Luchador por la libertad

Una de las jornadas de lectura más enriquecedoras que he tenido, de gran aprendizaje y, también, indignación por la historia contada, es el periodo en que estuve leyendo el libro que se muestra en la foto de portada. Long walk to freedom. The autobiography of Nelson Mandela, volumen 1: de 1918 a 1962, publicado por Abacus (2002). Tanto este volumen como el segundo (de 1962 a 1994) los compré hace años ya, pero recién el aún vigente tomé el primero y lo leí. Fallé en haber demorado tanto (o, quizás, haberlo leído ahora me ha significado un mayor disfrute que si lo hubiera hecho antes, habiendo conocido más sobre la vida).

Algunos me dirán que, lo leído, es solo «su» versión. Yo diré que, no reconocer a Mandela como una de las mayores personalidades de la historia, sería un craso error. A raíz de lo que he leído en este libro, puedo considerar a Mandela, además, como una inspiración. No soy alguien que esté autorizado para juzgar su vida, ni hasta qué punto lo que hizo en cada etapa de la misma estuvo «bien» o «mal». Por ejemplo, el haberse alejado de su pasado y la cultura en que fue formado para adoptar, por decisión propia, el occidentalismo de la capital de su país, la cual fue de la mano con convertirse en el «luchador por la libertad» (freedom fighter, como se señala en el libro) que fue para un sector mayoritario de sus compatriotas.

Soy alguien que admira mucho su lucha, cómo dio un paso al frente para encarar uno de los sistemas políticos más opresores de los que ha tenido conocimiento la humanidad, el comúnmente denominado apartheid, principalmente actuando desde el Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés), un partido político creado para la igualdad de derechos en el país, hablando en términos generales, con enfoque en los derechos de los sudafricanos negros y, a su vez, en alianza con una organización similar para los indios y otra para los mestizos (coloureds), y asimismo con una sección de los comunistas del país (una alianza que no necesariamente fue vista con buenos ojos en ciertos círculos, así como repudiada y sancionada por el gobierno -tamaña hipocresía-). El partido llegó incluso a ser inhabilitado legalmente desde el régimen, pero continuó operando desde las sombras, con Mandela como uno de sus principales brazos ejecutores de políticas y acciones concertadas.

Más allá de los debates de «moralidad», Nelson cuenta una fascinante historia con lujo de detalles (nombres, lugares, fechas, etc.), incluso desde las primeras etapas de su vida, hasta el momento en que, cantadas las resoluciones de un nuevo juicio en que recayó por su activismo, recibió sentencia por cinco años en 1962. Su lucidez y jovialidad al contar su propia vida son difíciles de superar y marcan una narrativa en la cual hay una honestidad prístina en la presentación y contrastación de visiones y argumentos acerca del entendimiento de la sociedad, la cultura, la política, la justicia y la lucha por la libertad. Mandela llega a veces a ser tan sencillo que hasta se burla de sí mismo al contar determinadas experiencias. No hay una pizca de orgullo en su propia representación como persona, pero sí -y es inevitable- en su mirada política y la asunción de su rol en su vida y para su país. No obstante, no es un orgullo se superioridad, sino uno -aunque pueda sonar contradictorio- de humilde autoreconocimiento de la importancia de la lucha social y política en su vida en favor de la causa por la que se entregó.

Si bien no es mi intención contar los relatos del libro en esta entrada, sí haré referencia brevemente a uno. Bajo la que se conocía como la política de no-violencia para la protesta, un elemento clave marcó la postura de los manifestantes en las acciones públicas de oposición desde el ANC al gobierno: a superación del miedo a la reclusión temporal en prisión. Es decir, yendo a los años 50, corría una época en que, cada vez más, crecía el recorte opresivo de derechos a los sudafricanos negros. Por ello, no era posible mantener los brazos cruzados.

Se sabe que una protesta siempre tiene mayor alcance en la búsqueda de un objetivo cuanto más gente se sume a ella. No obstante, una protesta que abarcaba acciones que «violaban» la ley -por ejemplo, hacer uso del tren urbano, increíblemente prohibido para los sudafricanos negros- iba a implicar detenciones seguras. Ello podía mermar el empuje de los protestantes; sin embargo, el ambiente de opresión, la organización logística de la manifestación y la fuerza de los discursos políticos para la lucha hicieron que esa barrera se quebrantara.

Ciertamente, muchos no pudieron escapar de las garras policiales, pero, como se trataba de detenciones breves, a los pocos días estaban fuera de nuevo, con sus vidas intactas y una sensación de victoria. El movimiento, entre otros aspectos, dio a conocer solo una muestra de lo absurdo de las leyes del régimen; en este caso, haciendo notar las propias dificultades logísticas que podría presentar el control policial para hacer cumplir las leyes tan absurdas y estúpidas que se promulgaban, más allá de su carácter opresivo. Pero el absurdo más grande, por supuesto, era el ideológico. No debe haber cabida para el pútrido racismo ni el apartamiento forzado en nuestras naciones, en ninguna de sus manifestaciones.

Se había vencido el miedo al aprisionamiento, al menos, hasta cierto grado, y ello podía permitir mayores manifestaciones a futuro. Sin embargo, por su parte, el régimen continuaría recrudeciendo su opresión hasta hacer que la vida fuera insostenible para los sudafricanos negros. Por eso, aplaudo de pie a Mandela, a él y a todos los que lucharon a su lado y nunca dieron un paso al costado, y también a sus familias, que estuvieron firmes en el soporte que les dieron. Desde allí, es esto lo que aprendo: ante las mayores dificultades, enfrenta. Solo así superarás el miedo a intentarlo. Solo así, la barrera que se presente no te detendrá. Incluso, podrás no lograr tu objetivo, pero ya habrás superado la parálisis, y en lo sucesivo estarás un paso adelante en medio de la turbulencia.

Ahora, me tocará conocer la segunda parte de la historia, que llegará en un futuro no lejano.

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