Huacapune nocturna, parte 3. Un malentendido

A la hora de bajar, mi amigo y yo decidimos dirigirnos hacia la cascada Mortero. Si bien no conocíamos su ubicación con precisión, sabíamos que debíamos tender hacia la izquierda. En ese sentido, Pedro decidió seguirme ante mi mayor experiencia en montaña a ese momento.

Si bien en la actualidad ya puedo manejarme bien de ida y vuelta a Huacapune desde el puente Habich en la carretera Central, así como desde allí hacia Mortero, en ese tiempo no tenía las cosas claras; así que decidí «bajar a la mala», o, en otras palabras, bajar sin buscar un camino específico. Simplemente, descender en vertical tendiendo hacia la izquierda, buscando superar cualquier obstáculo que se presentase.

Mientras más bajábamos, más nos aproximábamos por lugares que eran totalmente nuevos para mí. En un punto, bordeando una montaña a nuestra izquierda, sin saber realmente en dónde rayos estábamos, solo sabiendo que debíamos alcanzar la pista de trocha para continuar hacia la izquierda, salimos a una abertura entre montañas. En realidad, lo hice yo primero; Pedro venía más atrás, pero siempre intentaba mantenerlo a la vista.

Llegado ese momento, tenía dos opciones: o seguía un camino hacia la izquierda por las montañas, como lo veníamos haciendo, y que estaba de bajada en pendiente sencilla, aunque sin saber a dónde nos conduciría (estaba la duda también de hasta qué punto debíamos seguir tendiendo en esa dirección), o continuaba por un descenso dificultoso, más vertical, y luego tomar un sendero que regresaba hacia la derecha. Allí, empecé a pensar en ya no ir hacia Mortero; mucho tiempo ya habíamos pasado sin llegar a ningún lado. La sensación de estar perdido había empezado a causarme inseguridad.

Ante esa perspectiva, bajé como pude por ese tramo dificultoso semi vertical sin mirar atrás -prefería concentrarme en mis movimientos primero-. Al lado izquierdo, se visualizaba otro descenso más inclinado y mucho más hondo, que podía implicar una caída desastrosa. Una vez en la parte inferior de donde había descendido, empecé a buscar con la vista a Pedro para ver dónde se encontraba, pero me sorprendió que ya no se encontrara en el paisaje. En el tiempo que demoré en bajar ese pasaje, ya debería haber estado cerca para la vista; al menos, al inicio del pasaje que acababa de bajar.

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Para tener una mejor perspectiva, subí con cierto esfuerzo hacia el sendero que iba a seguir para continuar camino hacia la derecha y, antes de voltear por la curva que venía, empecé a escanear las montañas; sin embargo, no había pista de mi amigo. Empecé a pensar lo peor. A veces, en un dos por tres, un mal paso en la montaña puede llevarte a un precipicio o una caída difícil y sin retorno. Lo llamaba constantemente con todas mis fuerzas, pero nada. Intentaba contactarlo por celular, pero Movistar casi nunca tiene señal en montaña para otros celulares.

Retrocedí camino para tener otros ángulos de visión y saber qué había ocurrido, siempre esperando que no hubiera caído. Subí a donde había estado antes (en la parte superior del tramo semi vertical) y empecé a revisar los alrededores. Nada. En eso, entra una llamada a mi celular: era él. Si crees que allí llegó la tranquilidad, pues no estarás en lo cierto. A duras penas pude comunicarme a través de la llamada, la cual estuvo cortada y a los segundos finalizó (es decir, en realidad, no hubo comunicación). Ello me hizo pensar en la posibilidad de que él, estando en un problema, había intentado llamarme para que lo apoyase, lo cual incrementó mi preocupación.

Llamé a casa y pude contactarme con mi papá. Le conté la situación y le di el número de Pedro para que lo llamase, pero no pudo hacer contacto. Dejé un mensaje informativo en el celular de un compañero de la RML por Facebook para que le llegara cuando pudiera tener conexión de internet. Mi saldo, además, no estaba para soportar largas llamadas por celular. Al final, le dije a mi papá que vería qué podía hacer y que lo tendría informado. En eso, vi bajar rápidamente a un poblador de la zona que iba a pasar por donde yo estaba. Lo detuve un momento para pedirle ayuda. Le comenté el problema y él, muy amablemente, con su celular, se puso en contacto con alguna otra persona más arriba para que le dijera si había visto pasar a alguien, y le respondió que sí, a lo cual añadió los detalles al respecto -como hace cuánto tiempo y el estilo de vestimenta. Sin embargo, ello no respondía la cuestión de si, por donde ahora estábamos parados, Pedro había tenido algún accidente. Sí podía pensar que, en caso Pedro se hubiera retrasado mucho mientras bajábamos, por más arriba no había tenido percance alguno.

Me entró una tranquilidad parcial y decidí seguir, no sin antes preguntarle al poblador cómo llegar a Mortero, ya que esa era la ruta que inicialmente estábamos siguiendo mi amigo y yo, y quedaba la esperanza en que, finalmente, podríamos encontrarnos allí. Me dijo que el camino que había que tomar era hacia la izquierda: justamente, la otra opción que había indicado unos párrafos antes (en lugar del camino hacia abajo). Me dijo cómo debía avanzar y que iba a ver una vaca muerta en el camino en estado de descomposición, la cual emanaba al ambiente un hedor terrible. Si pasaba por allí, estaría en la dirección correcta, a lo que agregó que no había manera de perderse. Me indicó, incluso, que lo mirara mientras bajaba. Le agradecí mucho y él siguió su camino.

Cabe mencionar que su velocidad de avance era impresionante. Yo, ya cansado por la caminata y la tensión, así como por la mochila que cargaba, tan solo pude ir despacio; el poblador empezaba a desaparecer. Pienso que su gran destreza debe deberse a una gran experiencia transitando esas rutas y una formación muscular adaptada a ese tipo de camino: el de la montaña. Siempre lo recordaré por ese magnífico apoyo desinteresado que me brindó.

Estuve avanzando sin detenerme y, de pronto, me entró una nueva llamada: era Pedro. Esta vez sin problemas de conexión entre celulares, me comunicó que, cuando empezamos a distanciarnos y me perdió de vista, al llegar al punto que representó las dos opciones de camino (donde lo estuve buscando), pensó que me había ido hacia la izquierda, y decidió seguir por allí. Deduje que, mientras bajaba la parte semi vertical, él pasó de largo y se distanció por su rumbo. Gracias al cielo, no había ocurrido nada malo.

Le hice notar toda mi preocupación y molestia por lo que había pasado, pero todo quedó allí. Me parece que se sintió avergonzado. Acordamos encontrarnos en el camino, por lo que empezó a esperarme, o quizás a caminar más lento. A partir de ello, tan solo me tocó seguir avanzando hasta alcanzarlo. Llegué a pasar por el lado de la vaca y sí: la peor hediondez de mi vida. No sé si seguirá allí o si ya se habrá convertido en huesos.

Cuando alcancé a Pedro, nos saludamos y continuamos camino. Finalmente, encontramos un último descenso antes de la trocha; una vez sobre esta, seguimos ruta hacia Mortero.

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Un tremendo arbolito que hallamos durante el camino de bajada.

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