Hace casi una semana, el Barça fue vapuleado por un equipo alemán. Por lo que había visto de los azulgranas -y lo que venía conociendo de este último Bayern-, me temía lo peor. Intuía cuáles eran las posibilidades del equipo del cual vengo enamorado desde hace más de 20 años. Esta, simplemente, no había sido la temporada.
Cuando se reabrió La Liga y volví a ver al Barça en mi pantalla, sentí una dulce emoción. No es que haya sido un buen seguidor en los últimos años, que digamos. Es solo que la vida se puso en medio y se convirtió en prioridad. No obstante, en tiempos de pandemia, muchos órdenes se trastocan. Y aquí estaba yo, una vez más, atento a todos los partidos azulgranas que fueran a transmitir.
Más allá de la ridiculez de colocar los sonidos de aficionados para el televidente, el fin de esta temporada de torneos en Europa iba a ser triste. Tanta gloria y preponderancia hasta un pasado cercano: ahora, solo personas que asisten a su trabajo a cumplir la función para la que fueron contratadas lo mejor que pueden. La única diferencia es que dicho trabajo estaba siendo televisado. La pandemia ha sido una gran aplanadora de imaginarios. Como una cachetada al mundo en relación con lo que es efectivamente importante para su sobrevivencia.
Pero, hay que decir que es un deporte atractivo el fútbol. Mirarlo, jugarlo, o ambos. Si bien no tiene ya una presencia en mi vida en el juego, sí disfruto de verlo. En esa línea, no voy a negar que ciertas competencias me atraen y otras no. Y disfruto de ver a mi equipo, el Barça, que anda tan de capa caída en la actualidad. Qué manera de desperdiciar oportunidades de obtener más logros o de llegar, al menos, más lejos.
Y el domingo próximo también disfrutaré de la Final de la Liga de Campeones 2019-2020, aunque los azulgranas ya no estén presentes. Espero que el PSG dé batalla, ya que es el equipo al que apoyaré. Cualquiera que gane, será un magnífico campeón.
Vayamos pensando en el nuevo inicio.