Palabra, familia y fantasía

El 5 de mayo, el medio El País inauguró una iniciativa llamada Historias de la pandemia, y convocó a sus lectores a enviar escritos sobre alguna experiencia vivida en estos tiempos. Fueron cientos los que mandaron sus textos. El mío no fue seleccionado para publicación. Sin embargo, lo comparto aquí.


Él, mi padre, se sienta al lado de la ventana, su brazo derecho da a ella. Yo me ubico al lado opuesto, pero mi izquierda da a la pared. Detrás de mi silla, está la de ella, mi hermana, con una mayor disposición de la cama que se ubica a su derecha. Finalmente, al medio, recostada directamente sobre esta, que es suya, está el ser que más amamos, mi madre.

Las cuatro personas miramos al televisor frente a nosotros, atentas. Solía ser de mi hermano, quien comparte ahora la vida con su pareja en un hogar distinto, pero no muy alejado. La unión de la familia es uno de los mensajes que mi padre más nos ha transmitido en el tiempo, y el amor que mi madre genera fortalece la red que nos conecta. Esta red sí es real.

Ahora, ya no habrá más interrupciones, el fin está cerca. No, no el fin imaginado de la humanidad por causa del virus, sino el de una de las jornadas en que más tiempo hemos transcurrido en compañía mutua en nuestro camino. Es el fin, además, de una historia de ficción que impactó al mundo entero, que tuvo ocho temporadas y que se transmitió completa, a lo largo de ocho días gracias a un canal del cable.

En definitiva, debes estar intuyendo cuál es. Si bien fui la primera persona en mi familia que supo de Juego de Tronos, prestarle el primer libro —sin abrir— a mi mamá significó, hacia adelante, que ella y el resto de mi familia se sumergieran en una de las más geniales fantasías que se han creado. Yo tardé en sumarme: lo hice recién en la octava temporada, el año pasado. Y esta vez, por fin, pude ver casi todo el desarrollo completo.

El comienzo del confinamiento fue una fecha que desde antes podíamos anticipar. Finalmente, el “alienígena” había pisado suelo peruano (no, no me refiero a la persona que lo portó). Recuerdo avisarle por Whatsapp del acontecimiento a una muy querida amiga a quien llamo Mafi, y también cuando llegamos a tan solo seis contagios registrados. Lo que siguió fue, sencillamente, un crecimiento casi incontenible que hubiera sido mucho peor de no haber sido por los esfuerzos del gobierno. Hace tan solo unos pocos meses había vencido, luego de extensa disputa, a un congreso, con contadas excepciones, que desbordaba corrupción y obstruccionismo. Ahora, llegaba la pandemia.

En casa, recibimos el confinamiento con esperanza. Somos felices estando juntos y, a la vez, viviendo nuestras actividades personales. Por supuesto, nuestros puntos de vista pueden ser variados en determinados asuntos, y a veces discutimos, pero siempre nos sentamos y sostenemos lo que llamaría la “siguiente conversación”. Y ello se ha fortalecido en este periodo en que el mundo ha estado en relativo silencio.

Al ser un grupo de mentes que interpreta el momento vivido de distintas maneras, en definitiva, hemos tenido diferencias. No obstante, nos hemos dicho: “Vamos, sentémonos a conversar”. Y hemos expresado nuestros sentimientos y argumentos, y hemos hecho acuerdos, y hemos definido procedimientos sobre cómo actuar, y en el pasar de los días los hemos ido mejorando e ido intercambiando roles. Asimismo, mi hermana y yo nos hemos involucrado en tareas, de manera mucho más activa, de lo que habíamos solido hacer. Hemos descubierto una nueva manera de vivir la familia y el hogar, y nos ha encantado.

Y aquí estamos sentados, al final de ocho días transcurridos entre las primeras semanas de confinamiento, observando los devenires trágicos de un grupo de personajes que habrían llegado a una mejor conclusión si se hubieran detenido más a conversar y escuchar sus distintas posturas. Fueron ocho días, además, de mucho dinamismo, en que hicimos una distribución empírica fina de tareas entre capítulos para poder atender una de las necesidades principales del ser humano: el almuerzo. Todo debía darse sin que perdamos ni un minuto de serie, aunque a veces fue inevitable. Me alegra pensar que, al tiempo que vimos crecer a dichos personajes en ocho días, en las semanas que siguieron nos vimos a nosotros mismos crecer como familia al interior de un hogar que amamos.


Foto 1: Johannes en Pexels | Foto 2: Pixabay

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