Ya es de noche, se acerca fin de año. Pienso en todo lo que significa para mí estar en esta situación de vida y lo que va a ser el 2014. A mi lado, mi padre. Estamos sentados en un escalón al lado de las rejas de la catedral, conversando, respirando ese aire de anticipación previo al cambio de año, una mezcla de entusiasmo y nerviosismo bajo una postura de calma. En realidad, hablo más de mí que de él. Me gusta pensar en el reto.
Quiero volver y verla de nuevo, ver a esa chica tan bella que es mi colega de trabajo, tan llena de gracia, agradable, lista, de caminar elegante, atractiva, con muchas aspiraciones, de sentimientos sencillos. Quiero creer que el mundo puede dar un giro, o que puedo hacer girar el mundo y, finalmente, poder alcanzar su aprecio y amistad. Si tan solo ella supiera cómo la ven mis ojos y cómo la siente mi corazón. Jamás olvidaré su nombre.
Caminamos hacia dentro del parque, donde mucha gente, familias sobre todo, se encuentra esperando el momento. Me parece que es la primera vez que voy a pasar el año nuevo fuera del departamento de Lima, si es que ya no lo hice de más pequeño en Huánuco. Si bien no será la celebración más grande, es suficiente para mí. Van sonando los cohetes, aunque no en gran algarabía. Llega la medianoche y me doy un largo abrazo con mi padre, quien me da ánimos para ser fuerte ante las dificultades y seguir adelante firme.
Nos quedamos por allí un rato más antes de regresar al hotel. Es hora de partir a Lima al día siguiente por la mañana.