Una obra teatral que no hace mucho fui a ver al Centro Cultural de mi universidad me llevó a, por primera vez, leer la archiconocida obra de William Shakespeare, El rey Lear, un clásico al que, hasta hace poco, no me había dado la oportunidad de conocer. Por ello, considerando que la obra de teatro que vi está basada en aquel, prefiero primero pensar y escribir una opinión sobre el mismo.
En el pasado, había generado un imaginario en el que visualizaba al rey Lear como alguien que seguramente tendría características dignas de admirar y/o resaltar, como es usual en los reyes de Shakespeare, quienes suelen poseer una presencia masiva en el ambiente literario desde la propia mención de sus nombres. Había llegado a pensar que Lear estaría en esa misma línea. Sin embargo, he salido ampliamente decepcionado.
Lear es tan solo un tipo con vasto poder y dominios ahogado en su propia vanidad, por decirlo en simple. La vanidad de lo que posee, la vanidad de su alcance sobre las vidas de otras personas. En la manera que interpreto su vida, es alguien que siempre ha tenido todo, nada le ha faltado. Alguien nacido en cuna de oro que nunca ha tenido realmente que poner la cara: otros lo han hecho por él cuando ha sido necesario. Alguien que se vanagloria de su posición y sus riquezas, y está convencido de que ello lo hace superior a los demás. Él es el dueño, el titeretero, quien, bajo comportamiento infantil, mueve los hilos de las vidas de los demás cual si se tratase de un juego.
Su presencia y su palabra me resultan altamente insoportables. Lear es alguien que pretende decirles a los demás cómo deben entender el mundo cuando él ni siquiera ha sabido lo que es estar en los zapatos de otros, alguien que no ha tenido necesariamente una experiencia que vaya más allá de su zona de confort. Alguien que actúa con una lógica guiada por el capricho en lugar del sentido, una lógica destinada a satisfacer deseos de índole adolescente en lugar de portarse como el adulto que es (tan solo recordar el episodio inicial con las hijas, quienes debían «alabarlo» y «expresarle su amor» para poder recibir el «regalo» de la herencia de tierras).
Lear actúa como si hubiera bloqueado en su vida la madurez; es capaz de resentirse al primer desacuerdo, y vaya que si se resiente. Si algo no sale como esperaba, ¡pues váyase todo al demonio! Dueño de una frágil masculinidad, toda discordancia y todo gesto sin el nivel de amabilidad que él querría son vistos como elevada ofensa contra su persona. ¿Cómo le van a hacer tremeeendo desplante, si es el rey Lear? Si con un capricho es capaz de poner su reino de cabeza, al minuto siguiente puede toparse con otra «desavenencia» e intentar retornar todo como antes. En otras palabras, alguien que toma decisiones sin ningún raciocinio (al menos, lo suficiente) y se deja llevar por sus emociones, sobre todo, sus enfurecimientos.
Es de esas personas que busca aliados emocionales, pero los descarta ni bien algo no le gusta y busca aliarse, de nuevo, con aquellos que en un momento anterior rechazó. Se dirige saltando de una piedra a otra, ya que su propia inseguridad no le hace sentir nunca en terreno firme. Es más, no puede sentirse bien consigo mismo, ya que necesita de la constante confirmación de otras personas: una confirmación de respeto, lealtad y loa hacia él. Si no lo obtiene en la medida que lo desea, entonces algo debe andar mal, hay cambios que se deben hacer y grandes decretos por adoptar.
Cualquier persona podría pensar que esta forma de ser podría haber generado un reinado caótico, pero no ha sido el caso. Sin duda, aunque siempre existen discordantes entre las sombras, hay una fuerte lealtad entre sus súbditos de mayor confianza. Asimismo, en el contexto de la obra, al menos, se vive un periodo de tranquilidad y, al parecer, ha sido lo común, aunque no sin la existencia de la posibilidad de acecho de otras naciones invasoras. A lo anterior se suma, además, que el reinado es grande y la riqueza, vasta. Una riqueza de la cual Lear no ha sido necesariamente usurero: otros han podido disfrutar de ella.
Entonces, en condiciones como las señaladas, toda inmadurez en la gestión podría haber estado siendo compensada. Excepto por la inmadurez que hace rodar la obra (el asunto de las hijas), a la cual se agrega una historia de traición y engaño entre los cercanos al reino, que termina afectando todo.
A este punto, ya no puedo contar más. Recomiendo la obra por ser un clásico, pero no porque realmente me haya inspirado. Esperaba mucho más del personaje principal.