«Tu memoria es mi memoria. Si tú piensas en mí, yo pienso en ti». Esta es una de las líneas que más llego a recordar de Pájaros en llamas, y una de las que más dejaron huella en mí.
Pájaros en llamas es una obra escrita y dirigida por la magnífica dramaturga peruana Mariana de Althaus (M. A.), estrenada el 4 de mayo y cuya (primera) temporada duró hasta el 10 de julio en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Esta obra representa su tercer trabajo de un género de teatro que se ha llamado testimonial, el cual se basa en uno o más testimonios reales de personas sobre vivencias en particular.
Después de hacer «Criadero» y «Padre nuestro», a mí me interesaba seguir indagando en el teatro testimonial, pero necesitaba un tema que me retara a buscar una dramaturgia distinta y lenguajes escénicos diferentes que en mis anteriores montajes. (M. A., 2017)
Mariana investiga el valor del testimonio, donde la delicada línea entre realidad y ficción, particularidad y universalidad caminan de la mano para generar una nueva realidad, la del hecho teatral. Una realidad que partiendo de la historia personal sensible de aquellos que dan sus testimonios, ella transforma en imágenes y textos que llegan al público para conmoverlo, invitarlo a la reflexión y muchas veces remitirlo a su propia realidad personal que es otra, pero… no tanto. (Alicia Morales, Directora del CCPUCP, 2017)
He visto la obra dos veces y, si se abriera una nueva temporada, no dudaría en volver a ir. La primera vez coincidió con un momento de mi vida caracterizado por dos aspectos muy marcados: la amplia tristeza por el alejamiento de una persona a quien aún quiero mucho por un lado, y los esfuerzos que venía realizando para que esta situación pudiera cambiar de rumbo, por otro, esfuerzos que terminaron siendo en vano.
En fin, aquel lunes 12 de junio estuve allí para presenciar la obra que mayor impacto emocional ha tenido en mí y con la cual me quebré más de una vez. Si bien me costó adaptarme a su dinámica, la cual llegué a entender a pleno posteriormente, ello no me impidió seguir las líneas desarrolladas sobre el escenario, líneas matizadas con un sinfín de detalles visuales, frases y sonidos que, combinados bajo una fantástica coordinación grupal, sencillamente, calaban.
«Que a besos yo te levante al rayar el día
Y que el idilio perdure siempre al llegar la noche
Y cuando venga la aurora llena de goce
Se fundan en una sola tu alma y la mía»
De la canción «Idilio de amor»
Sí, calaban, y me hacían conectar con lo que me encontraba viviendo. Es el «laberinto del dolor», un concepto introducido por Sergio del Molino en su libro La hora violeta, la cual escribe a raíz de la muerte de su pequeño hijo. Conocí esa frase, «laberinto del dolor», en Pájaros en llamas. Es, justamente, la idea de laberinto la puerta de entrada al entendimiento. Debes intentar recrear la estructura de tu dolor para entenderlo, pero, para llegar a ese punto, debes empezar a dejar el laberinto atrás y posicionarte por encima de él. Cuando lo logras, puedes verlo desde arriba, sus mil caminos entrecruzados y puertas, y solo así puedes comprender dicha estructura, ya que esta es el laberinto mismo. Recrear es transitar. Deseo llegar pronto a ese texto.
… Su padre había perdido a toda su primera familia en un accidente de avión [en 1971], y al poco tiempo había logrado construir una nueva familia. Cuando murió, Fernando tenía apenas 19 años, e inició una investigación para comprender cómo había hecho su padre para sobrevivir a una tragedia tan terrible. De alguna manera, él sentía que había heredado el luto que su padre no había podido hacer.
…
Marisol perdió a su pareja en un accidente de avión en el año 1996. Al igual que Fernando, ella andaba desde hace años haciéndose preguntas relacionadas con la muerte, el duelo, y la construcción de la identidad a partir de una pérdida. (M. A., 2017)
El escenario es un alboroto al inicio. Marisol Palacios y Fernando Verano son las personas cuyos testimonios se cuentan en las obras, y ellos también participan en el montaje. Sin embargo, no están solos. Mariana también convocó a tres actores adicionales: Lizet Chávez, Alberick García y Gabriel Iglesias, quienes «se subieron al avión, sabiendo que estaba en llamas, y desde el inicio nos ayudaron con su entrega, su inteligencia y su enorme empatía a contar aquello que parecía incontable sobre el escenario» (M. A., 2017).
El escenario no tiene un sentido, pero a la vez está lleno de sentido. No solo está desordenado estratégicamente para permitir el flujo ideado de las acciones que deben producir quienes actúan, sino que es una metáfora del laberinto: necesitas encontrar una salida. Y buscas e indagas, intentas reír y no sufrir, finges que estás en control (en realidad, te engañas a ti mismo intencionalmente más que fingir para otras personas), pierdes de vista tu entorno, tu pensamiento y tu persona empiezan a cambiar drásticamente, incluso sin darte cuenta. Quizás todo ello conforme un avance hacia la salida del laberinto. Vas viendo la luz y el cielo se va despejando: paralelamente, también lo hace el escenario, de la mano de los propios actores y actrices (no de personal de producción), lo cual también dice algo.
Otras personas no te van a guiar a la salida del laberinto, ellas solo te sostendrán. Serás tú el o la que tendrá que avanzar, seguir andando. Y, cuando estés fuera, lo sabrás. El dolor no necesariamente desaparecerá; sin embargo, como me enseñó una colega alguna vez, se trasladará a otro lugar en tu corazón, donde ya no te afectará como lo venía haciendo, y aprenderás de él. Y ello no significará que ya no exista ese amor; y es que, detrás de ese gran dolor, hay un gran amor, el cual, al haber trascendido, al ser trascendente, quedará en ti por siempre. El dolor habrá sido una etapa de ese amor.
… Había algo hermoso en todo esto, y eso nos permitió volar en cielos tan tormentosos. Algo que tenía que ver con la gente que nos salva del fuego. Con la fuerza del ave Fénix, que resurge de sus cenizas. Con la memoria y el agradecimiento. Con la sabiduría que deja el dolor. «La vida muere para vivir. Ahuyenta con su cola los bichos del lomo.», dice Abelardo Sánchez León. Porque tal vez haya que mirar la muerte a los ojos para tener los pies bien plantados en la vida. (M. A., 2017)
«I want to know
Have you ever seen the rain?
I want to know
Have you ever seen the rain
Comin’ down on a sunny day?»
De la canción «Have you ever seen the rain»
Queda, al final, lo esencial. Con ello caminas por la calle, es ello lo que se refleja en tus ojos, es ello lo que curte tu piel, lo que expresa tu mirada ya de manera calmada. Habrá momentos difíciles e incomprensibles: tan solo no dejes de caminar. Nunca dejes de andar.
Si te preguntas por qué he colocado parte de las letras de dos canciones, lo sabrás si llegas a tener la oportunidad de ver la obra en caso vuelva a estrenarse una nueva temporada o algún conjunto de funciones adicionales.
Desde aquí, Mariana, te envío mi más afectuoso agradecimiento e inmensas felicitaciones por haber creado todo esto.
Hasta pronto.
Janis
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