Tranquilamente, caminábamos por la trocha hacia la cascada Mortero. Mis pies se sentían cansados después de todo lo vivido, pero no podíamos irnos sin llegar al lugar que nos habíamos planteado visitar.
Al llegar a la cascada, nos sentamos a descansar un poco. Coloqué mis pies en el agua para refrescarlos. Por lo general, estábamos en silencio. Era una manera de descansar también. Un rato después, nos alistamos y partimos nuevamente en lo que sería el retorno definitivo.
Empezamos a caminar por la trocha. Por más que avanzábamos, parecía que la distancia nunca se acortaba. Si bien el puente Habich, a donde debíamos llegar, se encontraba a la vista, se veía siempre lejos. Luego de largo trecho, llegamos hasta la curva donde está una suerte de cementerio, flanqueado por altos árboles. Nos sentamos a descansar en una de las rocas de alrededor.
Cerca de allí, hay un primer atajo que conduce a otro «oculto» (no salta a la vista fácilmente) que puede tomarse para ir, con tranquilidad en una ruta más directa, hasta el fin del camino. Sin embargo, no había llegado a conocer ese segundo atajo cabalmente (si bien, seguramente, lo habíamos tomado en la subida, el día anterior, de noche), así que la opción que se abría frente a nosotros era seguir la trocha y alargar la caminata considerablemente.
Si continuábamos así, se nos iba a hacer bastante tarde, y lo sabía. Grande fue la sorpresa cuando -por única vez en todas las veces que he visitado Huacapune hasta hoy-, se apareció un carro (una camioneta Hilux) que iba de bajada desde un punto más alto, y Pedro se animó a pedirle al conductor que nos jale, a lo que accedió.
Subimos en la tolva y creo que en menos de 20 minutos estuvimos en el puente Habich. Ese transporte, si bien incómodo por el movimiento que generaba la velocidad sobre la pista de trocha y donde estaba sentado, fue un alivio. El viento que sentía cayendo sobre mi rostro a medida que bajábamos era fenomenal, la felicidad era plena. Se trataba del cierre perfecto para un viaje que había terminado siendo problemático en lo personal, según lo que ya he contado en esta historia.
Representaba, también, el punto final de las caminatas de montaña del año, luego del cual vendría mi primer viaje a Puno, cuya historia, que fue la primera que conté en este blog, inicia aquí.
¡Hasta pronto!

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