Escrito iniciado el jueves 2 de agosto de 2018. Campo base Huascarán.
Me ha sido difícil el pensar siquiera en una palabra para empezar a escribir. Hoy tomé una decisión. Me encontraba en mi carpa en el campo 2, el último antes del ascenso a la cumbre sur del Huascarán, la montaña más alta del Perú. Me embarqué en una expedición de seis días para alcanzarla, el punto más alto de mi país, y uno de mis sueños más altos también.
El clima había estado positivo los dos primeros días. El tercero, por medio de una jornada de fuerte impacto para mí, llegamos a campo 2, ubicado a una altura de alrededor de 5900 m s. n. m. aproximadamente. Sin embargo, ese tercer día, después de la 1 de la tarde, empezó una densa nevada que complicó todo: no solo iba a haber cubierto caminos de huellas en todo lugar y posibles grietas, sino también iba a hacer que la subida fuera más dura por el menor agarre de la pisada. Los paisajes habían desaparecido.
Asimismo, cabe considerar que el tramo a la cumbre es el de mayor duración y presenta diversas complejidades en cada temporada en Huaraz. En ese sentido, de manera previa, para el ascenso a campo 2, debimos pasar por la zona de la montaña que más temía dado el alto peligro de avalanchas y desprendimientos, la canaleta. Si bien me encontraba con buena recuperación física, el ritmo que mi guía marcaba para subir esas pendientes bastante empinadas era uno que me costaba mantener, y noté claramente que mi nivel técnico para ese nivel de dificultad no era suficiente. Fue necesario vivir ese ascenso previo para darme cuenta de dónde estoy, un ascenso que debe hacerse en el menor tiempo posible (4 horas es lo programado) debido a que, estar mucho tiempo expuesto allí, eleva la posibilidad de verse afectado por aquello que puede caer. Fue necesario vivir ese ascenso para darme cuenta del grado de factibilidad del que seguía, con las condiciones empeoradas.
Continuación. Sábado 4 de agosto de 2018. Un cuarto en Huaraz.
Quizás, la nevada fue un mensaje. Llegó a detenerse por un momento, pero luego reinició. Evalué las posibilidades con mi guía, quien me indicó que el camino a la cumbre podía intentarse de todas maneras, aunque tendría mayor dificultad. Asimismo, ir implicaba aceptar la posibilidad de que, en cierto punto, podría llegar a ser necesario parar y dar media vuelta. Acordamos que, a la medianoche, él saldría a ver cómo estaba el clima, y así fue. Lo vi pasar por mi carpa a esa hora, una hora en que me encontraba con un poco de dolor de cabeza.
El esfuerzo físico que iba a implicar la subida, la dificultad incrementada por la densa capa de nieve que había caído, mi falta de automatización para moverme con confianza sobre la nieve utilizando las técnicas correctas (agarres y posiciones del piolet, inclinaciones del cuerpo, ritmo, precisión de pisadas, posiciones de los pies), el no saber si volvería a nevar (había aún, incluso, nubes en el cielo a la medianoche, la cima no estaba despejada), la mayor lentitud con la que seguro avanzaríamos y la posibilidad real de que tuviéramos que dar media vuelta antes de llegar, me hicieron rápida y firmemente tomar la decisión: había que descender. No iba a ser el tiempo de intentar la cumbre esta vez. Además, había prometido a mi familia que no tomaría decisiones no responsables, y me mantuve en ese camino.
Unas horas después, emprendimos la bajada. Por la mañana, el cielo alto se había despejado. Sin embargo, un amplio colchón de nubes había descendido (o se había formado más abajo). El sol irradiaba en lo alto, pero las nubes lo tapaban para quienes se encontraran debajo. Llegamos al refugio, descansamos, tomamos una cerveza y reordenamos nuestras cosas. Luego, continuamos el descenso hacia el campo base, donde pernoctaríamos una noche más.
Aquella tarde estuvo llena de una mezcla de sentimientos para mí. Pasamos momentos muy agradables con el equipo conversando, contando historias, riendo, comiendo bien y, ya de noche, disfrutando de la vista impresionante de estrellas en el oscuro y acogedor azul del cielo. Al día siguiente, después de desayunar, emprendimos camino a Musho. La expedición había terminado para mí.
Llegará el momento en que cuente a detalle lo que fue esta expedición. Sin embargo, puedo decir ahora que lo vivido fue invaluable de muchas maneras. Cada recuerdo marca un hito impactante en la memoria de mi vida. Me siento bien por haberlo intentado, y me he propuesto volver. No obstante, lo haré con un mejor entrenamiento y ya sabiendo lo que voy a encontrar. Ya enfrenté mis miedos y, aunque decidí no ir tras la cumbre, me siento más fuerte y con mucha mayor convicción que antes.
Amo a mi familia, que siempre se alzó como mi mayor motivación. Le agradezco por su inmenso apoyo y ser mi base para todo, y agradezco a mis amigos y amigas por haber compartido conmigo tantas experiencias deportivas de montaña y sus inagotables palabras de ánimo, y agradezco al equipo Huascarán por su amistad y la atención y protección que me brindaron en todo momento. Un más que caluroso aplauso y sentidas gracias no podrán ser nunca suficientes para honrar ello. Y agradezco a Dios y María por esta grandiosa oportunidad e inolvidable experiencia. Es por eso que no puedo echarme para atrás. El proyecto fundamental Huascarán sigue en pie. Cada paso cuenta.
«Llegará un tiempo en que debas decidir
De voltear la página y cerrar el libro
¿Vas a vivir para morir o morir para que puedas vivir?
El tiempo para rezar ya se ha ido
Da todo de ti»