El brillo del sol da sus últimos suspiros, como aquel último esfuerzo que realizas antes de llegar a un alto objetivo. Aquellos suspiros son suficientes para posar una capa rojiza sobre todo lo que la vista observa, y llegan desde el horizonte, allá por entre las montañas. El sol camina hacia su hibernación diaria para dar paso a la luna, y se prepara para, al día siguiente, llenarnos de todo su intenso brillo.
Un buen tiempo después del fracaso de Arequipa, volví a la ruta, motivado por todo lo que quería lograr a futuro. Esta vez, la Red de Montañistas de Lima organizó un trek desde el pueblo Santa Rosa de Canchacalla (o, simplemente, Canchacalla), perteneciente al distrito de San Mateo de Otao, ubicado a una altura de alrededor de 2250 m s. n. m., hasta la meseta de Markahuasi, a 4000 m s. n. m., ambos parte de la provincia de Huarochirí.
La mayor parte de personas, para dirigirse a Markahuasi, un lugar muy concurrido (a veces extremadamente concurrido), viaja primero al distrito de San Pedro de Casta -también en Huarochirí- y, desde allí, emprende una caminata en subida por un camino marcado cargando todo su equipo de campamento. También se puede contratar un burro para que lleve la carga y un caballo para ir montado.

Subir desde San Pedro de Casta en caminata, una ruta que no he realizado, calculo que dura entre tres y cuatro horas, dependiendo de la velocidad. (Para el retorno, no volvimos por el mismo camino hacia Canchacalla, sino que bajamos directamente a San Pedro de Casta y allí tomamos el bus hacia Chosica, y esa bajada, a paso lento, me tomó alrededor de una hora, quizás un poco más.) De Canchacalla a Markahuasi, hicimos aproximadamente 12 horas, de 11:15 a. m. a 11:15 p. m., con más o menos minutos, e incluyendo, por supuesto, las paradas en el camino por descanso.
El camino seguido se trata de uno de los desniveles más fuertes que he realizado, y fue bastante pesado por la carga de nuestro equipo de campamento durante todo aquel tiempo. Aquel día, conocí a un muy buen amigo mío, Pedro Córdova, un tipo tranquilo, callado, con un promisorio futuro en la fotografía, que gusta de la caminata de montaña y con mucho entusiasmo para iniciar proyectos relacionados con su carrera. Él se había comunicado con el líder de la Red y le había comunicado que no contaba con carpa, y este me preguntó a mí si podía compartir la mía con él, y acepté. Así, como parte del favor, Pedro cargó la carpa hasta el lugar de campamento.
Aquel día, también asistió a la caminata un grupo de amigos y amigas (no de mi persona) que se animaron por aquella aventura. No sé cuáles hayan sido sus expectativas sobre la ruta, pero hubo cierta exageración en el aprovisionamiento de agua de una de las dos chicas. Llevó, al menos, tres botellas de tres litros de agua. Alguien me dijo que habían sido cuatro de estas botellas. ¿Realmente pensó que iba a ser sencillo cargar eso? Ciertamente, otras personas la ayudaron con la carga. Cabe mencionar, además, que ella tenía bastante carisma para mostrar su necesidad. Considerando que no estaba cargando la carpa, yo la ayudé hasta cierto tramo con una de las botellas. Sin embargo, llegados a cierto punto, se la tuve que devolver, ya que el peso era demasiado para ese desnivel y con la carga que ya llevábamos. No sé si ella le habrá «dado» la botella a otra persona. No diré más.
Durante la ruta, la gente de dispersó bastante según sus descansos, velocidades y la intención de andar en grupos. No podría recordar cómo fue exactamente la ruta, solo que, gran parte del inicio, incluía una subida directa en corte hasta un bosque de grandes arbustos y árboles ubicados sobre un cerro, donde había que doblar hacia la izquierda y continuar. Allí, me encontré en solitario, aunque con otras personas a la vista. Sin embargo, no tomé el camino que debí tomar y ya no podía saber por dónde habían pasado quienes estaban más adelante.
