Fragmentos: ocho vidas y el triste reflejo de una buena parte de la juventud limeña

Inicialmente, no me había sentido atraído hacia la trama de la obra. No era un tema de mi mayor interés, por lo que no la tenía entre mis planes. Sin embargo, me ganó el bichito del teatro y fui a verla.

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Fragmentos es una obra escrita y dirigida por Carlos Galiano que, en la actualidad, se encuentra en cartelera en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú, ya en su etapa final. La obra ha sido catalogada para mayores de 18 años y, debo decir, hace sentir la tensión desde el primer momento hasta el final. Y no es una tensión desconocida, debo decir. Es una tensión que, me atrevo a comentar, hemos todos y todas vivido en algún momento de nuestras vidas (al menos, gran parte de nosotros y nosotras). Una tensión que pasa, por momentos, por lo sexual, otros por la frustración ante la incomprensión, otros por la latencia de la violencia, y otros por el temor a encarar una realidad fuera de la zona de confort. Puedes llegar a identificarte con uno o más de sus ocho personajes durante la puesta en escena, o con ninguno en ningún momento.

Y es que no se trata de una escena de otro contexto para alguien de Lima: son ocho limeños y limeñas en la etapa de cumplir los 30 años y que compartieron la fase universitaria, quienes se reúnen después de tiempo para celebrar el cumpleaños de uno de ellos en el nuevo departamento que ha comprado, a raíz de que, a modo de semi-sorpresa, su enamorada ha hecho las invitaciones para tal día. Sin embargo, no son invitaciones salidas de la pura inocencia. Hay una intención de por medio, una intención cuyo alcance llega solo al punto del envío de invitaciones: lo demás caería por su propio peso. Ella sabía lo que podía ocurrir (y que, en realidad, ya sabía, o al menos sospechaba, que estaba ocurriendo), la farsa ya no daba para más.

006Ella, interpretada por una genial Jely Reátegui que me encantó de principio a fin, si bien parecía la más débil del grupo en un inicio, termina siendo la orquestadora pasiva por excelencia de una serie de descubrimientos y enlaces (y desenlaces) que cambiaría sus vidas para siempre, y sin realmente mover un solo dedo. Tan solo, manteniéndose dentro de su natural timidez e inseguridad. Dicen que el mal olor no puede ocultarse; en ese sentido, las pestilentes vidas de las y los demás sacarían a flote, en un momento u otro, su particular hediondez en la demostración de sus más des-graciadas hipocresías con las que, principalmente, se engañaban a sí mismos y mismas.

009La idea de la reunión era la siguiente: juntarse para celebrar. ¿Qué significa celebrar entre jóvenes en el despreocupado e individualista medio limeño? Hacer culto al alcohol y acabar en las últimas consecuencias, donde el sexo es lo único que finalmente debe buscarse o, en cambio, regocijarse en un buen galón de vómito. Estas personas, representaciones de quienes he visto más de una vez a lo largo de mi vida, pueden describirse rápida y burdamente como sigue:

Luciano. Un fracasado y resentido con pobres habilidades sociales. Patriarcal, conservador y cuya cordura es una farsa: es capaz, en medio de su ira, de cometer perverso feminicidio.

Camila. Una engreída convenida, que se va con quien más la engría o la haga resaltar más, con lo cual rinde pleitesía a su propia superficialidad, de manera que su vida pueda tener algo de sonrisa. Infiel a la vena.

Luzmilla. Una pseudo artista del mundo de la música, dispuesta a irse con quien le demuestre ser un «buen macho» y con cierta madurez, alguien a quien pueda domar, para poder estar a la altura de su «femineidad fatal». Pacífica, eso sí.

Adrián. Un incomprendido homosexual que se dedicó a comer para enfrentar su ansiedad y frustración, y que encontró un camino cuando aceptó quién era, pero que nunca dejó atrás su desprecio implícito por los demás. Después de Julissa, es el más rescatable de los ocho.

Pancho. Un esperpento de ser humano que nunca dejó de ser el idiota fingido de su juventud temprana, alguien que interiorizó voluntariamente los peores discursos machistas y racistas de la sociedad porque su cerebro no le dio para más. Un incapaz de presentar mayor reflexión a lo que hace o dice.

Magnolia. Una triste tipa sin ninguna personalidad ni opinión definida, que trata de amoldarse a las opiniones donde sienta que puede estar protegida, pero que siempre queda fuera, ya que su ser es como si no estuviera. Una comodina que busca ser querida.

Julissa. Una aspirante a actriz que no encuentra su lugar en el mundo (bueno, en esta ciudad) ni a alguien que realmente aprecie lo que hace, y es que pareciera que busca aprobación constante para su actividad. Se embarca, llena de inseguridades, en una relación con Armando, quien la consiente de pies a cabeza desde un inicio. Ella es su muñeca, su osito de peluche, mientras vive su éxito en su carrera de actor. Y ella, que no tiene a dónde más ir, acepta vivir con él en su nuevo departamento.

Armando. Un farsante, inocente en su debilidad, infiel a la vena también. Si aún tiene conciencia de lo que está bien y lo que está mal, sus deseos carnales lo hacen echar todo a perder. Alguien que solo busca darle lo mejor a Julissa por el sentimiento de culpa que le genera estar engañándola, pérfidamente, «sin querer».

Esa reunión termina en fiasco, y nada más se puede decir al respecto. Llegará el momento en que escriba una publicación sobre estos temas, no ajenos a lo que uno ve, escucha o vive; no será aquí. Debo decir que las actuaciones son muy buenas y el guion es, ciertamente, «picante». Sabe cuáles son esos puntos que generan conflicto interno y el propio espectador se ve interpelado. Es una obra muy interesante; no obstante, se mantiene fuera del tipo de tramas de mi mayor interés.

Saludos.

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