Caral 2010, un primer intento de arranque

Hubo un tiempo en que tuve dos grandes amigos con quienes había esperado formar una amistad duradera. Sin embargo, llegado cierto momento, ambos fueron devorados por el tiempo. Y yo también.


A ellos los conocí tan solo en la primera clase de la maestría que inicié en abril de 2009 en mi universidad. Era muy diferente en ese entonces. Sin embargo, con la persona que fui, pienso que pude lograr una buena interrelación con estas personas, con quienes compartimos muchas aventuras académicas, por más nerd que eso pueda sonar.

En algún punto, quise que pudiéramos hacer cosas diferentes, como salir o viajar. Es decir, que la amistad trascienda el entorno de las aulas. Sin embargo, al final, ese deseo quedó solo en mí. Pero, a partir de ese deseo es que, unos años después, el 2012, año en que el contacto empezó a diluirse, tomé la decisión de iniciar mi camino solo, y fue así que otra historia empezó para mí, la historia más fabulosa que he vivido hasta el momento.

Hacia allá.

Pero, retrocediendo al 2010, pude coordinar con uno de ellos, Carlos, para ir a conocer Caral, centro arqueológico ubicado al norte del departamento de Lima, en el valle de Supe, provincia de Barranca; valle donde nació la civilización Caral, primer antepasado de la civilización andina. Nuestro otro amigo, por un contratiempo, tuvo que cancelar.

El viaje lo hicimos, además, en la compañía de mi padre, quien nos dio soporte en cuanto al cómo trasladarnos. Aquel 9 de enero, nos dirigimos a un terminal de buses al norte de la ciudad (cercano a Plaza Norte) y, desde allí, partimos hacia Supe, donde almorzamos una comida a la que le faltó sabor. Luego, tomamos un taxi que nos llevó a la zona arqueológica, nos esperó y luego nos llevó de vuelta a un terminal para retornar a Lima.


En Caral, el sol estuvo intenso. Antes de llegar a la entrada, pasamos por unos cerros donde subimos para sacar fotos. Luego, en la administración, pagamos la entrada y nos hicieron esperar a un guía para realizar el recorrido junto a otras personas. No podíamos ir de manera libre. Previamente, ingresamos al museo de sitio.


Por supuesto, lo más interesante fue recorrer las ruinas. De todo lo que nos fue dicho por el guía, un detalle nunca olvidé: la civilización Caral no vivió bajo el concepto de que debía estar preparada para la guerra. Es decir, la evidencia recolectada, hasta ese momento al menos, apoyaba esa conclusión. No obstante, a ese punto, aún faltaba amplio trabajo de excavación por hacer. Era muy interesante intuir que los pequeños cerros que se encontraban alrededor, en medio de una inmensa planicie, «ocultaban» templos y edificaciones de la civilización, ya que así habían dado con los primeros descubrimientos. Algunos ya habían recibido el tratamiento arqueológico respectivo, otros estaban a medias y otros en cero, pero sabías que la historia estaba allí, esperando ser desenterrada, algo fascinante.

Fue un gran viaje aquel. Al retorno hacia el taxi, volvimos caminando por el río, el cual se encontraba suficientemente bajo. Me saqué el polo y me mojé cabeza y cuerpo. Estaba satisfecho y deseaba seguir conociendo más lugares. Sin embargo, aparte de los viajes por índole académica que hice con mi otro amigo, Beto, no hubo más viajes entre nosotros tres. Sí salimos en algunas ocasiones por la ciudad.

Mapa en museo.

La última vez que vi a Carlos fue un día en su departamento en Lima, donde estaba ideando un proyecto empresarial y me había propuesto ser parte del mismo. Sin embargo, luego de evaluar la situación, concluí que no iba a ser parte de mis planes. Necesitaba formar experiencia laboral como dependiente para tener una base, y era eso lo que finalmente busqué. Años después, me enteré de que le había ido bien. A Beto, la última vez que lo vi fue cuando lo visité en la empresa en que estaba trabajando para que me entregara una carta de presentación que gentilmente aceptó preparar para apoyar mi postulación a mi segunda maestría, a fines de 2011.

Después, el tiempo continuó pasando y, a pesar de las diferencias que alguna vez tuvimos, los recuerdo como dos de los amigos más valiosos que han pasado por mi vida.

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