Octubre ha iniciado hace unos pocos días. Cada mañana, al mirar por la ventana, me doy cuenta del tipo de día que me espera: opaco o iluminado; poco motivador o, efectivamente, motivador. Por supuesto, son solo impresiones iniciales. Si bien ya nos encontramos oficialmente en primavera, el clima no termina de asentarse en el “polo” esperado. Estando en Lima, esto no es de sorprender. No obstante, debo decir que, de todos los que recuerdo, este ha sido el año con más días iluminados que he presenciado. Es más, algunos días, si bien empiezan nublados, se despejan luego.
El asunto del clima resulta trivial para algunos. Es más, hasta se bromea que, cuando el clima es casi el único tema de conversación que tienes con alguien, el verdadero interés no está en comentar el clima, sino llenar el vacío del no tener nada de qué hablar. No obstante, el clima sigue siendo de interés. Lo es para mí, sin interesarme necesariamente por la meteorología. Pienso que es un elemento central en la vida de las personas, aunque subestimado. Tampoco es que piense que debamos rendirle pleitesía. Es tan solo el reconocimiento de su influencia en cómo percibimos, y vivimos, el día. Y me refiero, por cierto, al clima por cómo se ve y siente, y no como una manifestación del medio ambiente, al que debemos guardar el debido respeto siempre.
Indudablemente, es diferente para cada persona y muchas veces pasa desapercibido. En lo particular, al mirar por alguna ventana o luna y ver entrar los rayos del sol, la alegría proyectada del verde y el contraste de las sombras, se inspiran en mí pensamientos y sensaciones que podría relacionar con la esperanza, la tranquilidad, la auto-activación, la alegría y una dulce añoranza. Luego de un año de quietud en casa, excepto por el cotidiano “pasado” ajetreo que se extendió hasta inicios de marzo, he tenido tiempo de pensar en muchas cosas. Y he hecho muchas cosas también, por lo que la palabra “quietud” tal vez no sea la más adecuada. Permanecer en casa no ha sido para mí, y para nadie en mi familia, un descanso prolongado. Hemos tenido mucha actividad, aprendido diversidad de asuntos, nos hemos conocido mucho más (ya que la realidad del país —y el mundo— es ahora distinta; no se ha tratado de una continuidad equivalente a quedarse en casa un fin de semana cualquiera), hemos desarrollado múltiples y nuevas dinámicas de interrelación.
De ninguna manera, ha sido un año perdido. Cada cambio a nivel personal y familiar, a nivel político y económico en el país, y a nivel social y cultural en la ciudadanía ha sido muy valioso. Esta es una perspectiva personal y la presento más allá de las dificultades y experiencias difíciles que han atravesado —y se encuentran atravesando— las personas en general. Es decir, me estoy refiriendo, por un lado, a una mirada respecto de lo que ha significado para mí y, por otro, a una panorámica respecto del país. Por ejemplo, entre los aspectos centrales, me parece claro que se han promovido reflexiones a escala mundial sobre “el modelo”, y ese es uno de los mayores beneficios colaterales que hemos recibido. Siempre habrá gente que se aferre a ciertos ideales de lo que cree, o interpreta que es, el libre mercado, y al valor específico que le da. Pero la crítica al mismo ha pasado a ser primera plana con una mucho mayor preponderancia que antes, una crítica que ya ha existido desde hace incontables años.
Lo lamento por pensadores como Vargas Llosa, a quien guardo un gran respeto y es un referente en mi país, pero cuyas ideas políticas adolecen de un débil equilibrio en la consideración de experiencias nacionales de índole política y económica en los países, de los factores culturales que caracterizan a cada uno —factores que, por supuesto, no solo existen en el mundo urbano o donde exista un mayor desarrollo tecnológico e industrial—, de las maneras de entender y trabajar sobre los derechos humanos, de las cosmovisiones presentes y formas de vida ancestrales —tan válidas como los valores occidentales (y gringos) que el escritor defiende tan fervientemente—, de los resultados alcanzados por gobiernos de distintas corrientes de pensamiento en las iniciativas que llevaron a cabo —excepto en los casos que implicaron corrupción, la cual es siempre repudiable—, y del contexto social y político en que dichas iniciativas tuvieron lugar.
