En referencia a Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (2018).

No quisiera pensar que lo que señala el título de esta entrada es lo más cercano a la verdad, pero quizá solo sea un esfuerzo por intentar no volverme frágil a mí mismo por la idea de creer en algo que sé que puede tender al desmoronamiento. ¿Cuál ha sido la mejor manera de organizar la política históricamente? Pues, se ha pasado por incontables formas. Se ha creado categorías limitadas para establecer un esquema de estudio, pero lo más certero es pensar que cada «categoría» no se desenvuelve de la misma manera en cada país. Y allí hay una riqueza muy grande para la investigación.
Si no estoy equivocado, la Democracia es el sistema por excelencia en el mundo en la actualidad. Una mayoría de países la pone a rodar, con algunos disidentes (la decepción cubana es un ejemplo, una nación con la que me entusiasmé en algún momento; al menos, ese momento no es el actual hace ya buen tiempo). Sin embargo, el hecho de ser el sistema por excelencia, ¿lo hace necesariamente el sistema más fuerte? Me parece que, si lo afirmáramos sin más, nos pegaríamos una deslizada con caída de cara incluida. Primero, habría que identificar qué es ser «fuerte».
Una pregunta que siempre ha rondado mi cabeza es si estamos a merced del poder militar en cualquier momento del devenir de la historia. Si me remonto al pasado, el avance de la conquista por medios militares ha sido un punto común. Basta con leer el Antiguo Testamento o las obras de Shakespeare, o estar al tanto de lo alcanzado por el Imperio Romano o de las hazañas de personajes como Alejandro Magno, por citar ejemplos. Si nos dirigimos al siglo XX en Sudamérica, tuvimos las dictaduras militares de los 60 y 70 con golpes de estado. Es decir, ¿es imposible detener una rebelión militar? En teoría, sí: depende de qué tan grande sea la fuerza militar que se rebele. Si es masiva, podría ser imposible. Si es una porción, podría aplacarse por la porción contrapuesta.
Si bien no estamos exentos de golpes de estado en general desde el lado militar, imagino que se ha avanzado en el desarrollo de mecanismos de protección desde el Estado para hacer frente a estas calamidades. Quizás, por ejemplo, controlando los códigos de armas de ataque y destrucción, que los militares no podrían utilizar. Pero, más allá de todo ello, también cabría hacer la pregunta, ¿han sido necesarios algunos golpes de Estado en el desarrollo de las naciones? No me atreveré a decir si sí o no, pero tengo una primera respuesta en mi mente que no mencionaré aquí.
No obstante, es primordial decir que no todas estas normas están escritas. Es allí donde entra la magistralidad del trabajo de Levitsky y Ziblatt (2018). Su vasta investigación es una prueba contundente de que, en democracia, debe existir un equilibrio entre lo escrito y lo no escrito, pero que debe respetarse, para que podamos hablar de una fortaleza de la Democracia. Es lo que los autores llaman «los guardarraíles de la democracia». Entonces, la fuerza de este sistema político está en la solidez de dicho equilibrio. En términos prácticos, no todo puede escribirse. Las personas, en general, no podemos estar sometidas a un sinfín de manuales para poder vivir. Ello mermaría seriamente la creatividad, la innovación y el avance del mundo. Solo los robots pueden programarse con interminables códigos informáticos.
Entonces, en conclusión, fuerzas militares han derribado democracias en el pasado, pero también han terminado reponiéndolas algunas de ellas luego de un periodo de tiempo. Pero lo que ocurre ahora es una nueva manera de desmoronar el sistema que ya no requiere de militares, si bien la presencia de estos sigue siendo, obviamente, fundamental para su defensa. Ahora, las democracias empiezan a podrirse desde adentro cuando se da una serie de factores que, combinados, permiten que personas inescrupulosas empiecen a mermar el muro de sostén de la democracia a punta de puyazos encubiertos. O no cubiertos también. Siempre para satisfacer fines que, o bien no están en los mejores intereses de la nación, o bien para hacer las cosas a su manera socavando las normas que deberían seguirse.
Hay un espacio para el respecto de la norma, del imperio de la Ley, y hay otro para actuar en respeto de los mecanismos del sistema para poder seguir alcanzando desarrollos que generen el mayor bienestar para la población. Y ello incluye, más que por supuesto, criticar fervientemente al sistema cuando se sienta, razonadamente, que hay aspectos por mejorar. Sin embargo, lo que no implica es faltar a ciertas formas que, en lugar de promover un cambio hacia luz, provocan un desmedro de las bases sobre las que se sustenta lo que más queremos defender: la mejor democracia que podamos construir para nuestra nación.
Levitsky y Ziblatt (2018) introducen dos conceptos claves para entender este aspecto: la tolerancia y la contención. Te reconozco como un rival político en toda la dignidad de tu persona y tu pensamiento, y evito utilizar mis poderes permitidos (o no prohibidos) de una forma artera para socavar todo lo que tengas para decir y proponer. El desarrollo de estos conceptos en Cómo mueren las democracias deja en claro aquello a lo que tenemos que aspirar para hablar de un verdadero fortalecimiento de nuestras democracias.
¿Es frágil la democracia? Desde el plano en que implica una defensa constante de sus bases, podemos hablar de una fragilidad, ya que no puede sostenerse por sí sola. Sin embargo, también está el ideal de que la democracia somos todos, y somos todos quienes debemos velar por ella. Desde este plano, la situación vira. En la medida que haya gente, desde la sociedad y la ciudadanía hasta las más altas instancias del poder político, que pongan un pie al frente para defenderla, ya sea desde un actuar de respeto mutuo en la vida cotidiana hasta las batallas por defender los intereses de la población entre los poderes del Estado, y evitar el crecimiento de realidades tangibles como la siempre acechadora corrupción, por ejemplo, la democracia sobrevivirá, y su fuerza se desplegará en el actuar de dicha gente, que tenemos que ser nosotros y nosotras en cada ámbito de nuestras vidas.