Seguimos avanzando. Aún falta varias horas para entrar en la oscuridad total -créeme: llegamos a ese punto y seguíamos caminando, ya que la ruta seleccionada no fue la correcta. En otras palabras, estuvimos relativamente perdidos. El punto al que debíamos llegar era la laguna Azulcocha, ya dentro del departamento de Lima, a unos metros de cuya orilla acamparíamos.
Es aquí donde traigo el recuerdo del mapa que coloqué en la parte 1, ya que, si bien allí se muestra una línea de avance casi directa, con pocas curvas pronunciadas, la realidad es que, naturalmente, en más de una ocasión, fuimos para un lado o para el otro. Por eso, en esa publicación indiqué que se trataba de una ruta graficada de manera aproximada y simplificada. Sin duda, ¡no estábamos caminando sobre una planicie, sino entre montañas, lagunas, rocas, colinas, pastos y un gran etcétera!
Cuando ya bordeábamos la segunda parte de la laguna Marcapomacocha, llegué a estar una distancia por detrás del guía principal, con el resto de viajeros más atrás. Más adelante, sin embargo, por una demora u otra, basadas en cierto cansancio y dolor de cabeza, empecé a perder posiciones. No obstante, mientras aún bordeaba la laguna mencionada, me enteré luego de que algunos habían decidido regresar. Dos chicas, amigas entre ellas, tuvieron una lesión, y el amigo que venía con ellas se quedó para mantenerse unidos; asimismo, el líder de la RML decidió, también, acompañar a estas tres personas por cuidado, quienes habían decidido no seguir. Acamparían en un punto determinado cerca de donde habían quedado y, al día siguiente, retornarían a Lima.
El resto del grupo, continuó avanzando. Había empezado a sentir dolor de cabeza y, por la insuficiente comida ingerida, sentía que perdía energías. Cargar la mochila con siete u ocho botellitas de medio litro de agua no ayudaba mucho tampoco. Al inicio de las caminatas, las mochilas suelen estar más pesadas. Lo positivo es que, como compartiría carpa con un amigo con el que había compartido también en la ruta de Canchacalla a Markahuasi, entonces el acuerdo, por cortesía, fue que él iba a cargar la carpa nuevamente.
Llegó el momento de subir una colina exigente. En el camino, vi personas del grupo descansando y me uní a ellas. Tomé una pastilla y me senté a descansar también. En menos de 20 minutos, el dolor se había ido y empecé a comer, con lo cual recobré energías. Después, seguí.
Luego de pasar la colina, llegaba una bajada hacia lo que parecía ser una laguna seca, y rápidamente el cielo fue expulsando la poca luz que quedaba. Encendimos las linternas frontales. Avanzamos y avanzamos, pero no llegábamos. Empezamos a hablar, entre “cuchicheos”, que estábamos fuera de ruta y que el camino que habíamos tomado no era el correcto. Agregué, y sentí acuerdo con ello, que podía ser mejor acampar allí mismo, en esa laguna seca, ya que el terreno era más o menos plano, y al día siguiente continuaríamos. Ya todo estaba oscuro. Sin embargo, nuestro guía, quien se encontraba más adelante y no fue parte de estas conversaciones, si bien notó el malestar en el grupo, no planeaba rendir su orgullo. Simplemente, lo seguimos, con la esperanza de que no faltaría mucho.
Finalmente, si mal no recuerdo, hubo una última colina que atravesar y, al bajar por el lado opuesto, empezamos a aproximarnos a nuestro objetivo. Si bien no se notaba a la vista, pudimos sentir que la laguna estaba más allá por la brisa y su sonido, lo cual fue confirmado por nuestro guía. Era hora de armar las carpas y congelarnos un poco en el proceso, ya que, alrededor de la medianoche, el frío imperaba. Por último, comer algo más y a dormir. Al día siguiente, la magnificencia de Azulcocha empezaría a mostrarse ante nuestros ojos, pero ya la verán en la siguiente parte de esta historia.

Aquí, una jodita que suelo hacer con este tipo de pastizales: