Huacapune nocturna, parte 2. Hacia el próximo futuro

A la mañana siguiente, algunos se levantaron muy temprano, alrededor de las 6 a. m., para ver la salida del sol en el horizonte. Yo, como ya he comentado en una historia anterior, ciertamente, a esas horas en mi carpa, me cuesta bastante salir por la sensación de frío. Sin embargo, sí llegaría a ver amaneceres increíbles en otros momentos, en pleno ascenso a cumbres.

12 b

Más tarde, mientras una parte de quienes quedábamos en la explanada decidió seguir descansando en sus carpas o andando por el lugar, y luego levantar campamento y bajar, otra parte, incluidos Pedro y yo, fue al pico del cerro Tomapongo -donde nos encontrábamos y donde se asientan las ruinas de la fortaleza, en su parte alta-, para lo cual hay que escalar un breve tramo de rocas. Tanto en el camino de subida como allá arriba, ya no hacía frío: el sol se posaba sobre nosotros, dejando todo iluminado.

18 bAllá arriba, solo podía pensar en un año lleno de viajes y que se adentraba en su último mes; el fracaso en Arequipa en julio; las travesías al interior del país que se avecinaban, incluyendo Arequipa nuevamente y mi primer viaje a Cusco, para cumplir una promesa que hice a una de las personas que fueron más importantes en mi vida; las dudas sobre el trabajo en que me encontraba; la tesis que venía desarrollando en ese momento; el finalmente sentir que superaba totalmente a alguien en mi mente, quien había marcado principalmente mi 2014; la mujer que, en esos meses finales, me inspiraba de forma platónica; la manera como quería dirigir mi vida el año entrante.

El sol caía sobre mi rostro, y miraba yo a los cielos circundantes. Nada más había entre mi persona y mis sueños, que, si bien difusos en mi imaginario, eran palpables a través de esa motivación que existía en mis manos. Es decir, el solo hecho de saber que puedes, es decir, de realmente sentir la posibilidad de poder ir tras ellos es equivalente a estarlos viviendo. Ningún sueño empieza a cumplirse mientras no des el primer paso.

Llegó el momento de descender hacia la explanada, y Pedro y yo fuimos los últimos en hacerlo (y, por consiguiente, en desarmar la carpa). Una vez allí, mientras los demás ya iban retirándose, a nosotros nos faltaba un poco más para partir debido a terminar de ordenar y alistar nuestras cosas.

Nos despedimos y, un rato después, empezó la caminata de retorno.


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