Bajo a la pequeña cafetería del lugar. El café que venden es colado y muy bueno. Lo acompaño con un quequito (o, para los occidentalizados, un muffin) de chocolate. Noté al pasar que, en una de las mesas, estaba sentado Lurgio Gavilán, alguien a quien he leído y respeto, y que me firmó un autógrafo para su último libro, Carta al teniente Shogún. Se relaciona con una larga historia que, seguramente, comentaré aquí de una manera no académica, sino reflexiva, como es el estilo de este blog.
Luego, me siento en un espacio libre, en una mesa distante, y empiezo a tomar mi café, engullir el queque y leer artículos del NYT. Me sorprendo al encontrar un artículo de una feminista peruana de quien he leído varios artículos de opinión, pero cuyas posturas solo comparto parcialmente. Mi sorpresa se basa en el haberme cruzado de repente con un/una compatriota (en general) escribiendo para un importante medio internacional, sin saber que lo había hecho o que, quizá, lo haga regularmente para dicho medio, pero siempre teniendo en cuenta que contamos en el país con excelentes valores (un término utilizado en Lima para referirse a personas con gran capacidad para su oficio) -por lo que, desde ese lado, no habría en realidad ninguna sorpresa-.
Es decir, al hablar de sorpresa, no debería implicarse necesariamente que uno mantenga una baja expectativa sobre las personas o cosas. Una sorpresa puede deberse a acontecimientos que uno no necesariamente sabía, o que no estaba al tanto de, que iban a ocurrir en un momento determinado, y pueden resultar siendo gratos o no; en este caso, lo fue. Sin embargo, me causó a la vez desazón el no haberme cruzado con alguien con quien sintiera mayor afinidad. Pero la felicito y está muy bueno su texto.
Y, en medio de eso, llegué a la comprensión de que estaba viviendo el estar sentado en un mismo café con alguien importante para la antropología peruana, un Lurgio Gavilán y su vivencia, su transformación y su perspectiva. La sensación ha sido motivadora. Necesito continuar mis estudios.