Imaginaciones

Es siempre un aquellos días en que las espinas más puntiagudas de una rosa conviven con la suavidad más tierna de sus pétalos. Supongo que, al final, todos tenemos de eso, de alguna u otra manera. No existen los santos ni santas en el mundo real. Sinceramente, y espero que Dios no se moleste conmigo, prefiero a las personas de carne y hueso, personas que han sufrido porque han decidido salir y vivir, y luego se paran frente a ti, con esas miradas en sus ojos, las cuales no puedes cuestionar realmente. Ni ellos las tuyas.

¿Quién ha estado en la propia piel? Absolutamente nadie. Y, sin embargo, es tan difícil no creer que las cosas podrían haberse hecho de otra manera. No conocerías ese resultado, porque jamás sucedió y el tiempo pasó. La vida no es solo un cambio de acciones por otras, sino que hay miles de fuerzas que interactúan y están en pugna en cada momento dado. Pero puedes. Sí, puedes. Puedes pensar en que las cosas podrían haberse hecho de otra manera.

Y es que somos, cada uno y una de nosotros y nosotras, como un plano cartesiano. En el eje de las x, las abscisas, tenemos, hacia la izquierda (o derecha), quiénes somos y cómo sentimos desde nuestra individualidad. Y, en el otro sentido, quiénes somos desde la perspectiva social, en los grupos humanos a los que pertenecemos, y al lado de las personas a las que queremos. En el eje de las ordenadas, las y, está, hacia abajo (o arriba), nuestro pasado y, en el otro sentido, nuestros futuros, los cuales están ligados intrínsecamente a cada instante de nuestro presente. Un segundo más adelante ya es un futuro, y no lo conoceremos mientras no lo vivamos.

En ese plano cartesiano se mueve la vida de cada persona. Hasta podríamos añadir un tercer eje, las z, y llamarle tiempo, pero en realidad lo podemos tomar como implícito. Esto podrá sonar pesimista, pero, en un plano así, no hay forma de exista una paz natural en el mundo, es decir, no regulada por reglas. El yo y el otro, quien fui y quien soy, y lo que quiero hacer y lograr. La vida se basa en la búsqueda de equilibrios, pero el equilibrio mismo («puro») no existe, porque no sabemos qué significa vivir. Nadie lo sabe ni lo sabrá.

Pero, ¿acaso no es mejor así? No hay mejor vivir que disfrutar el conflicto, porque te lleva a luchar por algo, encontrar una y más identidades. Es el conflicto el que te forma y de pone de pie en esta tierra y te despierta del letargo.

¡Ojalá no hubiera conflicto!, quizás. No deseo el sufrimiento de las personas, pero ¿no se dice también, acaso, que el sufrimiento humaniza cuando muchos otros viven en lo superficial? ¡¿Qué camino tomar?! ¡¿De qué sufrimiento hablamos?! Tú no decides sufrir: el sufrimiento llega a tu vida de maneras impredecibles e, incluso, desde lo más hermoso, como amar a alguien.

No quiero hacer clasificaciones ni ser moralista. Por supuesto que la pobreza es terrible, la tortura, la depresión, el cáncer. Y un largo etcétera. Voy yo a lo abstracto. Si la felicidad te lleva al sufrimiento, este a su vez te regresa a ella y de forma más intensa. ¿Será lo que realmente necesitamos? No lo sé. Pero, ante la inexistencia del equilibrio, quizá lo mejor sea permitirnos sufrir en nuestra felicidad y ser felices en nuestro sufrimiento, porque solo así estaremos vivos, y seremos nosotros y nosotras quienes redefinamos y redescubramos el vivir.

Este texto va dedicado a una persona que, por más que tengamos fuertes conflictos, la considero una mujer magnífica y quiero mucho: Fátima Foronda. Y es que amo su ser en el mundo.

Janis 

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