El viaje a Machu Picchu no terminaba allí. Salimos del recinto luego de la visita guiada y fuimos por un poco de agua. Volvimos a ingresar para dirigirnos a nuestra siguiente parada: Montaña Machu Picchu.

Subimos los escalones hasta la primera plataforma, que es una de las posiciones desde donde se sacan las clásicas fotos de las ruinas. Tomamos algunas ahí y luego continuamos hacia arriba, a una siguiente plataforma. Por un sendero hacia la izquierda, en un punto hay una entrada a la derecha que conduce al control para ingresar a la ruta de ascenso a la montaña. Después de mostrar nuestros tiques (sí, esta es la palabra en español para ticket) de ingreso y registrarnos, comenzamos a subir. A partir de ese punto, me adelanté y fui por mi cuenta mientras mi hermano y mi padre iban a menor velocidad.

El camino, en sí, es pura escalinata de roca, con escalones de diferentes anchos. Hay verde a ambos lados del camino, pero en ciertos momentos se despeja la visión y obtienes una vista de las ruinas desde cada vez puntos más altos y, por supuesto, de los paisajes alrededor. En la medida que vas avanzando, llegas a estar al nivel de la cumbre de la montaña que está al frente, Huayna Picchu, y luego la superas en altitud. En el camino también te vas encontrando con otras personas que van bajando o que continúan la subida. Recuerdo que pasé a varias en mi ascenso, el cual calculo que puede realizarse, a buen ritmo, en un periodo de entre una hora a hora y cuarto.

Me había alejado bastante ya de mis familiares, por lo que, en los descansos finales, me detenía por periodos más prolongados mientras los esperaba. En esos momentos aprovechaba para tomar fotos y pensar. Finalmente, continué hacia la cima.
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Nota aparte. Tenemos en casa este peluchito, un sapito con un corazón que dice “eres especial”. Lo llamamos “El Infiltradito”, un nombre que se le ocurrió a mi mamá, ya que nos ha acompañado en varios viajes familiares. Diríamos que no solo tiene fotos en Perú, ¡sino también en el extranjero! Yo solía introducirlo a las maletas para que vaya como un acompañante escondido.
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Desde allá arriba (3061.28 msnm, como está en el cartelito), el mosaico de montañas cubiertas de verde era (es) impresionante. Es como una selva en las montañas, ¡o una selva de montañas! Unas tras de otras hasta el infinito. Sentado en una zona de la cumbre tan solo observaba aquellos dibujos explayados frente a mí. Personas extranjeras envueltas en mil y una conversaciones iban y venían. Yo, en mis pensamientos.

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En esos días aún tenía bastante presente a alguien en mi mente. Sí, la misma persona a quien me referí cuando estuve en Puno algunos días atrás en aquel diciembre, pero cuyo nombre no llegué a mencionar. Esta vez lo haré, se llama Yamilet. Le había mandado saludos desde el Lago Titicaca y ahora lo hacía desde la Montaña Machu Picchu. Además de haber interactuado por las redes con ella, he tenido la oportunidad de conocerla en persona, aunque muy brevemente. Sin embargo, me basta para decir que es una gran chica y, a pesar de la timidez que se le podría notar en pantallas algunas veces (cuando no está cantando), es absolutamente carismática. Además, es muy centrada y tiene un gran talento para el canto. No hay forma de olvidar las tiernas sonrisas que te da cuando te saluda.

No es que ya no piense en ella. Siempre la recuerdo con mucho cariño y, cuando se da la oportunidad, interactúo con ella por las redes. Sin embargo, en esa época la había venido apoyando incondicionalmente en un concurso de música en que participó y ganó, y que recientemente había terminado. Así que venía llevando en mí todo ese entusiasmo que se mantenía vívido. Y es verdad, más allá de estar convencido de su gran talento, hubo también una especie de enamoramiento platónico. El tiempo pasa y las sensaciones se transforman, es casi inevitable. No obstante, ese cariño se mantiene intacto y, cuando necesite un apoyo, se lo daré. Desde aquí te deseo lo mejor, Yami.
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En cierto momento, vi asomarse a mi padre y mi hermano, quienes iban subiendo despacio y tomando fotos. Mi padre, a sus 70 años por esas fechas, estaba haciendo un gran esfuerzo, y lo admiro por eso. Finalmente, llegaron al inicio de la línea de la cumbre y fueron hasta el otro extremo, donde me encontraba. Nos abrazamos por el logro y tomamos algunas fotos más. Ya luego empezamos el descenso, el cual hice a velocidad. Fue, en realidad, la vez en que me sentí con más confianza en un descenso de rocas pequeñas y medianas en cuanto a la rapidez empleada, como si hubiera pasado a una siguiente actualización. Otras veces he corrido por diversión en descensos, aunque sin este tipo de rocas, pero me refiero al hecho de caminar rápido. Si deseas ir a velocidad, la idea es evitar intentar estabilizarte a cada paso que das, sino dar uno tras otro sin pensar mucho, pero a la vez con aguda atención en donde se pisa. Se vuelve incluso más cansador tratar de buscar estabilidad reiterativamente, ya que la bajada se hace terriblemente monótona y, si es muy larga, insufrible.
Una vez abajo, estuve deambulando mientras esperaba a mis familiares, tomando fotos desde otros ángulos y apreciando la belleza de lo antiguo-pero-vigente. Nos reencontramos nuevamente y decidimos retornar a los buses, no sin antes seguir la ruta que iniciaba en el cartel de “Puente Inca” hacia la derecha, la cual seguí únicamente con mi hermano mientras mi papá se quedó a descansar. Es una breve caminata de unos 10 minutos en donde llegas a darte cuenta de que no hay ningún puente; al menos, nada que sobresaliera como uno. Luego de llegar a una puerta de metal cerrada por medio de un sendero pegado a la montaña, tomamos unas fotos y regresamos.
Nos reunimos los tres nuevamente y empezamos el descenso a los buses, los cuales abordamos luego de un largo rato en un cola que avanzaba muy lentamente. Frente a nosotros había una familia estadounidense en donde el padre conversaba con otro señor del mismo país, según recuerdo, sobre algunos temas: negocios, dinero, oportunidad de hacer negocios, dinero, y más dinero. Casi solo se escuchaba su (quizás orgullosa) voz, mientras que las demás integrantes de su familia o hablaban poco y bajo, o no hablaban, entre ellas. Esa imagen, ciertamente, no me sorprende.
El viaje de retorno comenzó y solo podía pensar en la magnífica experiencia que habíamos vivido y todos los acontecimientos recientes en mi vida. Nos esperaba un buen almuerzo en Aguas Calientes.
