La Tempestad, su solo nombre evoca una serie de imágenes referidas a la fuerza de la naturaleza, o sentimientos encontrados de alta intensidad, si pensamos de manera metafórica. Lo cierto es que la obra abarca todo esto y más, partiendo de una tempestad provocada por medio de magia que hace naufragar a miembros de una realeza y sus súbditos, quienes surcaban el mar con destino lejano. Llegan a parar a una isla sin motivo del azar y, desde allí, una intrincada historia empieza a desenlazarse hasta llegar a un punto cumbre, donde mucho será revelado y poco quedará para la hipocresía y el engaño.
La Tempestad fue la primera obra que leí de Shakespeare. Al menos, la primera que leí a cabalidad, ya en mi adultez. ¿Por qué la escogí? Aqua. Aqua de Angra, una de mis bandas más queridas. Ellos publicaron un álbum, su séptimo, basado completamente en La Tempestad, un trabajo cuya calidad de música, composición e interpretación hicieron que se convierta en uno de los mejores que he escuchado. Es como vivir una ensoñación líquida en cada oportunidad que aquellas melodías ingresan a mis oídos, si es que ello tiene algún sentido.
Siempre había deseado que La Tempestad fuera llevada al teatro en mi país, mi ciudad. Al menos, durante mi vida y desde que me apasioné por el teatro. Finalmente, el sueño se cumplió y la obra fue hecha realidad gracias, principalmente, al Británico (en largo, Asociación Cultural Peruano Británica), como tenía que ser.

La obra, adaptada por Alonzo Aguilar y Roberto Ángeles y dirigida por este último -un capo-, fue puesta en escena del 30 de setiembre al 18 de diciembre de 2017. Amplio fue el elenco que participó en ella, como Alberto Ísola, Andrés Salas, Renato Rueda y Alfonso Santistevan, entre otros, y alguien de quien me quedé totalmente encantado desde que la vi, por vez primera, en el documental Choleando, de Roberto de la Puente: Mariananda Schempp, intérprete de Miranda, hija de Próspero, personaje principal de la historia y a partir de cuya magia y sed de venganza se propician los acontecimientos que aquella contiene.
Su primera intervención es de gran intensidad: aparece por un pasadizo del teatro, en gran sufrimiento por su noble alma, al ver a su padre provocar una terrible tempestad para hacer naufragar, a su isla, a la realeza que lo desterró y a la cual él pertenecía como duque legítimo de Milán, y de la cual su propio hermano Antonio lo traicionó, usurpando su ducado. Sin embargo, contrario a lo que se puede pensar, nunca estuvieron los viajeros en peligro, ya que toda la magia puesta en el aire estaba absolutamente bajo control desde la acción de Ariel, el «espíritu del aire», quien seguía las órdenes de Próspero con amplia fidelidad, exactitud y poder por haberlo liberado de la prisión eterna a la que había caído, aunque en el fondo deseara una nueva libertad.
La historia, luego de múltiples situaciones de reflexión y descubrimiento, da un vuelco en su parte final por la influencia de la bondad del alma de Miranda y de su primer y único prometido, Fernando, hijo del rey de Nápoles, también náufrago, a quien recién conoció y con quien el amor creció bastante rápido por la fantástica impresión mutua que se causaron. Ellos, desde su humilde firmeza, demuestran a Próspero que es posible tomar un camino distinto. Y pareciera que Próspero, interpretado por el genial Alberto Ísola, había estado esperando justamente ello, algo que le demostrara que se podía pensar en un mundo mejor; una esperanza que, en el interior, nunca perdió, y es que en ningún momento fue su intención dañar a los náufragos -y estos en ningún momento sufrieron daño alguno-, sino poner al descubierto los verdaderos instintos de cada quien a través de una situación tan fuera de lo común con el fin de enseñarles una lección de vida.
La puesta en escena es apoteósica: excelentes dinámicas, coreografías muy bien trabajadas, vestimenta y maquillaje fabulosos, altas actuaciones. Nada se guardó el director, quien dejó fluir toda su experiencia para una obra como esta.
Lamentablemente, solo pude verla una vez. Estaré esperaré esperando por un nuevo estreno, o una nueva versión. Será un nuevo sueño por cumplir.
Estamos tejidos de idéntica tela que los sueños, y nuestra corta vida se cierra con un sueño.
Próspero