Lo lamento por Vargas Llosa y quienes siguen sus ideas en este ámbito, ya que lo que viene en adelante es un resquebrajamiento del statu quo, como ya ha venido sucediendo en Chile desde los últimos meses del año pasado, una serie de acontecimientos verdaderamente revolucionarios —y esta es la palabra— que han establecido el camino hacia el cambio de constitución. El neoliberalismo conduce al fracaso (y el liberalismo, tal y como lo presenta Vargas Llosa, una libertad individual aparentemente sin límites, también). Uno de los mayores ejemplos, y a nivel mundial (ya no sé ni para qué lo recalco), se vio en la crisis financiera del 2008. No tener memoria sobre ello sería un acto descarado de conveniencia.
Un estado debería servir a la nación de la mejor manera posible, y esta debería contribuir, con su buen y responsable accionar en cada ámbito de su vida, a hacer crecer al país. A estas alturas, ya no basta con solo no hacerle daño. Ser indiferente está descartado. El país necesita de todos y cada uno, tanto del ser individual como del colectivo. Sin lugar a dudas, este ir y venir implica un sinfín de decisiones, siempre proliferándose en todo momento. El propio acto de vivir acarrea navegar en el mar de consecuencias, positivas y negativas, de las decisiones tomadas, tomándose e, incluso, con posibilidad de tomarse, en el conjunto de las cuales están incluidas las propias y las de las personas que más nos importan.
En cuanto a un estado, la compleja estructura de decisiones tendería al fracaso si estuviera guiada por la aplicación de una misma “fórmula” a rajatabla a cualquier situación, como si una “mano oculta” fuera a operar con alguna especie de vida propia para resolver todos los problemas algún día. La acción del estado debe estar dirigida a conocer cada rincón del país de manera multidimensional y, desde allí, proponer las mejores soluciones a los problemas públicos. Elegir una “ideología” preestablecida para gobernar no fallaría en sesgar la flexibilidad y la precisión de las políticas a diseñar. Con excelentes profesionales y magníficamente elaborados aportes, se puede idear las leyes, políticas y planes que permitan un verdadero desarrollo conjunto de cada sector de la población, y no solo de un lado bajo el altamente ineficiente esquema del “chorreo” al resto. Aquí juegan un papel clave tres factores: la capacidad para innovar, el desprendimiento de ideologías políticas y la subordinación de los propios intereses a los mejores intereses del país (¿algún día nuestra clase política dejará de fracasar en esto?).
Entonces, volviendo atrás en este texto, un día iluminado me motiva. Y la añoranza que señalaba es por lo vivido y el deseo de volverlo a vivir. Continuarlo, desarrollarlo. No se vive sin extrañar y, a pesar de que estar con mi familia me genera mucha paz y tranquilidad, extraño la vivencia de la amistad “presencial”, la vivencia de la ciudad y la ciudadanía, y la vivencia de mi mayor pasión, la montaña. Pero, recuerdo haber dicho “dulce añoranza”. En definitiva, aguardo por el momento, cada vez con mayor motivación, en que iré tras todos esos sueños que han quedado a la espera, mientras me he ido fortaleciendo en otros aspectos de mi vida. Y me anima saber que saldré a un mundo, aunque siempre complejo, en un nuevo proceso de cambio, esta vez más acentuado que en todo el pasado vivido. En lo que sea positivo para mi país, daré mi mayor esfuerzo por apoyarlo. Sé que nada es perfecto. A cierta edad, uno ya interioriza que las falencias no pueden evitarse, pero no tienen por qué detener los procesos de cambio, como aquellos hacia nuevas formas de interrelación —la “nueva convivencia”, como le llaman—, que van a generar nuevos e interesantes impactos sobre la población, donde habrá que fortalecer los que sean buenos para ella y mitigar al máximo el resto.
Tan solo, antes de despedirme, decir que se acerca una fecha especial, sobre la cual pronto estaré escribiendo.
Hasta pronto.
Foto: Adam Borkowski (Pexels).