Escrita por Henrik Ibsen. Adaptada por Lucy Kirkwood. Dirigida por Vanessa Vizcarra para el Teatro Británico, en Lima. Temporada 2019.
Hedda es una de las obras más interesantes que he llegado a ver. Me atrae mucho cómo está construido el personaje central, Hedda Gabler. Quizás, porque yo también he tenido la experiencia de conocer en el pasado a alguien de características equivalentes. Se trata de una psicología estudiada y una representación contundente del guion. En la actuación, Gisela Ponce de León, quien la interpreta, deja una puesta maravillosa. El resto del elenco, además, están lleno de nombres preponderantes en el contexto peruano. Sin embargo, mi enfoque en esta entrada está en Hedda.

Hedda es, sencillamente, alguien a quien no me gustaría conocer… «de nuevo». O, alguien que, si llegase a conocer una vez más, sería descartada de mi vida de inmediato. Sé que esto suena crudo, pero hay veces en que prefiero decir las cosas en blanco y negro.
Hedda es una mujer que ejerce poder sobre hombres débiles en su interior (todas las personas, de alguna u otra manera, tenemos nuestras propias fortalezas y debilidades), hombres que conectan el vacío de su ser con el propio vacío «encubierto» de ella. La flaqueza de esta los llena, pero hay un elemento predominante: la conexión es consolidada mediante la alternancia entre la indiferencia y desprecio que reciben, y un falso cariño en los momentos justos. Así, ella se las arregla para mantener arrastradas sus propias almas, las que sucumben ante su natural feminidad, y se disponen fervientemente al trato que sea con tal de tener un poco de su esencia. Es su alimento.
Tal feminidad deja abiertos caminos para avanzar: su coartada es dejar que ellos lo interpreten, y así se le hace más fácil tomar y tirar. No obstante (o adicionalmente), dichos caminos son espinosos y, prácticamente nunca, tienen un puerto a donde llegar. Ese ir y venir, ir y encontrarse perdidos, es el opio para su sed, como si se tratase de un deseo sexual reprimido en lo más profundo de su inconsciente que, al encontrar a alguien tan impredecible como ella, tan atormentada aunque le encante dar aires de ser la más superada, perciben en el aliento que emana de sus labios la posibilidad de liberación, de una falsa sanación. Su propio tormento, no reconocido, hace empatía con el de la persona que libidinosamente anhelan, y esa sensación es confundida con amor. Y, aunque algunos son más honestos que otros al reflexionar sobre la realidad de su situación (un «amor» que les produce ardiente infelicidad), no es que sean malas personas. Es solo que una persona como Hedda despierta lo peor de sus obsesiones en ellos, o lo que se manifiesta como obsesiones, y ello termina deformando su buen juicio y carácter, volviéndolos ridiculez de individuos.

Hedda es de alta sociedad y lo ha podido tener todo. No obstante, en la época en que está ambientada la obra, la sociedad es una «socialmente restrictiva» para el progreso independiente y/o individual de las mujeres. Ese es uno de los motivos por el que se encontraba ella «fatalmente aburrida», como señala Clemencia Ferreyros, gerente cultural del Británico, para la revista Folk. Aun así, vale decir que el aburrimiento no lo puede ser todo, ¿verdad?
Y es que hay algo más: una carencia total de iniciativa para emprender nada. Ya nada vale la pena y no hay nada por hacer. Por lo tanto, todo se hace un fastidio y vive únicamente, aparte de sus fondos, del cariño de su esposo, quien se desvive por ella. Tonto de él (y tonto de los otros, tonto de muchos), no es capaz de darse cuenta de que, simple y llanamente, no tiene ella la capacidad para querer a otra persona -y ni qué se diga de amar- ya que ni siquiera puede apreciarse a sí misma.
Sí, Hedda es una mujer depresiva, con el rasgo de la bipolaridad, alguien frágil que necesita de breves «incentivos» emocionales que la satisfagan para seguir imaginando que el mundo sigue valiendo la pena, a pesar de ni siquiera estar intentando desarrollar una vida con sentido. ¿Para qué, si ya tiene el dinero, la casa y el esposo «servidor»? Por supuesto, él no es alguien que pueda generar en ella emociones reales -ni lo nota y ni lo sabe-, pero sí otros dos tipos que fueron parte de su pasado y que, por circunstancias diversas, reaparecen en su vida luego de una mudanza. Al final, termina formándose una maraña sin salida.
Hedda es una obra fenomenal, una obra soberbia. Mis felicitaciones a todas aquellas personas quienes hicieron realidad la puesta en escena para el teatro peruano.








