Sobre el libro ‘Música popular y sociedad en el Perú contemporáneo’: una anécdota

Escuchar música es uno de los pasatiempos más comunes que existen a nivel global. A veces, sin embargo, no es solo un pasatiempo, sino un acompañamiento esencial. Para algunas personas, la música es solo llenar el vacío en el aire mientras realizan cualquier otra actividad; para otras, ese “contenido” en el aire tiene una importancia especial.


En cualquier caso, las personas suelen tener preferencias por unos tipos (géneros) de música sobre otros. Aquello de “escucho de todo” o “de todo un poco” es en realidad una apreciación relativamente limitada: cuando esas frases son dichas, los ejemplos inmediatamente posteriores suelen indicar música transmitida en las radios en general, cuando la variedad allí no necesariamente es la más amplia (tampoco es que deba serlo; no es su naturaleza). No obstante, dentro de ese “todo”, existe una cantidad inagotable de géneros, subgéneros e inter-géneros. Es más, hasta los géneros y subgéneros pueden alcanzar expresiones distintas según la región del mundo donde nos encontremos.

Más allá de ello, lo que es cierto para todo oyente es que, aquello que está siendo percibido por sus oídos en la forma de vibraciones armónicas en el aire, tiene toda una trayectoria de arduo trabajo para llegar hasta ese punto. Es más, si nos ponemos antropológicos, hay toda una historia de evoluciones en diversos aspectos que han llevado a que esto pueda ser así y “sonar” así.

El año 2016 empecé a leer un libro llamado Música popular y sociedad en el Perú contemporáneo, editado por Raúl R. Romero (siempre asumí que el uso de la “R” es para diferenciarse del músico y presentador, otrora sonado en los medios, de los mismos primeros nombre y apellido), lanzado por el Instituto de Etnomusicología de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y que presenta dos partes:

I: Lo criollo, lo andino y lo afroperuano (ocho artículos)
II: Lo transnacional (siete artículos)

En aquel tiempo, el libro se encontraba en su primera edición. Ahora, he visto que ya está en la segunda. En dicho año, setiembre fue el mes en que corté el proceso de lectura y lo mandé a guardar luego de haber terminado el artículo sobre la gran Chabuca Granda (“La flor de la canela”, ¿la ubicas?), el cuarto de la primera parte, y no fue sino hasta el año presente que lo retomé y lo llevé a su fin.

¿A qué se debió el hueco? Si bien iba a terminar adquiriendo el libro de todas maneras por el interés que siempre ha suscitado en mí, el momento en que decidí hacerlo (o que decidí empezar a leerlo) fue una época en que andaba babeando por una mujer que se movía, en mayor grado, en el mundo de la música; entonces, deseaba empaparme del asunto. No obstante, para fines de agosto de 2016, en plena aventura en Cusco, era consciente de que la breve historia con ella ya estaba acabada. Al llegar a Lima, ni bien iniciado el nuevo mes, la motivación había quedado trunca (pero no el deseo de continuar algún día).

Hace rato que estoy en nuevos tiempos, nuevos aires, y la motivación por continuarlo resurgió y por las razones correctas. Sin duda, fue una jornada magnífica. Una variedad de autores y autoras se dedicaron a investigar (no necesariamente en todos los casos para el libro), desde la perspectiva de las ciencias sociales y las humanidades, y también desde la teoría de la música en algunos estudios, sobre el desarrollo y/o evolución de un conjunto de géneros y artistas, y su inserción en la sociedad y/o el mercado nacional.

Si bien el grado de mi interés varió de artículo a artículo, un asunto aparte es que la riqueza de contenido es muy grande en este libro. Las investigaciones son muy concienzudas y se nota que cada escritor(a), con mucho entusiasmo, se sumergió en la escena musical que escogió. Quizás, en la mayoría de los casos, esa elección ya estaba dada de antemano: me animo a proponer que, en música, es más factible que, cuando se tiene un interés real por esta, las “pasiones” jueguen un rol crucial en lo que decidimos hacer. Sin embargo, puede que esta sea más la proyección de la vivencia personal.

No obstante, se hace perceptible la atracción (o, al menos, el interés académico necesario) en la relación “escritor à tema de artículo”, aspecto que, considero, presenta una serie de ventajas en la manera de entender e interpretar lo observado en una determinada escena musical. No todos los oyentes de un tipo de música están dispuestos a apreciar otros tipos, o a intentar recibirlos con mente abierta. A título personal, pienso que no hay nada sencillo en ello.

Lo anterior no significa que un(a) investigador(a) no pueda realizar una buena investigación en un tema (en términos generales) que no sea de su interés. Pero, justamente, cuando a uno lo instruyen académicamente en metodología de investigación, una de las mayores recomendaciones es que el tema sea del interés de quien lo va a investigar. Tan simple como suena. ¿Y por qué ese tema no podría incluir a la música?

Por supuesto, la música, así como la política, el fútbol, la religión, etc., puede generar pasiones. Hay gente que solo “llena el vacío”, y otra que presta atención. Entrenarse continuamente en tratar la información obtenida y pasarla por una mirada crítica es un elemento fundamental en el sendero profesional de la investigación.

El libro me encantó y disfruté mucho de lo que pude aprender y apreciar. Más adelante, espero volver a leer dos de sus artículos, el de Chabuca Granda y el de metal peruano, a los cuales dedicaré sendas reseñas y reflexiones en este blog.

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