La costa norte del Perú, específicamente, desde La Libertad hacia arriba —incluyendo Lambayeque, Piura y Tumbes—, es la región que más problemas le ha estado causando al Gobierno para hacer respetar la cuarentena (aparte de Lima, de quien hablaré en otro momento). La población de dichos departamentos, según las estadísticas de detenciones, es la que presenta mayor incidencia por incumplimiento de las disposiciones del Ejecutivo en la era Coronavirus. A estas personas les importa poco no solo el respeto hacia los decretos destinados a aplanar la ola de contagios, sino que les importa aún menos el bienestar de la población en general.
Por más que el presidente lo ha estado mencionando día tras día —e incluso amplió, por tal motivo, el rango horario de confinamiento para dichos departamentos más Loreto, también al norte, pero desde la selva—, muchas personas lo toman como un reto personal y se ríen en la cara de todos los peruanos. El Gobierno ha tenido que enviar escuadrones militares de refuerzo para el control, destinado a evitar la propagación del virus. No es un dato menor, además —y hasta ha salido como meme—, que, en Piura, en las últimas elecciones congresales, el partido ganador fue Fuerza Popular. Donde prevalezca el fujimorismo, ese lugar estará condenado al fracaso. Y más si Martín Vizcarra, el político que les ganó la contienda (para toda su vida), está al frente del país.
Es sabido también que, en la misma región, la actividad de bandas de crimen organizado es la más amplia en territorio peruano. Cuando se repite la frase de una de las mayores obras de Vargas Llosa, simplificada en “¿Cuándo se jodió el Perú?”, cabría preguntarse también cuándo se hundió el norte peruano en la miseria de estas bandas, cuándo su población se aferró al movimiento político que más ha afectado al país en las últimas tres décadas, qué condiciones han diferenciado a esta región respecto del sur para que se vuelva nido de criminalidad, por qué la región de las mejores playas del Perú —y con uno de los departamentos cuyas playas están entre las más buscadas en el mundo— no pudo alcanzar una mayor integración con el resto del país. Es cierto que, históricamente, departamentos que están en el sur, como Arequipa, Ayacucho, Puno y Cusco, por ejemplo, han tenido una preponderancia especial desde su importancia histórica a nivel político o su fortalecimiento en el tiempo (Ayacucho fue el departamento que, cuantitativamente, más sufrió durante el conflicto armado interno). Sin embargo, el norte presenta un contraste notorio respecto de esta realidad. ¿Qué ha estado faltando?
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Recientemente, pude ver la película Casos complejos, en referencia a la ex Fiscalía de Casos Complejos de la provincia de Trujillo (La Libertad), destinada a luchar contra la criminalidad organizada, que abarca, entre lo más sonado, la extorsión y el sicariato. La película se centra en la labor del fiscal Joaquín Bardales, personaje ficticio que representa al fiscal William Rabanal Palacios, quien estuvo a cargo de dicha fiscalía. Un profesional que, a pesar de estar su cabeza pedida por este mundo de lacras, se mantiene en el ruedo sin que le tiemblen las manos (Mendoza, 2019).
No pude evitar sentirme indignado, frágil e impotente al tomar conciencia, por un momento, de una realidad que ya se sabe que existía (siempre se dice “la criminalidad está en todos lados, organizada o no”; no hay inocencia en ese aspecto). No obstante, genera un impacto diferente el colocar la concentración en el aspecto específico y conocer un mayor nivel de detalle al respecto. En este caso, a través de una película que, en parte, fue construida a partir de relatos reales de dicho fiscal. Realmente, para tener un trabajo así, hay que saber que uno se va a jugar la vida, y no solo esta se pondrá en riesgo, sino la de la propia familia. Hay que saber, además, que hasta deberá mirarse con suspicacia a las fuerzas del orden y la justicia, ya que se no sabe cuándo podría haber gente comprada. Todo ello es, sin lugar a dudas, una forma de heroísmo.
La película tiene una transición pausada. Con una eficiente estructura de escenas, filmadas en locaciones variadas y momentos del día distintos, va directo al grano y la conversación y las expresiones se perciben certeras. Pienso, sin embargo, que podría haberse impulsado la proyección de una mayor tensión en los juicios, ya que daba la impresión de que eran resueltos con mucha sencillez.
La realidad sentida es cruda, de sometimiento. No hay escapatoria: siempre te van a encontrar y podrías tener que despedirte. Y la perversa ironía es que la criminalidad se observa como lo que es, un tipo de trabajo. Hay “compañías” que están en competencia. En su “personal”, hay gente de varios niveles, desde los “practicantes” hasta los “gerentes”, y existe la camaradería. Asimismo, cuentan con los servicios de defensores legales para su protección —sin comillas, ya que la realidad es directa—. Y se hacen “inversiones” para ir ampliando la “operación” en el “mercado”.
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Felicito el magnífico trabajo de Omar Forero, quien escribió y dirigió el filme, el cual ha sido realizado con mucho cuidado de la precisión. La labor actoral, por su parte, está muy bien desarrollada y es un aporte esencial a la trama. Desde mi posición de observador, me gustaría ver a este director haciendo una película relacionada con la minería ilegal en la selva. Pienso que quedaría genial y desafiante.
Referencia
Mendoza, R. (2019, 11 de noviembre). Un fiscal contra el crimen. La República, Suplemento Domingo. Recuperada de https://larepublica.pe/domingo/2019/11/10/un-fiscal-contra-el-crimen/
