La primera vez que escuché (que leí, en realidad) el apellido Moses, fue en Todo lo sólido se desvanece en el aire, de Marshall Berman, un libro que me marcó y que ubico entre mis favoritos. El mismo, presenta el desarrollo de la modernidad a nivel histórico empleando como base geográfica de estudio los procesos socio-urbanos y políticos en Rusia, y en especial, en San Petersburgo. El autor avanza en el tiempo analizando cómo se reflejaban realidades en grandes trabajos literarios seleccionados, y muestra cómo las grandes decisiones de unos pocos, desde posiciones válidas de poder en el Estado, en el ámbito de la política urbana, influían sobre la concepción de vida de muchos otros, por lo general, impactando sus vidas para siempre.
En cuanto a Rusia, Berman avanza hasta las primeras décadas del siglo veinte. Luego, en su quinto capítulo, hace un salto total y se va hasta Brooklyn, Nueva York, esta última, una ciudad «intervenida» por, ¿quién si no?, Robert Moses. Según el libro, Moses mantuvo un largo periodo de operación en relación con el Estado, desde inicios de 1910 hasta fines de 1960. Allí, introdujo cambios en la ciudad que cambiarían sus dinámicas urbanas para el resto de su devenir, y afectarían la vida de un sector importante de la ciudadanía, en especial, de los afroamericanos de menos recursos.
Sin que lo haya previsto, me he vuelto a cruzar con un Moses, esta vez «Randolph», quien, aparentemente, es la representación de la misma persona (vamos, ¿quién si no?) en Huérfanos de Brooklyn, una magnífica película que he visto no hace mucho y que está basada en el libro homónimo de Jonathan Lethem (Motherless Brooklyn). El filme fue dirigido por Edward Norton, quien funge de personaje principal -un detective con síndrome de Tourette que pasa de ser un asistente a un investigador de primera línea por cuenta propia ante el asesinato de su mentor, interpretado por Bruce Willis, quien tiene una participación corta-. Entre el reparto, además, y sumamente importantes para la trama, están Alec Baldwin (Moses), Willem Dafoe (hermano de Moses y su antagonista) y Gugu Mbatha-raw (Laura Rose, cuyo pasado -y existencia- puede acarrear una avalancha en las relaciones de poder), entre otros.
No tengo suficiente información como para saber si la historia contada, en sus detalles, es acorde con la realidad -o hasta qué punto lo es-, o si se trata de la licencia «literaria» de la ficción lo que prima. No obstante, por el libro de Berman, sé que el contexto es muy cierto, y realmente fue un verdadero deleite ver reflejado en una película una parte de uno de los textos más grandiosos que se han escrito, dándole vida en la pantalla a lo que con tanto interés y satisfacción (por la riqueza del escrito y la ganancia en aprendizaje) leí. Tan solo puedo decir, «así que ese fue el Nueva York que generó Moses, y aquel el impacto sobre Brooklyn».
La película es de tipo detectivesco, y hay toda una serie de actos criminales y encubrimientos que generan un ambiente turbio, con Moses involucrado en ciertas cuestiones. Quién sabe si por eso se usó «Randolph» y no «Robert». En fin.
Sinceramente, no puedes imponer un modelo urbano que excluya a parte de una población. De manera más descarnada: no puedes simplemente establecer las condiciones para forzar la exclusión de la gente que desprecias, y creer, incluso, que no sería notado, que ese actuar pasaría desapercibido frente al conjunto de proyectos que lanzaste y que beneficiaron a otros segmentos de la población. No puedes creer que nadie se daría cuenta de todo tu racismo y clasismo. No puedes creer que haya vidas que no importan. No puedes creer que el poder te entrega permisividad a discreción. No puedes creer que tu falsa imagen de «gran creador y urbanista» no se iría sin manchas groseras por el significado de tus acciones. Algunos jamás olvidarán.
Huérfanos de Brooklyn debe ser vista (o leída) por todo aquel apasionado de las dinámicas del mundo urbano, por todo académico que lo estudie y por todo interventor que desee gestionar cambios en las ciudades del mundo.
El poder no es un ente apropiable, pero sí un camino hacia la consecución de una realidad mejor.
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