Una buena reunión, inolvidable

Martes 16 de diciembre de 2014. El semestre académico había terminado. Aquel ciclo 2014-2 fue uno muy especial en la universidad. Había iniciado la Maestría en Psicología Comunitaria de la Pontificia Universidad Católica del Perú el año 2012. Sin embargo, a partir del segundo año empecé a llevar los cursos de manera distinta de como estaban inicialmente programados, lo cual me fue alejando de mi promoción de pertenencia poco a poco.

Ello condujo a que me extendiera en el tiempo de finalización del programa de posgrado. En ese camino, el ciclo 2014-2 me correspondió llevar el curso Investigación en Psicología Comunitaria, que es donde me crucé por primera vez con la nueva promoción de la Maestría, un grupo humano mucho más armónico e integrado que la promoción donde había empezado. (No obstante, en esta última he formado parte de los mejores amigos y amigas que he tenido.) Asimismo, me crucé con uno de los profesores más brillantes que me han enseñado en mi vida universitaria, el Dr. Carlos Vázquez, de Puerto Rico.

Diversas y grandes experiencias fueron vividas durante aquel periodo académico, pero ahora me enfocaré en una reunión que realizamos un poco antes de Navidad como cierre de semestre. Una de nuestras compañeras, Vania, ofreció su departamento para el encuentro, donde no solo compartiríamos el momento, sino que llevaríamos a cabo un intercambio de regalos. Asistió no solo aquella nueva promoción de manera completa, sino también Carlos y otras profesoras y contactos de la universidad ligados a la Maestría.

La conversación y la risa fueron abundantes esa noche. Yo me estaba encargando de las fotos. El ánimo estaba buenísimo. Había comida por doquier, lo que cada quien había llevado para compartir (bueno, menos yo). El departamento, muy acogedor. El ciclo académico había sido un éxito, al menos en ese curso. Claro, las y los estudiantes de esa promoción habían llevado otros cursos también, era su primer año. En cambio, yo me enfoqué únicamente en el curso que señalé al inicio, el único en que estuve matriculado (para luego pasar a los Seminarios de Tesis), el cual organizó Carlos de manera brillante para que sea altamente enriquecedor y retador.

El momento del intercambio de regalos estuvo lleno de alegrías y abrazos. Luego del mismo, formamos una ronda en la cual algunos de nosotros dimos algunas palabras. Las mías fueron de agradecimiento principalmente. Conté que había tenido un año muy difícil emocionalmente, y que esa sólida de red de personas en la cual participé me había ayudado a mantenerme fuerte. Otro compañero, Ronald, que dejaría la Maestría ese año, dio palabras motivadoras sobre continuar el trabajo comunitario donde nos encontráramos. Él se iría de viaje a explorar otros vientos fuera del Perú.

Ya había pasado las 10 p. m., la reunión estaba llegando a su fin. Por iniciativa de otro compañero, Eric, formamos un nuevo grupo con quienes quisieran ir a un karaoke. Escogimos el Sopranos que está en la Av. Arequipa (no muy lejos de la Av. Javier Prado). Era la primera vez que asistía a uno y realmente me gustó la experiencia. (No soy ajeno al canto; ya contaré más al respecto en publicaciones futuras.)

Allí estuvimos, canción tras canción, rotando. Yo pedía principalmente rock, mientras los demás pedían otros géneros. Una compañera llamada Jacqui me sacó a bailar salsa un par de veces. En realidad, no soy alguien que baila, sin embargo, he practicado ese ritmo en el pasado. Me moví como pude, si se puede decir.

Pero lo que más me gustó fue cantar. Recuerdo algunos temas que hice, como «Mujer amante» de Rata Blanca, «No ha parado de llover» de Maná, «Dream on» y «I don’t want to miss a thing» de Aerosmith, «Don’t look back in anger» de Oasis, y alguno que otro por ahí. No fue cualquier cosa: no le corrí a los agudos en los de Aerosmith, y no fue algo sutil. Tampoco soy ajeno a eso. De todas, me quedo con «Dream on». La verdad, sus líneas dicen mucho sobre la vida, y me interpelaron bastante en esas fechas, ya que me quedé pensando en ellas en los días posteriores en la medida que meditaba sobre las intensidades que había vivido en el año.

«Every time that I look in the mirror
All these lines on my face gettin’ clearer
The past is gone. It went by like dusk to dawn
Isn’t that the way, everybody’s got their dues in life to pay…»

Es ahora que tenemos que ir hacia adelante. Cada día es un ahora, cada minuto es un ahora. Se renueva a cada momento. Es ahora que tenemos que ponernos de pie y seguir el camino. No da para dejar que la pesada mochila de rocas del pasado nos retrase. Aceptémosla y podremos dejarla a un lado para seguir más livianos. Ojo, dejarla a un lado, no botarla, ya que ese pasado es parte de nosotros, de quiénes somos. Pero ello no debe ser una carga.

Y, si debo contar algo más de aquella noche y madrugada, fue la presencia de alguien que llamó mucho mi atención desde la primera vez que la vi, aquel semestre, y con quien he formado una bonita amistad. Ya he escrito sobre ella antes en este blog. Su nombre es Adriana y siempre me ha parecido una chica genial. No solo queda en mi mente, en el continuo del tiempo, su forma de ser, siempre amable, suave, atenta, humilde, inteligente, gran oyente, gran entendedora, gran conversadora, sutil y con mucha frescura (en el sentido positivo, por supuesto) en el trato, sino también su inmensa belleza. Yo le agradezco la buena onda que siempre ha tenido conmigo. Ese día recuerdo haberme acercado a ella y haberle dado un beso en la mejilla de manera espontánea.

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Con mi buena amiga Adriii.

Ya cuando nos íbamos, antes de despedirnos, ella me recomendó leer La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. Cuando recién lo terminé de leer en el verano del ’16, lo catalogué como uno de los mejores libros que han llegado a mis manos.

Gracias por todo, Adri. Que vengan muchas cosas más por vivir.

Janis

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Postal.

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