Continuando la historia, el primer semestre del año 2002 me matriculé en una academia de preparación para rendir mi examen de admisión a la universidad. En Lima, una academia se le llama a una institución educativa con un propósito específico: proveer preparación para el examen de admisión de una o un grupo de universidades; en otras palabras, una formación preuniversitaria. En aquel tiempo, las academias más famosas eran Trilce (sí, como el poemario de Vallejo) y Pámer. La opinión popular era que la primera tenía mayor énfasis en el ámbito matemático y, la segunda, el verbal.
Solicité a mis padres ingresar a Trilce, y la sede elegida fue, por supuesto, la más cercana a casa (en este caso, la más cercana a mi distrito, ya que en este no había una). Siempre recordaré cómo mi hermosa madre me llevaba todas las mañanas en el carro, mientras mi retorno lo hacía, ya por cuenta propia, en transporte público (y, si había sesión en la tarde, solo utilizaba este último medio). Le agradezco infinitamente por haberse tomado el esfuerzo de apoyarme de esa manera, la cual contribuyó, junto con muchas otras cosas, al largo proceso de mi formación como profesional.
El paso por una academia implicaba llevar cursos sobre los temas que eran evaluados en los exámenes de admisión. Comúnmente, se trataba de dos grandes acápites: razonamiento matemático y verbal. En Trilce, las clases de la mañana eran acompañadas de sesiones de resolución de ejercicios por las tardes desde cierto momento en el ciclo, y de exámenes de práctica continuos. Asimismo, se publicaba el ranking de notas en la pared y resultaba motivador para el estudio.
En mi colegio, tengo el recuerdo de buenos profesores y profesoras que llegaron a enseñarme. Sin embargo, la formación de un colegio en Perú no necesariamente entrena (y no tiene que hacerlo; es más, es mejor que no sea así) en el tipo de pregunta que se realiza en los exámenes de admisión a las universidades. Yo terminé el colegio sabiendo que había logrado un gran aprendizaje, pero sentía que no necesariamente iba a poder adaptarlo, en lo que concerniese, al tipo de examen de admisión de la universidad a la que quería postular, que además se consideraba, en definitiva, riguroso.
Es así que entré a Trilce algo intimidado, con cierta innecesaria sensación de inferioridad (no frente a una idea del potencial conocimiento de otros estudiantes, sino respecto de mi percepción del entrenamiento con que llegaba). En los primeros exámenes de práctica, lograba únicamente la mitad de tabla. Sin embargo, poco a poco mi mente fue captando los mecanismos impartidos y terminé siendo uno de los mejores de mi promoción, siempre peleando el primer lugar en dichos exámenes, y consiguiéndolo repetidas veces.
No obstante, cuando ya nos encontrábamos cerca del cierre de ciclo, la tensión había aumentado por la cercanía del examen de admisión real. Entonces, hicimos un simulacro final y recuerdo haber estado bastante nervioso, una influencia negativa sobre mi nota: obtuve un sexto lugar que preocupó a nuestra tutora, quien siempre estuvo pendiente de nuestro progreso y con quien no siempre fui justo en el trato. Sin embargo, esa nota no derribó mi confianza y mantuve mi concentración para lo que venía.
Recuerdo que tuvimos diversos profesores para la enseñanza de las técnicas más diversas para atacar los problemas de índole matemática, todo lo cual aportaba al desarrollo del rango de alternativas en nuestras mentes para hacer lo que debíamos hacer. El hecho de captar esos mecanismos era intelectualmente gratificante. Una genial sensación de logro la tuve cuando, desde cierta fecha, ya habiendo pasado la mitad del ciclo, empecé a resolver los mismos ejercicios que habíamos ido recibiendo durante los estudios, listas interminables. En ese sentido, ejercicios con los que antes había tenido dificultades y que incluso no había llegado a «descifrarlos» del todo, al tratarlos con mayor acuciosidad y calma (fruto de un mayor entrenamiento), los llevaba hasta un fin, y que era el correcto. Había avanzado el desarrollo de mi razonamiento matemático.
Una situación similar aconteció con el razonamiento verbal. Recuerdo que fallaba seguido en las respuestas que finalmente seleccionaba. Sin embargo, a fuerza de práctica y un análisis más agudo, empecé a mejorar considerablemente mi rango de aciertos. Tanto para el lado matemático como el verbal, en ocasiones, recibí el apoyo de mi hermano y hermana, respectivamente, dos personas que, de igual manera, fueron un estandarte para mi aprendizaje en aquel periodo. Mi hermano, particularmente, siempre fue como un asesor de matemáticas desde mi etapa de colegial, y de quien aprendí mucho en esa materia.
Recuerdo el momento en que, en una sesión nocturna de práctica en razonamiento verbal, un buen profesor que tuve, en una breve charla fuera de clase, a quien le pedí revisar mis respuestas a unos ejercicios que previamente habían quedado como tarea -para la que también había recibido el apoyo de mi hermana-, me dijo, al evaluar lo que le mostré y escuchar mis justificaciones para algunos de ellos: «Vas a ingresar». Frases que uno no olvida.
La Trilce fue un periodo muy importante de mi vida, uno en el que avancé mi desarrollo intelectual para el razonamiento matemático y verbal, un excelente complemento global para el aprendizaje que había obtenido en el colegio. Asimismo, tuve una vivencia social muy positiva, de la cual hablaré en la entrada contigua a esta.