La pandemia personal

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Es difícil escribir reflexiones en medio de una pandemia. Miento. Es a mí a quien se le está haciendo difícil hacerlo. Y, posiblemente, sería aún más difícil si no estuviéramos en medio de una. Por supuesto, mi único deseo es que no se hubiera dado, pero que los cambios que hemos vivido, las transformaciones políticas y sociales -y las familiares-, en continuo proceso de evolución, se realizaran de todas maneras.

Finalmente, el mundo se sinceró. Es como mirar a la cara a cada país, en su constitución psicosocial, y decirle: «Ahora sabes quién eres y cómo te encuentras en relación con el resto del mundo». El «eterno» dinamismo, el incansable e insustituible movimiento, el siempre luchar por no quedarse atrás, quedaron como una fachada sin fondo. Es como haber estado viviendo a través de uno de esos lentes de realidad virtual por mucho tiempo y, de repente, experimentar un corte en seco de la batería y las imágenes apagarse. Y resulta que estabas parado en una vereda tranquila, con poca o ninguna gente paseando en el parque aledaño, un clima agradable, y en una postura corporal que te muestra como si hubieras estado andando en un deslizador aéreo, intentando mantener el equilibrio para no caerte, con las piernas separadas y los brazos extendidos, cuando en realidad (graciosa palabra) solo bastaba que te pares normalmente y camines a donde tuvieras que ir. Y, de paso, te sacaras esas ridículas gafas del rostro (y te coloques una mascarilla).

Finalmente, tan solo se trataba de ti y la vida real. No aquella que en el tiempo, a lo largo de las últimas tres décadas, se fue impulsando desde el neoliberalismo para, de manera efectiva, grabar en tu mente -y corazón- aquella permanente sensación de necesidad.

Si le has podido dar pase a la reflexión en tu «pandemia» personal, estarás en camino de conocer qué es lo realmente necesario.