La red social de las caras – parte 1

Había contado en una de mis últimas publicaciones que cancelé una invitación al cine de una buena amiga porque me encontraba recuperándome de una gripe. En ese mismo mensaje, le comenté que había desactivado mi cuenta de Facebook, así como también que pensaba retomarla a futuro, pero que haría cambios radicales en mi forma de usarla. El motivo: el hartazgo.

¿Qué es Facebook, aparte de lo que salta a la vista? Es decir, más allá de ser una plataforma para compartir «datos» (no diré ‘información’, al menos, no refiriéndome a páginas públicas serias) y «obtener sonrisas», es una celebración de aquello que, básicamente, no importa a nadie. Está bien, soy consciente de que estoy exagerando, pero esa será la idea de esta trilogía que voy a escribir: exagerar y joder.

Te interesa un artículo, digamos, de BBC Mundo y lo compartes, porque quieres dar a entender que eso es lo que tú lees (o simplemente aparentarlo). Quizás recibas algún comentario o algún «me gusta», y te sentirás bien porque hubo «respuesta». O quizás no llegó ninguna. Sin embargo, el punto es, ¿tenías realmente que compartir el artículo en tu muro? Por si acaso, Facebook permite guardar publicaciones, así que el argumento de «dejar almacenadas publicaciones de interés» no es tan fuerte. Simplemente, querías decirles a los demás: «¡Mírenme! ¡Yo leo cosas serias!».

Te doy un ejemplo. Supongamos que tienes la posibilidad de comprar la ropa que deseas. Yo, sinceramente, no creo que compres ropa que no te gusta o que no deseas. El gusto está mediado por la sociedad en que nos hemos formado en conjunción con lo que pensamos y sentimos. Es una interrelación constante. Comprar ropa implica la percepción inconsciente (o, por qué no, consciente) de que vas a estar a la vista de, e interactuar con, otras personas, y ello suele considerarse importante. Tienes una imagen que mostrar y quieres que te represente de alguna manera. Al otro extremo, imagina una sociedad utópica en la que sepamos que existimos y siempre existiremos solos allí. No habría consciencia de un nosotros (y ni siquiera desarrollaríamos un lenguaje hablado, seguramente), aunque podríamos idearla, de que pudieran existir otros seres como nosotros. Es un caso así, quizá solo pensarías, en cuanto a ropa (o abrigo, en términos generales), en un tema utilitario y no estético (si es que llegaríamos a desarrollar líneas claras de pensamiento).

Es lo mismo con Facebook. Compartir o publicar algo es equivalente a mostrar una faceta de ti, la cual sometes a evaluación frente a quienes sabes que pueden observar aquello que compartiste o publicaste. Es decir, no existe aquello de «publicar solo para mí»: sabes que hay personas que pueden ver la publicación y por eso lo haces, aunque el impulso pueda ser inconsciente. De eso se trata el juego. Y, en realidad, no hay nada de malo con él, excepto por el hecho de que sometes constantemente esas partecitas de ti a la aprobación o validación externa a través de comentarios o «me gusta». ¡Como si realmente los necesitaras! Es decir, los puedes apreciar, pero piensa que de ello no puede depender tu estado de ánimo. O tu vida.

Desde una mirada pesimista, es un juego envolvente en el cual, una vez dentro, hay una fuerza invisible que te impulsa a jugarlo. ¿Por qué? Porque no puedes quedarte atrás. No puedes simplemente no publicar o compartir; si no, serías un anti-moderno. Si te quedas atrás, pierdes «territorio», ya que los «observadores» se van a ir a ver lo que están publicando o compartiendo tus contactos, o quien sea, y tú necesitas mantener tu estatus. Nadie quiere ser anti-moderno ni sentirse relegado; cuánto ha hablado (y seguiría hablando) Zygmunt Bauman sobre este tema. Pero sigamos.

2 comentarios sobre “La red social de las caras – parte 1

    1. Ciertamente. Las redes sociales actuales se han prestado a bastante análisis a nivel psicológico y sociológico, y los resultados no suelen ser esperanzadores, especialmente para personas que han crecido fuera de la época en que han existido. Aun así, para muchos jóvenes en la actualidad, una vida sin redes sociales (o sin celular) sería algo aberrante. Por supuesto, hay muchas utilidades que ofrecen y que son muy importantes en distintos ámbitos, pero el someterse a ellas es algo que debería evitarse.
      Igual, esa publicación partió de un texto que escribí en mi soledad a inicios de febrero, unos días en que me encontraba pesimista, pero es algo que razoné y que deseo comunicar. Muchas gracias por darte el tiempo de leer y comentar 🙂

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