Carta al Che Guevara por el quincuagésimo aniversario de su partida e inmortalidad

«Aprendimos a quererte desde la histórica altura, donde el sol de tu bravura le puso cerco a la muerte…», le canta Carlos Puebla al comandante Che Guevara, a quien dedico esta publicación.

¿Quién soy yo, siquiera, para hablar de ti? ¿Quién soy yo para decir que soy seguidor tuyo, si lo que tú hiciste y viviste exige, sin mediación de palabras, un nivel de sacrificio que pocos pueden siquiera aspirar a alcanzar? Me pregunto, día a día, dónde queda la dignidad del hombre que solo vive para observar cómo aún no se ha ganado la batalla y no hacer algo al respecto.

Déjame explicarme. No me refiero a armar una nueva guerrilla, no me refiero a apoyar alguna existente. Así como tú fuiste coherente y consecuente en cada momento de tu vida; y así como te volviste a ti mismo carne del pobre y carne de quien solo conoce dar un paso al frente; y así como tu sangre lleva los aditamentos de la fuerza de aquellos que, en cada país latinoamericano, se plantan firmes ante las adversidades del mundo para luchar contra la injusticia, la inequidad, el autoritarismo y la indiferencia, es justamente allí donde cada uno de nosotros debe plantar los pies en el suelo y, desde la acción en su propia vida, marcar la diferencia. No para uno mismo, sino por esa persona que está al lado, quien existe, a quien podemos mirar, tocar, abrazar.

Tú quisiste ese mejor mundo. Más allá de los regímenes, lo fundamental recayó en la eliminación del imperialismo y la opresión, la eliminación de los mecanismos por los cuales algunas personas se enriquecen a costa de otras que solo viven para sobrevivir. Creíste en un ideal y luchaste por él. Creíste que se podía lograr un mundo del trabajo por el trabajo, es decir, donde el trabajador efectuaría sus labores con la mentalidad de que su mejor aporte repercutiría positivamente en la nación y, por consiguiente, desde allí hacia cada uno y todos. Todos para el país y del país para todos, ¡tamaña nobleza de ideal! Sin embargo, era un objetivo distante, quizás utópico, y más cuando eres aislado del mundo. Un camino sumamente arduo, pero, aun así, creíste en él y te entregaste por él.

Y no contento con aquello logrado, el logro del siglo, no podías seguir ya trabajando en el ordenamiento y fortalecimiento de Cuba junto a Fidel. Necesitabas seguir: tu sangre te lo exigía, y fuiste a expandir el legado en las entrañas de este mundo, formadas por aquellos cuya más grande potencia de acción es la resistencia. Hiciste una expedición al Congo, la cual fracasó por sus debidos motivos. Y luego lo intentaste nuevamente, esta vez desde Bolivia. ¡Trajiste tu guerrilla, la verdadera, a Sudamérica! No obstante, llegaría el momento en que no te volveríamos a ver.

Dichosos quienes te conocieron. Dichosos quienes fueron parte de tu entorno. Dichosos quienes pudieron tener tu amistad. Dichosos quienes pudieron luchar a tu lado. ¿Quién soy yo para dedicarte estas palabras? ¿Quién soy yo para escribir sobre ti? ¿Quién soy yo para llamarme seguidor tuyo, si tu entrega frente a la vida nadie la igualará jamás? Yo, con los pies firmes, avanzaré en este camino, mi camino. Quién sabe si algún día moriré por mis ideales; sin embargo, en el momento más aciago y difícil, me acordaré de tu lucha, la lucha por un mundo sin opresión, y me acordaré de aquel imponente nombre tuyo, frente al cual los de arriba tiemblan y la mirada del oprimido se levanta.

Gracias, Che Guevara.

160 Guerrillero Heroico. Alberto Korda, 05-03-1960
Imagen inmortal tomada por Alberto Korda en 1960.

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