De noche en la carpa hacía frío y se hacía difícil dormir, aunque creo que lo conseguí por periodos cortos de tiempo. Andaba con la ansiedad de la futura subida, que vendría dentro de poco. El olorcillo que se filtraba a la carpa de la yareta quemada en la fogata hacía algo difícil la respiración, porque no es tan agradable.

12.30 a. m., hora de despertar, o de decidir levantarse. No fue tan difícil hacerlo. Sentía en ese momento un entusiasmo renovado. Mi amigo Benjamín y yo nos alistamos para la subida con paciencia sin salir de la carpa. Tenía un dolor de cabeza que me generaba incomodidad y preocupación. A la 1 a. m. tomé una excelente pastilla, Kitadol: el dolor desapareció en 15 minutos. Nada mermaría mis fuerzas.
La gente ya había empezado a subir. La idea era seguir los pasos de las personas que ya habían partido, o tan solo las líneas que se encuentran en el camino, que no siempre existen o no siempre son tan claras. Es posible que el primer conjunto de personas que partió haya salido con alguien que actuaba como guía, no lo sé. Tampoco era una preocupación en ese momento. Confiábamos en el apoyo mutuo que nos podíamos dar. Luego, seguirían saliendo las personas poco a poco.
Benjamín tenía un paso más rápido. Él adelantaba y luego me esperaba. En aquel entonces, no tenía yo suficiente conocimiento sobre cómo caminar en montaña de forma eficiente. Con buena resistencia física se puede avanzar relativamente rápido, pero muchas veces se hace esto de forma muy esforzada, lo cual conduce a un mayor gasto de energía y a parar más veces para tomar aire. No es el mejor estilo a seguir para mí. (El 2016 un guía certificado de montaña me enseñaría las técnicas básicas para caminar, pero de ello hablaré en otra publicación.)
Es así que me iba cansando. En ocasiones, en lugar de seguir un sendero en zigzag (re-angostos todos), subía verticalmente. Es que no siempre esas líneas se veían seguras, al menos para mis ojos sin tanta experiencia. Asimismo, no tenía una mochila de ataque, sino que estaba llevando mi Everest de 45 litros, donde había colocado más botellas de agua que las necesarias (luego descubriría que solo necesito una para este tipo de subida). Estos factores contribuyeron a mi agotamiento, pero no a parar mi avance.
En cierto momento, Benjamín tuvo que detenerse porque se había puesto mal. Luego de arrojar, siguió su camino. No sería la única vez que le pasaría. Ya más adelante, debido a las diferencias de velocidad, él se fue adelantando y yo fui quedando atrás. En la subida habíamos pasado a algunas personas y yo, ya por mi cuenta, alcancé a otras luego. En otro momento, vi a una chica del grupo avanzar por cierto sendero más adelante (no recuerdo si en una de mis paradas ella me pasó). Cuando se había alejado un poco más, le pregunté claramente si por donde ella había ido era el camino, y no pronunció palabra. La volví a llamar con un tono que dejaba implícito un «no te hagas la interesante conmigo», y me dijo algo molesta que el camino estaba marcado. A veces en su ensimismamiento algunas personas dejan ver su verdadero valor. Seguí cuesta arriba.

El cielo iba aclarando. Tan solo mirar a los alrededores me permitía ver horizontes infinitos a lo lejos, visiones que me hacían percibir un mundo diferente, la transformatividad del mundo, perspectivas internas que cambiaban, un mundo lleno de posibilidades que quería alcanzar, que debía alcanzar. La lejana indiferencia que me lastimaba empezaba a derrumbarse, no por su desaparición, sino porque dejaba de tener importancia.
Luego de pasar por una zona un poco difícil, no solo por el ángulo del terreno sino porque la superficie no era segura al pisar, y donde antes de pasar me detuve a tomar un aire con otras personas que encontré ahí, continué mi camino ya por una zona más tranquila. Cabe mencionar que el camino seguido aquella vez no era el más óptimo. Básicamente, nos estuvimos moviendo dentro de cierto rango de metros en el cual subimos como mejor pudimos; no hubo mayor apertura, lo cual habría sido beneficioso (especialmente hacia la derecha, para evitar las zonas de rocas y otras dificultosas, como aprendería en otro viaje).

En lo que me dirigía por un sendero hacia la izquierda de la montaña, veo a lo lejos a un chico sentado que parecía estaba pasando un mal momento. A esas alturas, ya no era necesaria la linterna frontal. Era Benjamín, lo había alcanzado y estaba mal por las náuseas que le habían estado molestando cada cierto tiempo. Al parecer, algo que tomó antes de partir y la altura le habían afectado. Me dijo que esperaría a recuperarse y luego continuaría. Seguí avanzando.
La imagen de Benjamín me hizo perder concentración. Hasta ese momento me había mantenido relativamente bien, sin embargo, verlo así, considerando su mejor estado físico que el mío, me debilitó mentalmente. Me atacaron las náuseas poco después. Intenté vomitar, pero nada salió. Me dije a mí mismo: «¡No claudiques! ¡No claudiques!», y seguí adelante. Pude recobrar mi fuerza (espiritual) rápidamente, y logré estar aún más motivado que antes. Y continué. Llegué a una parte empinada que debía subir para alcanzar al cráter (cuando lo hice, no sabía que ese lugar era el cráter), el cual está tapado y nada activo desde hace ya muchos años. Una vez allí, pude ver la cumbre, ya faltaba muy poco por subir. La gloria estaba cerca.
Avancé, subí. Subí, llegué, y allí ya solo valía una palabra: «¡Cumbreee!». No había neblina, la vista era cristalina desde todo ángulo. El sol marcaba el espectacular juego de celestes y azules en el cielo. No hacía calor, por supuesto, pero el frío no era intenso. La alegría era grande. Más adelante saqué mi celular, tomé una foto sin demora y, desde allí, la envié a aquella mujer a quien tanto había querido con un saludo.

No recuerdo qué escribí ni lo que después me respondió cuando le llegó el mensaje (allá arriba no tenía señal). No tiene importancia ya. Lo que siguió después fue disfrutar de la cumbre. Fueron llegando más personas de nuestro grupo. Llegó Benjamín. Me dijo: «Esta vez me ganaste, ¡pero la próxima vez yo lo haré!», con una sonrisa. ¡Me encantará seguir subiendo montañas contigo, amigo!
Hay personas que no lograron el objetivo, ya sea porque tuvieron que bajar alcanzado cierto punto, ya sea porque nunca salieron de sus carpas en aquella madrugada por no encontrarse bien de salud. No obstante, allá en la cumbre, bien o mal, solo deseábamos compartir nuestra alegría. Agradezco a Dios y la Virgen por ese logro. Más adelante llegó la gran Patricia. Organizamos una foto grupal. Asimismo, el loco de Benjamín me pidió tomarle una foto con el torso desnudo. Y más fotos por ahí y por allá. Luego llegó nuestra amiga Ceci. La vista del imponente Misti y sus 5822 m s. n. m. era fabulosa también, cómo no incluirla en el fondo de la imagen.

Ligeramente, mi cabeza había empezado a dar algunas vueltas. Era hora de bajar, y así lo hicimos todos los presentes en ese momento. Encontramos nuestra propia manera cada uno. Al frente, siempre presentes, las bellas montañitas de colores que saludan a Chachani a cada momento. Una vez abajo, luego de un pequeño descanso, llegó el momento de levantar campamento. Y ciertamente me tomé mi tiempo para eso. Fue esa vez que Fredy, líder de la RML, quien por una dificultad personal no pudo culminar la subida, me enseñó a guardar la bolsa de dormir: embute y aplasta, embute y aplasta, ajusta cuerdas.

Benja y yo fuimos los últimos en partir de regreso a donde nos esperarían las 4×4 de quienes nos encontrábamos en el campamento, aunque aún faltaba que al menos una persona más bajara de la montaña, según recuerdo. Lentamente caminamos hacia el punto de inicio. Esta vez Benja llevó la carpa, como habíamos acordado.
Qué gran viaje que fue aquel. Ese mismo domingo 23 de noviembre, en la noche, actualizaría mi foto de perfil de Facebook con esta foto y mensaje.
«Hoy recorrí una larga travesía y, literalmente, pasé de la oscuridad a la luz: de la madrugada al amanecer caminando, siempre caminando, siempre subiendo. Quizás esa deba ser una especie de metáfora en otros aspectos de la vida misma. Y es que la vida te destroza, te arrastra como si fueras el trapo sucio con el cual limpiar el piso. Y sé que algunos sueños no se cumplen. Pero aquí estoy, de pie, muriendo de pie, el corazón herido, pero con la suficiente energía para contarte que no he nacido para perder, carajo, ¡y que hoy logré mi primer 6000!»
Ciertamente, mi propio grito de batalla, un grito con el que quería decirle al mundo (figurativamente…) que yo seguía en pie dispuesto a retarlo una vez más, que no había claudicado y que seguiría adelante.
Ya en la ciudad, luego de un larguísimo viaje en retorno en la 4×4, me bañé, cambié y salí a almorzar. Era las 5 p. m., había escogido el restaurante La Terraza que está en la Plaza de Armas. No escatimé en comida. Y estaba allí, solo en mi mesa, con vista a la plaza y, a mi izquierda, la bella Chachani, montaña de la que estoy enamorado hasta el día de hoy. Sentía mi alma en paz. El aire de la tarde llegaba a mí, rozaba mi piel y mis pensamientos. En una mesa al lado, unas extranjeras comentaban las cosas que habían estado haciendo en su visita a Arequipa. La tarde estaba hermosa, no podía haberse dado mejor cierre.

Lunes 24, hora de despedirme de esta bella ciudad y de los increíbles volcanes que están siempre vigilantes a lo lejos. Hora de retornar a una Lima que me esperaba para enfrentarla con nuevos bríos. Hora de seguir avanzando por este camino que llamamos vida.
Qué paisajes hermosos!!!
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¡Muchas gracias! Sí, son grandes recuerdos 😉
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