¿He hablado ya de este presente? Me parece que no. Y es que, cada trazo que pueda provenir de su creatividad y pincel y, más profundamente, su corazón, genera momentos que trascienden lo cotidiano.
¿Que a quién me estoy refiriendo? Se llama Fátima, sí, quizá la has conocido. Es ella, ¿no la recuerdas? Aquella mujer con una fortaleza y empuje inacabables, la de los detalles llenos de ternura, la que, al abrazarte, te transmite aquello para lo cual no puedes encontrar un nombre, pero sabes que, luego, el mundo es otro al irte sobre tus pasos; o quizás el mismo mundo, pero es tu mirada la distinta, aquella con la que lo vas a enfrentar.
Sí, ahora sé que sí la recuerdas. ¿Aún no? Déjame darte más descripción. Es esa chica de estilo libre pero a la vez reconocible, reconocible porque es única. Única, sí, como el más fino arte transformado en persona. Sofisticada y cálida a la vez, una combinación ya de por sí mágica. Y más, sofisticada, cálida y expresiva. Y más. ¿Acaso no puedes ya traer a tu mente la imagen de ella? Veo que estás en el camino. Seguiré intentando.
Su belleza es como el más hermoso cielo que puedes encontrar en un amanecer o atardecer al subir un nevado que supere las nubes. Y su corazón es tan potente como para movilizar miles de almas a la acción para generar transformaciones sociales en un país entero. Abrazarla, he podido, sí, y moriría por hacerlo una vez más y cada día.
Veo en tu rostro que ya sabes de quién te hablo. Sí, ya la recordaste. Fátima Foronda. Cambia la vida, ¿verdad? Es a ella a quien, el año pasado, para el cumpleaños de mi hermosa madre, le pedí hacer la macetita que verás en las fotos más abajo. Es una de las creaciones que ella produce, macetitas creativas con cactus, para financiar su colectivo de apoyo social (y de transformación de vidas, si se puede decir), Pasito a Paso.
Hace tiempo que no la he visto hacer macetitas, pero aquella vez le pedí una para regalar a mi madre, como te contaba. Me preguntó de qué colores pintarla y de qué colores las piedritas. Recuerdo haberle dicho que las piedritas sean azules y granates, como los colores de mi equipo favorito, el Barcelona, y que pinte unos buhítos alrededor. Toda decisión de ella al respecto y para lo demás, habría sido maravillosa. Por cierto, «buhíto» o «buhíta» es una de las maneras en que llamo de cariño a mi mamá, y ello hizo más especial la macetita.
Llegó el día en que publicó una foto en su página. Morí de ternura, ciertamente. Así como cuando una de tus canciones favoritas te apretuja el corazón en el momento más oportuno. Así. Entiendes el sentimiento, ¿verdad? Allí, señaló que la macetita era para mí, pero yo ya lo sabía (por el diseño, obviamente). A mí mamá le encantó. Y la colocamos en un lugar donde no solo le da el sol (en verano, ya que Lima está casi siempre gris), sino que es uno de los primeros detalles que se ven al ingresar a mi casa. Espero que, así como esta macetita, que presenta un cielo de noche cálido y envolvente, con unos buhítos observando atentamente lo que acontece alrededor, tal y como el amor de una madre está siempre atento para velar por sus polluelos, la barra donde está apoyada se llene de macetitas de diseños diversos a futuro.
No sé qué hace ese gato gordo husmeando la macetita, pero bueno, allí está: arte con corazón.
Si lees esto, un abrazo inmenso, Fátima. Gracias miles.
Mi corazón es tuyo.
Janis