La última vez que tuve un trabajo que verdaderamente me había entusiasmado fue en 2019. Entre agosto y octubre, por dos meses, proveí servicios para Plan Copesco Nacional, un órgano desconcentrado del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (MINCETUR), una experiencia de la cual ya escribí una reseña. Luego llegó la pandemia y, si bien siempre seguí como jefe de práctica en mi universidad, al ser solo un trabajo a tiempo parcial renovado cada semestre académico, no los coloco en una categoría de trabajo principal.
Además de las jefaturas, durante el 2020 y de 2020 a 2021, tuve un trabajo no remunerado, en el primer caso, y una consultoría breve para la empresa de un amigo, en el segundo. El 2021 me había decidido a hallar, de forma definitiva, un trabajo que satisficiera mis expectativas laborales. Lo digo en el sentido de que ya no iba a estar abierto a realizar trabajos que podían no interesarme desde una primera mirada, pero que “debía” ir a por ellos porque era mejor a no tener nada.
La verdad, no es que me llovieran los trabajos, pero sí me enfoqué en convocatorias que me atraían, sobre todo en el sector público. Es decir, no dejé de hacer postulaciones en el sector privado, donde incluso llegué a entrar a un proceso de convocatoria de una empresa liderada por jóvenes que querían hacer las cosas de manera diferente, pero donde no solo no terminé saliendo elegido, sino que me fui dando cuenta de que mi forma de ser no iba a encajar allí.
Sobre ello, cuando vi la publicación del ganador en su cuenta de Linkedin, lo presentaban como alguien con amplia experiencia en transformación organizacional, a pesar de que me habían señalado en una de las entrevistas que la experiencia en el tema no era lo más importante, y que estaban buscando gente que llegara con una mente abierta a la adopción del modelo que propiciaban como empresa consultora. El fuerte que había resaltado de mi persona era que podía aportar a la transformación organizacional de los clientes a través de la gestión por procesos —donde radica mi mayor conocimiento y experiencia—, pero al parecer no era lo que les interesaba.
En fin, continué mi búsqueda y me topé con una convocatoria en una entidad pública llamada Instituto Nacional Materno Perinatal, en un trabajo de Ingeniero para su Oficina de Gestión de la Calidad. Y, felizmente, el manejo de procesos era uno de los componentes principales entre las funciones. En otro momento, si tuviera que haber hecho una priorización sobre en qué sector me hubiera gustado trabajar, el de Salud no habría resultado entre los primeros —más allá del deseo ferviente que he tenido de servir a mi país trabajando para el Estado—. Sin embargo, con esta convocatoria, mi percepción viró. Asimismo, en cuanto al camino por recorrer, supe que iba a tener que desactivar mis restricciones y enfrentar una nueva realidad: el trabajo era presencial, no remoto ni mixto, como en un principio había estado disponible a trabajar. Esta era la oportunidad que había estado esperando, y no la iba a desaprovechar.
En la actualidad, Salud es el sector en el que quiero continuar mi carrera, al menos, como una perspectiva a futuro, aunque nunca se sabe qué puede pasar. De todas maneras, aquí estoy ahora y aquí es donde me proyecto. Al igual que lo fue Copesco con el MINCETUR, el INMP, donde estoy laborando ya por tres meses al escribir estas líneas, es un órgano desconcentrado del Ministerio de Salud (MINSA).
Para proveer un poco de contexto, los órganos desconcentrados son entidades principalmente ejecutoras de alguna función de servicio en el sector donde se enmarcan. Son como un brazo del ministerio del que dependen, pero con su propia autonomía interna. En el caso de Copesco, opera en la provisión de infraestructura para el turismo a nivel nacional; en cambio, como su nombre lo indica, el INMP organiza y provee servicios de salud en el ámbito materno perinatal, incluyendo tres grandes disciplinas: obstetricia, ginecología y neonatología (para nacidos en el instituto).
Está categorizado como III-2, es decir, un instituto especializado que, además, realiza investigación y docencia. La categoría III-2 es la máxima en el sector. Las atenciones son, o bien gratuitas para las personas afiliadas al Sistema Integrado de Salud (SIS), pero deben contar con referencia del establecimiento de salud donde inician su atención; o mediante pago, si no tienen SIS. Norma técnica del sistema de referencia y contrarreferencia de los establecimientos del Ministerio de Salud (2004, vigente a la fecha) regula este aspecto.
Por mi parte, preparé mi postulación al proceso de convocatoria, el cual que tenía dos fases: evaluación curricular y entrevista. En ambos casos, obtuve el máximo puntaje, así que gané mi posición con puntaje perfecto. Para este puesto, se exigía la habilitación profesional del Colegio de Ingenieros del Perú. Fue la primera vez en que hice valer el ser ingeniero colegiado como una utilidad tangible para mí.
Competí inicialmente contra cuatro personas, de las cuales una no pasó a entrevista por no cumplir con los requisitos. Para la entrevista, dos no se presentaron, incluyendo un ingeniero que había trabajado antes en el mismo puesto. Así que, en el tramo final, solo fui yo y otro contendiente más. En la mesa estaban el Jefe de la Oficina de Gestión de Calidad, primer entrevistador, quien me preguntó principalmente sobre la ISO 9001; el director ejecutivo de la Oficina Ejecutiva de Administración, segundo entrevistador, quien me preguntó principalmente por el aporte que podía realizar; y, finalmente, la jefa de la Oficina de Logística, quien me preguntó sobre mi motivación para trabajar en la entidad, a lo que respondí: servir a mi país, atracción por la posición, preponderancia de la salud en la época actual y el nacimiento de mi sobrina hacía muy pocos meses, como una identificación personal con el instituto.
Al día siguiente conocí los resultados: lo había logrado.
Mi primer contrato fue del 11 de octubre al 31 de diciembre de 2021, y ahora me encuentro en la continuidad de mi posición en este todavía flamante 2022, que hemos arrancado con tercera ola encima. Si tuviera que sintetizar mis funciones con mis palabras —como las he percibido— sería contribuir a que la oficina alcance sus metas cada año, con énfasis, por un lado, en el estudio de procesos para conocer su funcionamiento y problemática y, desde allí, plantear, llevar a cabo, coordinar y/o participar en acciones y proyectos de mejora; por otro, darle soporte a nuestra gestión interna para facilitar las actividades por realizar.
Desde el primer momento, las dos primeras integrantes de la oficina que me recibieron lo hicieron con inmensa calidez y los brazos abiertos. A la fecha, aparte de una discusión menor que tuvimos por un tema extralaboral, somos un equipo muy unido y donde me siento muy bien y cómodo como trabajador y persona.
Espero volver a escribir para seguir contando sobre esta parte de mi vida, donde me siento tan a gusto.
Éxitos.
Foto de portada por Henry & Co. (Pexels).