Recuerdo claramente un aprendizaje que obtuve en este punto. Me había formado la idea de que podía doblar a la izquierda por más arriba y empalmaría con el resto, pero me di cuenta de que me estaba alejando mucho. Así que, muy tranquilamente, exploré un poco la zona y encontré un pase, no necesariamente el que habían tomado quienes estaban más adelante. En un punto, me llegué a juntar con el resto mientras quienes estaban más atrás también iban llegando. Establecimos un descanso. El aprendizaje es el siguiente: si sientes que te has desviado, o que te estás desviando, no fuerces las cosas; simplemente, retorna y explora las posibilidades con cabeza fría. Alguna de ellas te permitirá continuar, o quizás todas ellas, solo que con distintos niveles de dificultad. No es que antes no haya tenido esta convicción, pero aquí notoriamente la puse en práctica considerando lo pesada de la ruta.
En el punto de reunión, mi buena amiga Normita Quino, quien ahora ya es madre y le entrego mis más calurosas felicidades, y con quien, junto a otra chica más, fui el último en iniciar la caminata desde Canchacalla, preguntó preocupada por mí, ya que ella, por su mayor velocidad, se encontraba siempre adelante, o entre las personas de adelante. Alcé la voz para que supiera que estaba por allí. Luego, continuamos ruta, siempre en subida.
Así, llegamos hasta unas rocas donde tomamos un nuevo descanso. Ya caía el atardecer sobre nosotros y evaluábamos por dónde debíamos seguir. Sentados, uno de los presentes, alguien que me había parecido ver también en la subida a Huangro, se convertiría en uno de mis mejores amigos para toda la vida. El gran Waldi Soto. Aquella vez, sin embargo, aún no habíamos empezado una amistad. Dejamos el descanso y continuamos.
Había que hacer un breve descenso para volver a subir a través de un sendero angosto. Fue allí que nos topamos con el ocaso, en el atardecer que ya apreciaron al inicio. Luego, la oscuridad empezó a dominar el cielo. Nos preguntábamos hasta dónde íbamos a avanzar ese día, pero la consigna era clara: llegar hasta la meseta; al menos, la parte más cercana de ella.
A lo lejos, se observaba algunos cimientos de algún pueblo, al cual llegamos. Era un «pueblo fantasma», o desolado. Hicimos un nuevo descanso, donde reordenamos nuestras cargas. Por mi parte, me abrigué un poco más, ya que la temperatura ya era diferente. Creo recordar que fue antes de llegar a este pueblo que nos cruzamos con un corredor de trail running que se encontraba en descenso. Ese mismo día se estaba llevando a cabo una carrera cuyo inicio y fin no conocíamos, pero él nos contó que la jornada estaba siendo muy dura: aún le faltaba mucho por recorrer y no había tenido la oportunidad de alimentarse lo suficiente. Asimismo, su agua escaseaba, pero él debía seguir. Es parte de su deporte. Luego de unos minutos, continuó su recorrido. Fue al único que vimos.
Cuando creímos que estábamos cerca, ya en plena oscuridad y solo iluminados por la luna, las estrellas y nuestras linternas frontales, descubrimos que largo camino aún quedaba hasta el punto de campamento. 12 horas en desnivel y porteando carga no es algo que se haga todos los días. El cansancio y el sueño arreciaba. En uno de los últimos descansos, ya siempre con el grupo unido, recostados sobre nuestras mochilas, se asomaba cierta siesta sobre mi espíritu y el de Pedro. Pero, al partir el resto, nos pasaron la voz, ante lo cual nos levantamos y continuamos.
Llegamos hasta una última loma, la cual contenía diversos arbustos dispersos. Después, seguía un terreno más desolado de plantas, o eso parecía, o eso recuerdo a medias. Un largo tramo nuevamente hasta empalmar con otro sendero, el cual ya sería el último. Lo transitamos hasta una zona que ya se encontraba entre las fabulosas rocas de Markahuasi, y el deseo general fue acampar allí.
Al inicio, tuvimos, cada quien, que sacudir un poco el terreno de todo el excremento seco dejado por vacas (que parece que también acampan allí…) antes de armar las carpas. Luego, guié a Pedro como soporte para levantar la nuestra y, finalmente, a continuación de ordenar (si se puede usar esta palabra) las pertenencias y comer y beber algo, llegó la hora de dormir.
El día siguiente sería bastante tranquilo, tan solo para disfrutar de la inmensa belleza del lugar.