Hace unos días tuve una comunicación con una operadora de la empresa proveedora de mi nueva tarjeta de crédito, quien me ofreció un seguro de salud. El ofrecimiento se transformó en insistencia y devino en una situación que, al contarla por las redes, se hizo graciosa. A continuación, puedes leer mi publicación original:
Eterna improcedencia de argumentos desde el capitalismo…
Ni bien recibí mi tarjeta […], al poco rato me llamó una señorita para felicitarme e «insistir» en que sumara un pago adicional por un seguro de salud (o creo que era al revés, tomar el servicio de salud por un pago adicional).
Su insistencia era tal que empecé a hablarle de Bauman, la vida líquida y la globalización negativa, a partir de lo cual empecé a sentir su alteración y su poca disposición para debatir. Me ofreció una última vez el seguro. Al decirle que no, se despidió con una falsa amabilidad y bruscamente.
El sistema capitalista puede ser muy útil, pero tiene un gran vacío en sus bases, un vacío que no puede resolverse ya que en su ejército de vendedores (incluyendo los administradores de las fuerzas de ventas) son todos derechistas a ultranza: no piensan más allá de la caja en que se encuentran. Ja!
Ciertamente, exageré al usar el término «todos». Sin embargo, no cambia el mensaje central. Entre lo comentado a la señorita, está el que hay toda una maquinaria de ideación de necesidades con el fin de que las personas sigan desembolsando dinero para las grandes empresas. Por supuesto, no lo aceptó y me entregó un argumento muy débil: todos necesitamos un producto. ¡Totalmente! ¡¿Cómo no vamos a necesitar un producto, o muchos?! No va por ahí, estimada. Simplemente, si te digo que no deseo lo que me ofreces, no busques darle miles de vueltas a tu oferta para «hacerme entender» que «necesito» ese producto. Ten un poco de respeto por la persona a la que has llamado.
Y, en general, lo peor es cuando te dicen: «Si lo convertimos a una cuota diaria, es como si pagaras un sol al día», o una cantidad por el estilo. Muy aparte de que incluso un sol sirve, y mucho (un transporte importante, por ejemplo), ese pseudo-enfoque no considera la acumulación de «soles» que existe por otros gastos que uno hace o tiene que hacer, al contado o al crédito. ¡Y ni siquiera eres preguntado si ya cuentas con un producto del mismo tipo! Pero lo anterior no es lo más importante. Si yo voy a gastar tan solo 10 céntimos, será porque yo lo decida con motivo propio, no porque tú vengas a minimizar mi vida reduciendo todo a una cuestión de dinero, o a decirme que yo necesito tu producto y que sería una «locura» no tomarlo si «tiene tantos beneficios a un costo tan bajo».
Por otro lado, el hecho de que creas que tu producto es maravilloso, no quiero decir que tenga que comprarlo. Incluso si lo necesitara y tuviera el dinero para comprarlo, no quiere decir, una vez más, que tenga que comprarlo. Así de simple. Tal vez quiero valerme sin ese producto, tal vez no lo quiero comprar a tu empresa, tal vez estoy esperando una actualización, tal vez no es una prioridad, etc. A ti no te corresponde saber eso y ni debería importarte, ¿lo sabías?
Por supuesto, lo escrito aquí no va solo para ella, sino para todos los vendedores y vendedoras que tanto joden a las personas llamando a sus casas o celulares con actitudes que terminan siendo prepotentes. Sin embargo, hay otro elemento que entra a la discusión. ¿Cuál es la estructura de criterios que está en la base de estos comportamientos y que permiten su proliferación? Este es un tema que me interesa para elaborar un artículo en las ramas de la gestión empresarial y la economía política, donde elabore una crítica a ideas derivadas del capitalismo que existen sin ningún fundamento sólido. En este blog, más adelante, asimismo, escribiré algunos párrafos para introducir el tema.
Ahora, no voy a negar que cualquiera de nosotros ha usado o alguna vez usará, como parte de su cotidiano, algunas de las palabras que tanto se les escucha decir a vendedores y vendedoras, en algún tipo de recomendación o razonamiento, no porque se vaya a vender algo necesariamente. O podría no hacerlo también. No obstante, el punto que se asienta por sobre todo lo demás es el siguiente: respeto. Tan solo respeta la posibilidad de que pueda no desear tu producto. Nada más.
Por lo pronto, me quedo con uno de los comentarios que me dejó mi buena amiga Meki: «Tal vez si le hablabas de Heidegger cortaba más rápido». ¡Buenísimo!
Saludos.