alguna nueva incorporación. Sucedió que, ante la apertura de un horario alternativo (dos sesiones por semana, bimestral), un subconjunto de estudiantes decidió mudarse. Sin embargo, me animó mucho la continuidad de Mafer y Angie en el horario de los sábados, aunque no pude vivir esas dos clases a su lado como lo había sido en sesiones anteriores por un motivo u otro.  

El 3-2 se detuvo por un tiempo, mientras el centro de idiomas (y la universidad) adaptaba su enseñanza a la modalidad a distancia. Un periodo después, nos fue ofrecido continuar bajo esta nueva modalidad o esperar a la reposición presencial (a la fecha, no hay planes de retorno a esta sino hasta el otro año). Felizmente, todos decidimos continuar.

Fueron seis sesiones adicionales para cerrar el nivel, la fase y, con ella, el programa, empezando desde el 4 de abril. Desde mi percepción, si bien es muy diverso en su contenido, no lo veo como un programa que conduzca a un manejo avanzado de la lengua. Por supuesto, hay una responsabilidad importante del estudiante en que un resultado así suceda. No obstante, como mencioné antes, a pesar de que el programa no se guía por el esquema de básico, intermedio y avanzado, puedo decir que alcanza un nivel intermedio si adoptamos este parámetro de medición (y un docente lo comentó una vez), el cual debe ser complementado con mucha práctica y escucha de, y conversación con, en lo posible, hablantes nativos para ir asentando las estructuras gramaticales y las múltiples combinaciones de sufijos que espontáneamente pueden proliferarse al hablar, lo cual forma parte de una gran riqueza semántica en las comunicaciones. Nunca he entendido a las personas que dicen que el quechua es fácil de aprender. Yo, con mi mejor entendimiento y razonamiento, opino que es una lengua compleja. En principio, no hay un paralelismo con mi propia lengua base, el español, y, además, se guía por una lógica distinta.

Las sesiones resultaron, también, muy amenas (como de costumbre), esta vez desde el Zoom. Habrá muchas anécdotas que podré contar sobre el proceso vivido desde que empecé allá por enero del 2019. No obstante, a pesar de que pude escuchar a, y bromear con, mis queridas amigas, al mantenerse ellas con las cámaras apagadas, ya no fue posible compartir esa parte de la presencialidad virtual que está en ver el rostro de la otra persona por la pantalla.

La última sesión fue el 9 de mayo y, el jueves 21 por la noche, hubo una reunión de cierre por Zoom, para la que Edwin convocó a quienes podían participar de ambos horarios. No llegaron a estar todos. Sin embargo, en el horario donde terminé los estudios, al menos, se decidió mantener una continuidad por el grupo de Whatsapp que se había creado para el 3-2. En sí, no es usual que todas las personas en un grupo lleguen a interactuar, y menos si no es reducido. Si bien no esperaba que hubiera sido diferente, sí puedo decir que, allí, el ambiente siempre se ha sentido bueno.

Unos días después del fin del programa, pero antes de la reunión de cierre, escribí un mensaje a Mafer, a quien de cariño llamo Maficha, para expresarle, muy brevemente, la alegría que significó para mí el compartir las clases a su lado y dejarle mis mejores deseos. Luego de un pequeño intercambio, no tuvimos oportunidad de volver a interactuar. Es difícil saber cuándo una despedida con alguien, o la última vez que hay un encuentro, sin pensar en absoluto que el hito podría ser definitivo, termina convirtiéndose en uno. Por eso, lo mejor es disfrutar al máximo de cada pequeño espacio de tiempo que surge, ya que puede tornarse inolvidable. Ya la vida se encargará del resto. Las palabras que siguen, justamente, van dirigidas directamente a ella.


No he olvidado la fecha de tu cumpleaños, y es debido a ella que escribo esta reseña. Lo más que puedo enviarte, al menos ahora, es esta especie de postal virtual, una sincera entrada de blog. Eres una de las personas que más he apreciado y cuya amistad me enseñó que no hay límites para el buen ánimo.

Gracias por eso y los aprendizajes conjuntos, las experiencias de clase, las conversaciones, el convidarme tu merienda por mi propia pereza en conseguirme una, y todas las risas vividas.

Un abrazo grande y que pases un hermoso día. Finalmente, como me dijo alguna vez una compañera española, ¡felices encuentros con la vida!

Janis

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