
Desde aquí, podía observarse la extensión de montañas y fondos hacia el horizonte. Es uno de esos momentos en que solo basta estar parado y sentir el viento leve caer en el rostro para sentir que no hay nada mejor que esto. Que puede tomar un gran esfuerzo la decisión de partir, pero una vez allí, la vida se torna insuperable.
La siguiente parada era la laguna Leoncocha, que de león no tenía ninguna forma. Tan solo bastaba subir una breve loma más y descender por el lado opuesto.

A partir de este punto, es decir, cuando ya teníamos la laguna a la vista, sinceramente no recuerdo bien cuál fue el recorrido que hicimos, ya que mis propias fotos me confunden. En principio, cruzamos de lado a lado caminando sobre un muro largo construido artificialmente, luego de lo cual teníamos otra vista de la laguna. Allí, al parecer, esperé a otras personas y creo que ya no había nadie más adelante. Desde allí, además, se podía bajar y acercarse a la laguna y creo recordar que algunos lo hicieron. No lo hice yo; había que seguir bordeando. En cierto sector, encontramos una superficie donde sacar buenas fotos, después de lo cual continuamos camino.

Mientras escribo estas palabras, se me cruzó un flash por la mente con algún recuerdo que podría pertenecer a este viaje. En esa imagen, empecé a ir con menor velocidad mientras que varios pasaron adelante. A nuestra izquierda había montaña y a la derecha podía tenerse otra vista de la laguna, desde donde se observaba una gran roca sumergida que parecía un hipopótamo petrificado. Quizás, el nombre de la laguna debió ser Hipopotamococha, o Hipococha, lo cual me hubiera gustado más (y esta vez no es en broma).

Sin embargo, si observo las horas en los registros de las fotos, que eran correctas, esto último sucedió después de un punto en donde debimos trepar por las rocas para pasar al otro lado de un segundo muro. Lo increíble es que, cuando esto se dio, ¡tengo fotos posteriores donde se sigue viendo la laguna! Esto no debería ser posible, por lo que quedará como un misterio por resolver, ya que deseo regresar. Espero que haya oportunidad de hacerlo de nuevo. (Bueno, en realidad, lo narrado es posible si es que el camino que continuó fue hacia arriba y tenía despejada la vista a la laguna.)
El dolor de cabeza se había presentado por pasajes durante el camino y, luego de Leoncocha, poco antes de llegar a un punto en que una fuerte cuesta nos esperaba, me sentía débil físicamente por la falta de alimento. En estas situaciones, suele costarme bajar mi mochila para sacar algo para comer, por lo que, si alguien me convida de sus provisiones, lo agradezco bastante. Recuerdo que una persona a la que estimo bastante, llamada Candy, una buena amiga, me invitó cereal en barra, lo cual me devolvió las fuerzas al poco tiempo.
A veces sucede que necesito algo diferente de lo que he llevado, otros sabores. O también, trato de guardar una reserva para usar más adelante y no gastar más de lo que vengo cargando (muy aparte de que el hecho de bajar mi mochila y rebuscar para elegir un aperitivo, si mi cuerpo ya está afectado, me hace dar más vueltas a la cabeza). Por lo general, casi siempre, pero siempre, sea viaje corto o largo, me regreso con algo a casa. No llego a consumir todo lo que tengo, lo cual muchas veces comparto con compañeros y compañeras durante el viaje. Esa mutualidad suele ser común en la montaña, ese sentido mutuo de comunidad y protección. Es uno de los motivos por los que amo esta actividad. Me recuerda lo hermosa de la vida desde la bondad humana, lo cual se suma a la maravilla natural que se extiende ante nuestros ojos. Claro, esta bondad la podemos sentir también en el cotidiano urbano, sobre todo en nuestras familias, pero tiene un sentido especial en esta actividad a la que llamo montañismo o andinismo (alpinismo para los Alpes; aquí estamos en los Andes), ya que aquí andamos para ir alcanzando, pero sobre todo compartiendo, objetivos comunes mediante nuestro propio esfuerzo, en un ambiente que no nos pertenece y está en la completa intemperie, solos frente al mundo natural que nos rodea.
Es así que el camino hacia la laguna Chuchón había comenzado.

