Luego de almorzar, le dije a mi padre para ir a Catacaos, un distrito ubicado a unos 30 minutos del distrito de Piura, también perteneciente a la provincia de Piura, y que se caracteriza por, entre otras cosas, contar con un conglomerado de calles que conforman un mercado donde se realiza una venta masiva de artesanías de la más variada índole, incluyendo animales disecados.
Allí estuvimos, caminando para conocer el lugar y seleccionar algunos suvenires, después de lo cual paseamos por un breve periodo y retornamos. Caluroso estaba el clima aquel fin de año por Piura (en general) y más en nuestras habitaciones. Sin embargo, ya en la noche estaba el ambiente más fresco afuera, no lo negaré.
Cenamos y cada quien se dirigió a su aposento. Luego de navegar un poco por internet -donde me crucé con una foto de esta hermosa chica de la República de Macedonia, cuyo nombre no mencionaré y con quien, hasta el día de hoy, somos contactos en Facebook (aunque ya hemos dejado de interactuar hace mucho), y de quien me quedé encantado por su naturalidad y las bellas fotos que sacaba con su imponente Nikon- y leer a Paulo Freire, me decidí a dormir. Al día siguiente, tocaba visitar el mar.
Aquellas dos primeras semanas en la empresa fueron difíciles para mí. Previamente, me había dedicado a la vida académica y a continuar mi formación, pero no sería mentira decir que ello, a un nivel inconsciente, encubría mi temor a pasar al mundo laboral profesional, un temor que se vio influenciado por la insatisfactoria experiencia como practicante varios años atrás y una tesis de pregrado que me costó cerrar, ya que se me había dificultado bastante, entre otras razones, el proceso de recolección de información.
Había llegado al punto de no confiar en mi capacidad para conseguir la información necesaria y trabajar adecuadamente con ella, y ambos aspectos son los que tendría que aplicar continuamente en un ambiente laboral (y esto a pesar de que la tesis de mi primera maestría, la cual sustenté unos meses después de la de pregrado, terminó siendo una experiencia de éxito luego de un gran proceso de trabajo y aprendizaje). En sí, identificaba (reconocía) que aún me encontraba muy atrasado en el desarrollo de mis habilidades blandas, por lo cual me sentía en gran desventaja.
Si bien había fortalecido otros aspectos de mi persona, mi postura frente al mundo laboral era bastante débil, además de que me encontraba en un periodo de vida de bastante incertidumbre. Es en este contexto que inicié el trabajo en esta empresa, lleno de inseguridades, y con una gran preocupación, incluso, a que esta bella compañera de trabajo que había conocido las notara. A veces, solía ir al baño y darme ánimos a mí mismo, y hasta incluso pensé en inventar una excusa para cancelar el contrato con el motivo de que no era a lo que me quería dedicar, sino aspirar al mundo de la docencia.
Fueron dos semanas de gran angustia, basada, aparte de lo dicho, en el miedo a que los ojos de mis colegas me expresaran lo más devastador que es aquella sensación de no dar la talla, pero, más que ello, a terminar decepcionado de mí mismo. No obstante, el lunes de la tercera semana, simplemente, continué lo que tenía que hacer allí, y ya había llegado la hora de empezar a recolectar la información principal para empezar a desempeñar lo que constituía la parte central de mi trabajo. Sencillamente, en un momento del día me di cuenta de que ya no estaba sintiendo la angustia de las dos primeras semanas. Esta, sin mediaciones, se había volcado en una confianza hacia mí mismo que solo me empujó hacia adelante y, en definitiva, a iniciar mi verdadero desarrollo profesional. Solo quedaba el horizonte.
Doy infinitas gracias a mi madre por el gran apoyo que me dio en esas dos primeras semanas y, por supuesto, en todo lo que siguió y siempre.
Un buhíto en la montaña 