Esta es la reconstrucción de una historia acontecida hace ya muchos años, cuando me encontraba «cursando» mis últimos años de adolescencia. Es una historia que pertenece al año 2001, en que estaba llevando el quinto grado de secundaria (según el sistema peruano, es el último de la etapa escolar). Se trataba de agosto, un sábado 18, fecha que repasé muchas veces para no olvidarla, y que intenté convertir en un aniversario personal, pero nunca pude conseguirlo (aunque esto no haya tenido relevancia).
En ese entonces, tenía 16 años y unos meses. El «aniversario» ha cumplido un año más hace unos días, y ha llegado a ser el número 17. Tal vez se pregunten de qué, pues aquí va.
Me encontraba en casa, avanzando un trabajo de la escuela. En sí, se trataba de una responsabilidad extra -sin calificación-, un boletín, el cual llegó a ver solo tres ediciones, donde se publicaban algunas reseñas y opiniones sobre algún tema coyuntural del colegio y para el cual, junto con un amigo llamado José Luis, había aceptado un cargo de edición y, de ser posible, aportar escritos para el mismo. (Ahora que vuelvo a repasar esa memoria, ese boletín, que tomé a partir de su tercera edición, fue mi primera experiencia con la redacción de artículos cortos fuera del ámbito académico.)
Justamente, aquel sábado, andaba trabajando en el boletín conjuntamente con José Luis, quien había traído, para la jornada editorial, unos discos para escuchar música mientras avanzábamos. Él ya venía escuchando y explorando mucho más que yo en el mundo del rock y el metal, y se estaba convirtiendo en un gran guitarrista.
El primer disco que seleccionó -y es el único en que me detendré- fue el de una banda cuyo nombre ya había oído en el pasado, pero cuya música me había negado a escuchar. Otro amigo de clases, llamado Daniel, me la había recomendado bastante también, pero no quise darle una oportunidad. Ello se debió a que venía armando mi propio mundo de bandas que seguía y donde había hallado mi zona de confort; no quería dar pase a otras bandas que hubieran llegado «de afuera». Es decir, sentía ese nombre como ajeno, como algo que pertenecía a otras personas en círculos donde yo no había sido incluido. Es como si el forzado orgullo que sentía por mi zona de confort fuera una especie de escudo protector frente a un debilitamiento de mi autoestima que se daría tan solo si escuchaba a esa banda sugerida -a sabiendas de que esta era grande, como podía interpretar, y como se sentía en las palabras de quienes la mencionaban-, una autoestima que, en algunos aspectos de mi vida en aquel tiempo, solía ser intensamente frágil. En sí, se trataba primordialmente del aspecto social. Por lo tanto, no le quise dar oportunidad de escucha.
Sin embargo, ese día, ese sábado 18 de agosto de 2001 en aquella tarde frente a la computadora, iba a ser un absurdo negarme a aceptar la propuesta. No obstante, principalmente se trató del estar en confianza, de sentirme «en el círculo», es decir, el que los pensamientos negativos no llegaran a mi mente, frente a lo cual me animé a dejar pasar a mis oídos lo que esta banda tenía para ofrecer.
Lo que siguió después del inicio de aquella primera canción que sonó fue el comienzo de una nueva constitución de mi ser interno. Había llegado un punto en el que mis bandas favoritas en ese entonces ya no me estaban haciendo vibrar el espíritu como antes, la sensación había decaído, si bien mi convicción hacia el rock se mantenía siempre firme. Pero esta nueva banda que llegaba a mi vida representó una modificación total en la definición de mi satisfacción.
Desde el principio, se trataba de una declaración de batalla estructurada en un riff que iba descendiendo hacia un terreno imaginario donde, como una oda al destino inmersa en un paisaje dramático, empezaría un galope continuo en dirección de lo que hubiera de venir, de lo que hubiera de encontrarse. Y en eso, una voz que irrumpía en medio de silencios intempestivos separados por breves entradas instrumentales para ensalzar ese canto de lucha, luego de lo cual el jinete iba a continuar su galope hacia el frente infinito. Una voz que, dueña de todo el poder de un espíritu que está dispuesto a no decaer pase lo que pase, cargaba consigo todo el ardor y el coraje de lo que es ponerse de pie frente a la adversidad y, con una convicción de hierro, ir hacia adelante. Siempre hacia adelante, aunque, en el camino, haya que caer.
Lo que fui sintiendo fue un nuevo despertar y, canción tras canción, no podía dejar de pensar en lo que no había tomado antes. No obstante, quizás, el mismo destino no había querido que llegue antes a esta banda. Ese fue el momento, aquella fecha, y no he vuelto a mirar atrás. Todo empezó a cambiar y mi vida, con su música, no ha podido estar mejor acompañada, y yo no he podido ser más feliz.
Gran parte de lo que soy, ahora con 33 años y unos meses, se lo debo a ella, a esa música, que siempre ha estado a mi lado, iluminando mi alma en cada momento claro u opaco de una vida en la que no he dejado de luchar por intentar no caer ante las adversidades que se me han presentado. Mi motivación está anclada a esa banda como uno de sus pilares, y agradezco el haber llegado a ella: a quienes me la recomendaron, a José Luis por haber traído ese disco, a mi padre y madre por haberme ayudado en ampliar la vivencia de la felicidad de la experiencia (como aquella primera que la vi en vivo, el 7 de marzo de 2008, en el Estadio de Ferro en Buenos Aires, una noche mágica al lado de mi padre), y a la banda misma por su música y todo lo vivido al lado de esta, desde el acompañamiento de alguna actividad cotidiana hasta ser la fuente de motivación e inspiración para enfrentar algún gran objetivo.
Aquí me encuentro, sentado escribiendo estas líneas y observando desde lo alto toda esa vida que ha transcurrido. Mi convicción es, al igual que aquel intro, y al igual que aquella canción inicial, divisora de mundos, siempre volver a ponerme de pie y, con la mirada firme, seguir adelante sin vacilar ante todo escollo que haya que superar.
Esa banda se llama Iron Maiden. El disco que fue colocado en el reproductor de la computadora fue el Best of the Beast; la canción, si no la has identificado ya, es «The Trooper».
Hasta pronto.